Mientras estoy escribiendo en mi pequeña habitación, de cuando en cuando, miro por la ventana cómo la niebla desdibuja el cerro en cuya cumbre se encuentra el panteón inglés . Apenas logro hilvanar alguna frase me detengo, reflexiono, borro, retrocedo y avanzo, retrocedo y avanzo sobre la pantalla. Supongo que a todo aquel que intenta expresar su pensamiento por medio de la escritura le pasa lo mismo, hasta que finalmente el dique se rompe y las palabras fluyen como un río caudaloso. A veces, para romper ese primer obstáculo, ese horror sagrado a la página en blanco, he ensayado con la escritura automática, lo cual me ha traído buenos resultados si no en la calidad de lo que escribo sí en romper el bloqueo. Sin embargo, esta vez, después de algunas libretas que se han ido acumulando en los últimos años, es momento de poner en orden las ideas principales que he elaborado. La primera y central es sobre el análisis del presente y su relación con el pasado y el futuro.
Hace algunos años, aún verde en mis convicciones, tenía demasiadas dudas sobre la importancia de del ahora en relación con los tiempos de larga duración. Y es que se suele dar escasa importancia a los sucesos del día a día en la comprensión de la historia y el porvenir. Parece como si lo cotidiano fuera una niebla que no deja ver el panorama más complejo; la telaraña espacio-temporal que lo explica. Hoy , desde luego, la situación es distinta. A raíz de la incertidumbre que nos trajo la pandemia, tanto nuestra visión del pasado como nuestras perspectivas de futuro se han modificado radicalmente. Por ello, es necesario empezar con la textura de los hechos más simples, triviales y en apariencia insignificantes del presente que nos ayuden a comprender nuestra situación.
Según la célebre hipótesis del filósofo Descartes, es posible que todo lo que conocemos del mundo exterior sea producto de un demonio malvado que quiere engañarnos a través de los sentidos. Por su parte, en el siglo XX, en su Analisis of Mind, Bertrand Russell, lanzó una provocadora hipótesis, según la cual, no hay manera de saber si el mundo inició hace miles de años o tan sólo hace cinco minutos. Dicho en otras palabras, lo que recordamos del pasado es posible que sea completamente irreal. Estas paradojas que plantean problemas referentes a la forma en que adquirimos el conocimiento sobre el mundo y su historia, quieren también llamar la atención sobre los frágiles cimientos en los que se asientan nuestras más arraigadas certidumbres. Siguiendo las paradojas de estos pensadores, quisiera plantear un problema hipotético: ¿Qué pasaría si de repente, un buen día, ese genio maligno borrara de nuestra mente todo lo que conocemos sobre nuestro pasado individual y colectivo? ¿Cómo recuperaríamos nuestra historia? ¿A qué archivos, libros, fotografías, pinturas, monumentos, edificios, videos, etc., le adjudicaríamos mayor fidelidad sobre los hechos históricos? ¿De qué manera explicaríamos nuestro presente y plantearíamos nuestras perspectivas a futuro? ¿Tendría algún sentido el presente? ¿Es posible que aún desconociendo ese pasado seguiríamos actuando de la misma manera en una suerte de fatalidad histórica o, por el contrario, sería una oportunidad para actuar con mayor libertad?
Interesante propuesta para nuestra imaginación.
Me gustaMe gusta