Estoy leyendo muy lentamente el librito de Einstein Sobre la teoría de la relatividad especial y general. Apenas leo un acápite diario que, en algunos caos, su extensión no rebasa la página. Aún así, se me dificulta comprender las explicaciones del físico alemán. Y no es por el lenguaje en el que está escrito el famoso librito. Desde el principio se nos advierte que el lector encontrará claridad en la exposición. Y así es. Lo difícil son los planteamientos complejísimos de entender para una mente como la mía, no habituada a los misterios de la física.

Ya tiene más de cien años desde que la teoría de la relatividad fue formulada y sigue trastocando nuestro sentido común. Por eso se sabe que cuando Einstein la público, sólo unas cuantos científicos de qué se trataba el asunto. Aunque en nuestros días, gracias a la cultura popular y a los cambios radicales que la relatividad produjo desde esa fecha en la sociedad, algo intuimos de su hermosa verdad.

Hay una frase que se atribuye a Einstein, según la cual si no le puedes explicar algo a tu abuela, quiere decir que no lo has comprendido. Con eso en mente, intenté explicar lo que he entendido sobre la relatividad a Berenice, mi mujer. No logré explicar la compleja teoría, pero al menos nos despertó la curiosidad y el asombro ante los misterios que esconde nuestro universo. También nos hizo asombrarnos de lo poco que conocemos y de lo insignificantes que somos. Por ello se ha dicho más de una vez que las principales personas espirituales de nuestro tiempo son los científicos, en concreto los físicos. Creo que cuando alguien se mete en esos terrenos, aunque sea brevemente y como aficionado, sale con la magia impregnada en los ojos y las cosas que nos rodean se ven de una manera distinta. También nosotros mismos nos cuestionamos nuestro estar con una mezcla de estupor, maravilla y desasosiego.

Me atrevería a decir que el acercamiento a las ciencias puede evocar las sensaciones que se experimentan cuando estamos ante el fenómeno poético. Sin embargo, el divorcio entre las ciencias y la poesía, lo que Gabriel Zaid llamó las dos inculturas, persiste. Por un lado, los científicos no dejan de ver a la poesía como una expresión que por muy elevada que parezca, es un entretenimiento. Por su parte, los poetas se han alejado muchas veces de los principales descubrimientos científicos, como bien lo hace notar Francis Crick, cuando llama la atención sobre que la poesía nos debe una imagen del universo descubierto. Y es que, a diferencia de Dante, nosotros sabemos mucho más del cosmos, pero carecemos de una imagen poética del mismo.

El que no tengamos una imagen poética de nuestro mundo, bien pensado, es aterradora. Es también una llamada de atención a la poesía de nuestro tiempo, porque precisamente esa es una de sus funciones: darnos imágenes que nos permita complejizar nuestro estar. En eso los científicos nos llevan ventaja. Cuando plantean por ejemplo la teoría de cuerdas o de los universos múltiples, nos acercamos a los terrenos de la ciencia ficción, pero sobre todo al asombro que nos produce el desconocimiento de lo Real.

Ahora bien, los físicos, cuando plantean diversas metáforas y símbolos para acercarnos a los planteamientos de sus complejas teorías, lo hacen como una herramienta de exposición. Sin quererlo, hacen poesía. ¿Y si en la manera en que conocemos pensamiento, poesía y ciencia no están separadas? ¿Qué sería de la ciencia sin poder utilizar los recursos de las metáforas y la imaginación? ¿Qué es de la poesía si no incluye los descubrimientos científicos en sus intuiciones? En el caso de la ciencia, tal vez los textos se volverían más áridos de lo que a veces ya de por sí son. Pero en la poesía nos condenamos a no explorar un terreno siempre fértil: la búsqueda de una imagen del mundo actual ¿Qué ganaría la ciencia con ello? Entre otras cosas, necesitamos llamar la atención de que la ciencia no está alejada del mundo poético. Son vasos comunicantes. Desde luego, hoy la especialización de la ciencia y su tecnificación, dificulta este necesario y fructífero diálogo. Pero creo que para cualquier científico que está comprometido con el conocimiento con conciencia, el acercamiento a la poesía, le da mayor sensibilidad, intuición y ética en sus investigaciones.

El canto XX me hizo reflexionar sobre estas cuestiones. Inicia haciendo referencia al águila-imagen que anteriormente se había formado con miles de almas. Esa águila emite de su pico murmullos que poco a poco se convierten en una voz cuyas palabras son las que desea el poeta escuchar en su corazón. Versos más adelante el Bardo plantea sus cuestionamiento y dudas a las luminarias. Y pasa lo que con los libros de física, las palabras que utiliza son claras, pero los razonamientos imaginativos son tan profundos que son un misterio para el lector. Desde luego Dante tiene cuidado de hacernos notar esta dificultad y adjudica a esa ignorancia y perplejidad a él mismo.

Las almas le dan una larga explicación sobre lo que quiere saber y le señalan que los mortales deben de ser cautos en sus juicios ante las limitaciones del entendimiento humano. El canto finaliza de la siguiente forma:

Tal fue el sabroso remedio que me dio aquella imagen para aclarar mi corta vista, así como el buen músico hace que el buen cantor siga la vibración de la cuerda, con lo que el canto se vuelve más emotivo; y mientras él hablaba, recuerdo haber visto a las luminarias a las que se aludía parpadeando al compás de aquellas palabras, como en consonancia con un canto de felicidad.

Una de las mayores ambiciones de la física moderna es encontrar una teoría del todo que unifique la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. Esta teoría, según prometen, explicaría todos los fenómenos del universo. Lo primero que tienen que aprender algunos físicos, según mi criterio, es que esa ambición, la de que se encuentre explicación a todos los fenómenos, es imposible. Y es que desde Descartes, el método científico a pretendido que la razón puede conocer todo sobre las cosas. Así lo dice en el Discurso del Método: «Si os parezco exageradamente vanidoso tened en cuenta, que siendo una, sólo una, la verdad de cada cosa, el que la encuentra sabe todo lo que puede saber…» La poesía, como ciencia metafórica ¿y quién mejor que Dante para mostrarlo? enseña que la verdad última de cada cosa, siempre será un misterio, siempre se nos escapa, siempre es otra y otra y otra cosa. Después del átomo está la metáfora. Por algo al bosón de higgs le llaman la partícula de Dios… o del Diablo.

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