Imagine el lector o lectora una escena de una obra de teatro donde se muestra el momento clave de la trama: el instante en que es posible la salvación o la perdición total. Hay dos actores: Mefistófeles y el dueño de una corporación (ponga usted el nombre que quiera). Después de una intensa discusión, Satanás orilla al magnate a tomar una decisión: o la vida de su hijo o la destrucción definitiva de la empresa. ¿Qué creen que elige el magnate?

Para no dejarnos llevar por nuestros muy humanos sentimientos, hay que comprender el ethos que está detrás de cada una de las decisiones que un empresario toma. Si el grupo de magnates pertenece a la élite de nuestra sociedad actual, esta claro que su comportamiento y modo de vida va acorde con el ethos capitalista. ¿Cuál es ese ethos? En términos muy generales, podemos decir que es aquel que tiene como imperativo la acumulación de capital con la única finalidad de reinvertir el capital para reinvertirlo en una espiral creciente y ascendente. En ese proceso, actualmente, las corporaciones tienen un protagonismo central. En este sentido, los magnates son más que los encargados de llevar a cabo este proceso: para ellos, de forma individual, es una manera de trascender. Encuentran en el dinero y su circulación constante una conexión con la divinidad. A mí no me cuesta trabajo imaginar lo que contestaría el magante de la obra de teatro: o bien elegiría suicidarse, pidiendo resguardar a su primogénito o bien lo sacrificaría con lágrimas en los ojos, pero nunca entregaría la corporación. y no la entregaría porque no puede. Como lo comprendieron Paul Baran y Paul Sweezy hace algunas décadas, el verdadero capitalista no es el magnate individual de carne y hueso, es la corporación gigante:

Hay muchas formas de describir el contraste entre magnate industrial y empresario moderno. El primero fue el padre de la corporación gigante, el segundo, el hijo. El magnate se mantuvo fuera y por encima, dominando la empresa. El administrador está dentro, dominado por ésta. La lealtad del otro es para la organización a la que pertenece y a través de la cual se expresa. Para uno la corporación fue únicamente un medio de enriquecimiento, para el otro el bien de la empresa se ha convertido en ambos fines, económico y ético.

El capital monopolista

Hoy el mundo está enfrentando el poder de los nietos de aquellos magnates. ¿Cuál es la diferencia respecto a las generaciones pasadas? No me atrevo a dar una respuesta, pero me temo que los magnates de hoy se sienten más como empleados de la empresa, los mejores y más sobresalientes acaso, pero como parte de un proyecto que los hace trascender: nosotros moriremos pero quedará la corporación, por los siglos de los siglos ¿es posible que se crean ese cuento y no tengan en cuenta que todo en esta vida es pasajero y que no quedará ni huella de nada? Soy pesimista a este respecto, me temo que ni siquiera se plantean esas cuestiones, cuando lo que quieren y creen lograrlo es controlar el cambio climático y cualquier cosa que se les ponga enfrente. No hay que olvidarlo, lo importante es acumular y que el capital no pare de circular.

Ahora bien, en el canto XX Dante habla con Hugo Capeto, el cual en un momento dice: «¡oh Avaricia ¿Qué habrás de hacer, cuando de tal modo te apoderas de mi sangre, que ya ni siquiera se cuida de su propia carne?» Después hace la reseña de los crímenes que se hicieron por el pecado de la avaricia, como Pigmalión, quien su ávida sed de oro convirtió en parricida y traidor. Menciona a Midas quien todo lo que toca lo transforma en oro por lo que su tragedia mueve a risa. En fin, al final del canto y al dejar de hablar con aquella alma, el florentino siente un estremecimiento en el monte como si fuera un presagio de ruina. Entonces siente un temblor y una especie de frío como dicen que pasa a los que van a morir. Cierra el bardo hablando sobre los tormentos que le causa su ignorancia y el deseo de saber y sobre la insatisfacción que le deja la premura de tiempo y el no poder indagar más.

Algo parecido me pasa a mí cada que trato de sacarle el mayor jugo a cada canto. La premura del tiempo, un canto por día, nos impide profundizar a cabalidad en cada uno de los temas. Aun así, no quiero cerrar sin antes preguntar ¿Cuál es la diferencia entre los ávaros que retrata Dante y los capitalistas de hoy? Y es que para quien se acerque un poco al mundo y tiempo que le tocó vivir, es claro que los cambios que después darían inicio al sistema capitalista ya estaban en ciernes por esas fechas. Sin embargo, encuentro una diferencia sustancial en el ethos de los ávaros en la edad media y los actuales: el capitalista de hoy no busca atesorar riquezas y no compartirlas con los demás. Al contrario, trata de que la riqueza circule de la manera más rápida posible para así acrecentar la ganancia: el capital debe estar en movimiento constante como la sangre que corre por las venas y arterias del cuerpo social. De ahí que Byung-Chul Han ( ahora he citado mucho a este filósofo, pero recientemente lo he empezado a leer a profundidad y varios de sus planteamientos son muy interesantes) diga que el capital promueva la libertad, o más bien que el sujeto se sienta libre. Así pasamos, según él, de una sociedad disciplinaria basada en el deber, a una sociedad del rendimiento y la transparencia basada en el poder hacer: nosotros nos autoexplotamos al creernos libres. Desde luego esto es una ilusión: no existe libertad individual sin comunidad o con una comunidad enajenada como es el caso. Sin embargo, aquí tengo un reparo con el filosofo coreano. Para mí no es que la sociedad actual no se rija por el deber. Es decir, si somos libres siempre y cuando nuestra libertad sea utilizada para la acumulación acelerada y vertiginosa de capital ¿Hay peor esclavitud? La sociedad de la transparencia más que basada en el poder hacer, se rige por el imperativo categórico del ethos capitalista. Desde esta perspectiva, desde luego, el menos libre es el magnate.

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