La imagen que tenemos de la Edad Media hace honor al nombre en como también se le conoce y es más bien oscura. Como en todo, los estereotipos que hemos adquirido en la escuela y en la cultura de masas, han jugado un papel preponderante. Por ejemplo, la mayoría de las personas nos hemos creído el cuento de que en la Edad Media se creía que la tierra era plana. Para el tiempo de Dante esto no era así. Como bien lo señala José María Micó, en el mundo que le tocó vivir al florentino se sabía que la tierra era una esfera, como en el Paraíso dantesco. Así podríamos seguir con los ejemplos, pues estamos hablando de un periodo histórico que duró más de mil años. Tenemos todo un mundo que descubrir en esa época, nebulosa cuando no oscura y, en muchos sentidos, muy otra y distinta a nuestro mundo.
Es cierto que Dante es un poeta antimoderno. Pero es igual de cierto que es un poeta y pensador de transición y que anticipa lo que se conoce como El Renacimiento. ¿En qué forma Dante es un precursor? Desde luego la más directa, es por la influencia que ejerció su pensamiento en artistas e intelectuales renacentistas. En este sentido el canto cuatro del Paraíso, cuando cita a Platón, no sólo nos da indicios de esa renovación (acordémonos que este y otros filósofos griegos no eran los hegemónicos en aquel tiempo) si no que nos muestra una crítica a las bases ideológicas que sustentaban la Edad Media. «Según afirma Platón, parece que las almas vuelven a las estrellas». En el Timeo, diálogo platónico, el alma humana desciende de las estrellas y cuando uno muere esa alma regresa de donde ha salido. Whitehead dice que la filosofía posterior a Platón son notas al pie de página. A veces creo que podemos decir lo mismo de la física, al menos en los recursos míticos y metafóricos que utiliza para explicarle a los neófitos. En efecto, hoy sabemos que somos polvo de estrellas. A Dante, la referencia a Platón le sirve para formular sus hipótesis en labios de Beatriz:
Pues ustedes están acostumbrados a percibir por medio de los sentidos y de ahí diciernen lo que es digno de pasar a la inteligencia; es por ello que la Sagrada Escritura se acomoda a las facultades de ustedes, pues atribuye a Dios el tener pies y manos, aunque esto debiera entenderse de diferente manera; y la Santa Iglesia representa con aspecto humano a Gabriel y a Miguel, y al otro que curó a Tobías. Lo que en el Timeo se afirma de las almas no parece congruente con lo que aquí se ve, pero sí tiene el mismo sentir.
Para Dante las estrellas ya no son el recinto del alma que después tomará cuerpo en un ser humano. Para él, más bien, los astros tienen influencia sobre las almas pero ya no se encuentran ahí. Su morada es el universo como totalidad. Dicho en otras palabras, el universo es Dios. Creo que ese universo que se presenta en el Paraíso, aunque se sustenta en la física de su tiempo, lo supera por medio de la intuición poética.
El Renacimiento fue, entre otras muchas cosas, una reapropiación del paganismo griego, digamos una re-invención de la religiosidad Grecia, para hacer una crítica al monoteísmo cristiano. Dónde habita el alma ¿en las estrellas? ¿el alma y el mundo son sinónimos? ¿Dios y universo son lo mismo? Yo encuentro un panteísmo dantesco en el Paraíso. Días pasados citaba a Einstein sobre su concepción de la Religiosidad Cósmica muy distinta a las religiones antropomórficas. Añado una cita más que ayude a comprender por qué la religiosidad de Dante se parece más a la del físico alemán que a la de la escolástica católica de su tiempo:
El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido. Esta experiencia de lo misterioso —aunque mezclada de temor— ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente solo asequibles en su forma más elemental para el intelecto.
En ese sentido, y solo en este, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. Un Dios que recompense y castigue a seres creados por él mismo que, en otras palabras, tenga una voluntad semejante a la nuestra, me resulta imposible de imaginar. Tampoco quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su muerte corporal, que las almas débiles alimenten esos pensamientos por miedo, o por un ridículo egoísmo. A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente, con la honesta aspiración de comprender hasta la mínima parte de razón que podamos discernir en la obra de la Naturaleza.