Cuando empezamos la lectura, una amiga me comentó algo que nos hizo reír:

-Ese Dante , nomás se la pasa desmayándose de miedo.

En efecto, son muchos los pasajes, desde el principio del poema, donde el Bardo se desmaya o tiene ensoñaciones estando despierto o simplemente cae en un profundo sueño. Ahora que me doy cuenta de su importancia, lamento no haber tomado registro más minucioso de esos eventos.

Ayer que traté de explicar cómo habría que comprender lo que Dante nombra y su relación con el lector, me parece que también se puede hacer una lectura más amplia: ¿y si no solo los personajes sino que el escenario, los hechos narrados, las motivaciones , son también lo nominativo que nos interpela dativamente? Para comprender esto, tendríamos que leer el poema como si fuera sueño. Un largo y profundo sueño que inicia en las profundidades de la psique.

En los sueños uno es el actor, pero también el escenario, la trama, los actores secundarios. El teatro del mundo se manifiesta en las historias e imágenes que aparecen en los sueños. Así me parece toma una dimensión aún más profunda lo nominativo. El poema nombra y aparecen los impulsos, las imágenes, los gestos, los paisajes, etc. Todo eso somos nosotros. El infierno, el Purgatorio y el Paraíso, nos pertenecen. A ese abigarramiento que a veces entrevemos su significado en sueños, Dante le da una forma y una expresión acabada, que le da una dirección hacía el Amor.

En este canto XXVII vuelve a aparecer el sueño. Después de pasar por la columna de fuego, los tres poetas, como es de noche se detienen a descansar. Dante se duerme mientras contempla las estrellas:

Y finalmente me venció el sueño, el sueño que muchas veces ocurrirán en el futuro. A mi parecer, era la hora en que Citerea, mostrándose siempre abrazada en amoroso fuego, lanzaba desde el Oriente sus primeros rayos a la montaña; cuando entre sueños se me figuró la imagen de una hermosa joven que andaba recogiendo flores en el prado y al mismo tiempo entonaba una canción que decía: » Para quien me pregunte mi nombre, sepa que soy Lía…»

Espero no equivocarme en mis recuerdo, pero es la primera vez que Dante tiene un sueño que anuncia algún evento futuro. Y parece ser que ese evento será feliz. Tal vez se refiere a lo que le espera en el Paraíso y su encuentro con Beatriz o tal vez otras cosas menos obvias, con los sueños premonitorios nunca se sabe; tal vez se refiere a la Esperanza, la promesa de la vida futura, ahora que se encuentra a orillas del paraíso terrenal. En este sentido, este sueño es distinto con los otros que ha tenido a lo largo de su viaje. Los otros sueños eran imágenes más cercanas a la pesadilla, incluso la ensoñación que tuvo en el Purgatorio.

Al final del canto Virgilio le dice a Dante que hasta aquí ha llegado su compañía: «ahora eres libre, perfecto y sano, por lo tanto gozas de tu albedrío y sería un grave error no seguir sus indicaciones. En este momento te devuelvo el dominio sobre tu cuerpo y tu espíritu». Así termina el canto. Uno como lector se queda con la emoción de estás últimas palabras y con un no se qué que queda balbuceando por la despedida del entrañable maestro.

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