Siempre me ha gustado ver cómo viste la gente, cómo se peina, qué zapatos usa, cómo lleva sus uñas, su cabello… Creo que la ropa, además de cumplir con su principal objetivo, dice mucho de nosotros, de quiénes somos, son capas y capas que adoptamos de nuestra cultura a lo largo de nuestra vida.  Y  la fotografía es la mejor herramienta para documentar la forma de vestir a través de la historia.

En un capítulo del libro “Para entender la fotografía”, John Berger escribe sobre este tema, la ropa, más específicamente sobre el traje, analiza y compara 2 fotografías tomadas por August Sander en su obra llamada “El hombre del siglo XX”, el objetivo del fotógrafo era encontrar arquetipos que representaran todas las clases sociales, subclases, profesiones, vocaciones y privilegios posibles.

Éstas son las dos fotografías, una es de un grupo de campesinos que se dirigen a un baile  y otra es de un grupo de misioneros urbanos, cuál es cuál, no es difícil descifrarlo, centrémonos en su ropa, incluso quitando el fondo de la imagen, sabríamos qué fotografía pertenece a cada grupo, y ¿cómo es esto posible? John Berger comenta que además de las manos grandes de los campesinos por haber empezado a trabajar desde muy jóvenes, la espalda ancha en comparación del resto de su cuerpo por haber cargado grandes cantidades de peso, “los campesinos poseen una dignidad física especial; ésta viene determinada por cierta forma de funcionalismo, una manera de sentirse totalmente identificados con el esfuerzo”, dicha ropa no embona con su cuerpo, contrario a lo ocurre en la segunda fotografía;  la vestimenta concuerda con la parsimonia de sus actividades  y la anatomía del cuerpo de los fotografiados.  Es importante mencionar que el traje surgió en Europa en el último tercio del siglo XIX, establecido por Carlos II, rey de Gran Bretaña en los años 1660,    la  fabricación de éste ocurrió en masa gracias a la revolución francesa.  Fue  adoptado por el establishment británico,  como un atuendo para la clase dirigente, confeccionada para las personas con actividades más sedentarias, el cual impedía la agilidad en movimientos, los cuales además provocaban que éste se arrugara;  pero por otro lado limitado  para los campesinos y la clase obrera.  La idea no es restringir a los campesinos exclusivamente  a las ropas tradicionales de manta, lo importante en todo caso, es  destacar  que la hegemonía de las clases viene marcada incluso en la ropa que usamos cotidianamente.  Ya que en palabras de Berger “la lógica económica de la moda depende de hacer que parezca absurdo lo que no se lleva” y repito, haga parecer absurdo lo que no usamos. Nos vemos rebajados  si salimos de ciertos cánones.

Vivimos en una sociedad llena de etiquetas y estereotipos que sirven para categorizar; bueno, malo, bello, feo, naco, fresa, pobre, rico, intelectual, analfabeta, hipster, millenial, mirrey, lobuki, buchona, homosexual, freak, chaca, punketo,  prieto,  güerito, mujer puta, mujer decente, elegante, andrajoso, mugroso y la lista podría ser interminable. La ropa juega un papel importante  en estas clasificaciones, pues además de cubrir nuestro cuerpo, es una manera consciente o inconsciente en la cual, las personas encontramos parte de nuestra identidad. 

Por Silvia Herrera León

2 comentarios sobre “La Cámara Lúcida: Ropa de «etiqueta»

  1. Me encantó! Hace muchos años conocí a un indigena que con mucho esfuerzo y dedicación estaba estudiando Psicología en una universidad en la ciudad de México y me contó que al principio le costaba mucho trabajo dejar sus huaraches para usar zapatos, sentía que no le correspondía usar zapatos. También conozco a una persona que cuando la invitan a una fiesta lo primero que dice es: «No esperes que vaya elegante a tu fiesta. Yo voy a ir con mi ropa de todos los días y solamente se quita el delantal para ir a la fiesta. Creo que como profesores tenemos (casi siempre) el privilegio de poder elegir vestirnos de forma casual un día y mas formal al día siguiente, pero me consta aquello de que «como te ven te tratan» y «Viste acorde al puesto que quieres lograr». Aunque la ropa como bien lo mencionas, no lo es todo. «Aunque la mona se vista de seda…» por que «el habito no hace al monje».

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