Hay pecados capitales que me cuesta menos trabajo comprender. Hay otros que más. Ese es el caso del pecado de la Avaricia. Según el sucesor de Pedro que habla a Dante, los avariciosos están de espaldas al cielo, pues el amor no lo pusieron en los bienes verdaderos y ahora yacen inmóviles y con la vista fija en la tierra, justo castigo por no alzar la vista a lo eterno.

¿Qué significa poner la vista en lo eterno? ¿Está lo eterno separado de las cosas terrenales? Según el diccionario la avaricia es: El afán de poseer muchas riquezas con el sólo fin de atesorarlas sin compartirlas con nadie. Apenas reflexionó un poco sobre esta definición y lo que muestra el florentino en el canto XIX y me doy cuenta que tal vez no estoy tan alejado de este pecado. Ni yo, ni muchos de los que lean esta entrada. Veamos.

Hace días, al comentar los siete pecados capitales y su vínculo con las redes, me encontré con un meme que hacía el símil entre una red y un pecado. Hace rato al buscar a qué red corresponde la avaricia, me encontré un artículo que lo relaciona a Amazon. Según esto, la facilidad con la que se pueden comprar bienes que se necesitan y que no se necesitan está al alcance de un clic si se tienen los medios. Además los datos no mienten, mientras a causa de la pandemia millones de personas perdieron sus empleos y millones de pequeños y medianos negocios quebraron, Amazon y otras corporaciones aumentaron considerablemente sus ganancias. Muchas personas ya no pudieron ir a los centros comerciales pero siguieron consumiendo como habitualmente lo hacían. El cuento de que la humanidad será otra y aprenderá la lección por la peste, parece que se quedará sólo en buenos deseos. La verdad es que muchos ven en el consumo la única posibilidad de trascender. Y eso involucra a ricos y pobres, chicos y grandes.

Es así como algunos de los planteamientos centrales de Marx son hoy más vigentes que nunca. Ya en los primeros párrafos del Capital, el filósofo alemán señala que una mercancía satisface deseos del cuerpo o de la fantasía. Hoy, la mayoría de nuestras necesidades son producto de la fantasía o involucran un alto grado de ilusión. ¿Cómo contrarrestar estas ilusiones terrenales con las que el capital nos seduce? Si hay conceptos de Marx vigentes esos son el de alienación y el de fetichismo de la mercancía. Ahondar en nuestra enajenación es la primera posibilidad de emanciparnos de nuestra esclavitud colectiva. Se me ocurre un método crítico que cualquiera puede de vez en cuando practicar ¿Y si tratamos a las cosas como si fueran personas? Al fin y al cabo el fetichismo es aquella inversión según la cual las cosas se relacionan como si fueran personas, mientras que las personas nos relacionamos como si fuéramos cosas. Si personificamos cada mercancía tenemos la posibilidad de cuestionar esa relación que tenemos con el sistema de objetos que nos rodea.

Necesitamos poner las cosas en su lugar. Para ello se necesita lo que algunos teóricos marxistas en el siglo XX llamaron conciencia de clase. ¿Cómo se adquiere esta conciencia? La cuestión parece no ser sencilla. No basta con ser explotado para adquirirla. Otra vez: se necesita contemplación. Según la famosa tesis de Marx que los amantes de la acción cada tanto citan, los filósofos se han contentado con interpretar el mundo, ahora de lo que se trata es de transformarlo. Y sí, se necesitan acciones transformadoras de la realidad en la que nos encontramos. Pero jamás se hizo nada diferente y emancipador a la marea de la historia que no pase por la interrupción, el corto circuito que significa contemplar. Esto suena a una especie de marxismo zen, y tal vez lo sea. No soy el primero en intuir esta rara conjunción. A su modo Walter Benjamin, basado en el judaísmo, planteó sacar de su aura fetichista a la mercancía al sacarla de la circulación y mirarla de otro modo, alegóricamente. Y es que en cada cosa finita y perecedera hay una nostalgia y una promesa de infinito. En lo terrenal está la conexión con lo eterno más allá de las ilusiones de trascendencia que nos ofrece la ideología hegemónica.

Cierro esta entrada preguntándome si yo también soy víctima de la avaricia y atesoro riquezas por el simple afán de atesorarlas sin compartirlas con otros. Y me contesto que durante años he estado atesorando libros y más libros. Aunque son pocos, muchos están esperando a ser leídos. Aún así es difícil sino imposible que los preste y en realidad me enojo si alguien los agarra sin mi autorización, ósea, son intocables. Son mis fetiches y son riquezas terrenales, pero ¿hay mejor manera de mirar al cielo?

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