A partir de los primeros días de enero empecé con la lectura de la Divina Comedia de Dante. Estoy leyendo la edición bilingüe de la editorial Tomo: esos libritos blancos con bellas y diminutas portadas que se consiguen por veinticinco pesos en el metro o en puestos de revistas. Aun así, es la mejor de las tres o cuatro destartaladas versiones que tengo. Aun así, las veces que intenté pasar más allá del infierno no lo logré. Aun así, esta vez estoy decidido a llegar al purgatorio y ¿por qué no? rozar el paraíso junto a la divina Beatriz.
¿Qué me ha impedido avanzar en la lectura?
En estos días, a diferencia de los intentos anteriores, leí los ensayos de Eliot, Borges y Berger sobre el bardo de bardos. De su mano, alivié mis temores y empecé la lectura. Sin duda, uno de los poetas del que más se ha escrito es Dante Alighieri. Como bien señala Eliot, es el poeta más universal de occidente. Sin embargo, los tres ensayos de estos autores son breves y contundentes, más una invitación sincera a la lectura que un estudio académico que espanta a los neófitos como yo. Creo que un clásico, si en realidad lo es, no necesita, en una primera lectura, explicaciones e instructivos para leerse. Ya después, si el amor es sincero, vendrán las disquisiciones y la profundización en la relectura.
Dicen que el confinamiento por la pandemia es el paraíso de los misántropos. Creo que el periodista que lo dijo exagera, pero a los auténticos solitarios nos trajo, en medio del infierno, momentos intensos donde hemos a diario, rozado el paraíso. Uno de esos momentos es el de la lectura. Hace unos días también empecé a leer Los Cantos, en la hermosa edición de la editorial Sexto Piso. Como dice el traductor Jan de Jager, “Ezra Pound quiso que fueran la Divina Comedia de nuestro tiempo. En su vastedad, en su sabiduría y en su belleza, lo logró.” Sentir a diario la vitalidad de las palabras de Los Cantos y la Divina Comedia, le dan sentido a un mundo que se desquició absolutamente desde el año pasado. Son, junto con la Biblia y el I Ching, mi forma de matar al tiempo hasta que el cuerpo aguante.
Y es que, como dice Berger, el cuestionamiento central que nos plantea Dante es el del tiempo y, la solución fundamental que nos ofrece, es la visión del amor como acto sincrónico único. ¿Acaso no lo hace cualquier poeta? Bien mirado, lo que cualquier poema intenta es captar el instante, fijar el vértigo, como dice Rimbaud. Aunque lo sospecho, aún es temprano para decir cuál es la diferencia entre la visión del tiempo de Dante y otros poetas. Para dar al menos una opinión sincera, tengo que primero acabar de leer el libro. Sin embargo, no puedo dejar de relacionarlo con las teorías sobre la sincronicidad de Jung y, sobre todo, con mi libro de cabecera, el I Ching, del cual conozco casi nada, pero al menos lo he leído varias veces.
Hace un rato le pregunté al oráculo ¿de qué manera podría fijar el vértigo del instante? La respuesta del libro fue el hexagrama Ching EL POZO y Chien LA EVOLUCIÓN. De las infinitas formas en que se puede intentar la sincronicidad del tiempo, el libro de las mutaciones me contesta que la tarea es arriesgada, pero con cautela y reflexión, poco a poco, lograré avanzar.
Por hoy detengámonos. En cierta forma, la consulta al I Ching es un acto de imaginación activa. Como la psicología de los arquetipos de Jung, de la mano del I Ching ahondamos en las imágenes y mitos que nos permiten hacer alma. Desde esta perspectiva, creo que el ejercicio (iba a escribir el derecho sagrado) de escribir y leer poesía, trata más bien de una terapéutica y no de una estética. Los poemas son curativos cuando se escriben y en casos como los de la Divina Comedia, cuando se leen. Más allá de las academias, abogo porque cualquier ciudadano tenga el derecho a lanzarse al infierno, y chance pasar al purgatorio y ¿por qué no? rozar de vez en cuando el paraíso.