I sing the song of experience like William Blake/
I have no apologies to make
Bob Dylan
Según “el reloj del Juicio Final” estamos a tan sólo cien segundos antes del fin del mundo. Desde que los científicos atómicos instauraron este reloj simbólico, es lo más cerca que nos encontramos de la media noche[1]. No es para menos. Hoy la serie de problemas de toda índole a la que nos enfrentamos como humanidad han encendido los focos rojos. Y no sólo de la comunidad científica. Sobre todo, desde la pandemia causada por el virus del Covid 19, la amenaza a dejado de ser una fantasía y a irrumpido con toda su verdad y realidad, por factores que van desde el cambio climático, hasta la constante amenaza de una guerra nuclear, entre otros factores que día con día son conocidos y percibidos en carne propia por amplios sectores de la población. Nos encontramos, sin exagerar, ante un drama histórico sin precedentes.
Sin embargo, hay grupos sociales que este tan cacareado apocalipsis lo vienen padeciendo desde hace más de 500 años cuando el sistema capitalista irrumpió en escena, tal es el caso de los campesinos, a los que de cuando en cuando se les firma su acta de defunción, ya sea porque son inútiles al sistema o porque no se les reconoce su centralidad en el proceso de explotación y acumulación. Recientemente, gracias al avance científico y tecnológico, a los campesinos de plano se les ha relegado a un espacio que ya ni siquiera tiene que ver con los márgenes a los que siempre han sido relegados. Ahora, se nos dice, son una rémora del pasado precapitalista que pronto desaparecerá.
A contrapelo de esta postura, no por hegemónica un tanto ingenua, los aferrados rústicos plantean, en el subsuelo y de manera silenciosa para quien no quiere escuchar, novedosas formas de resistencias y no es exagerado decir, como lo han hecho notar diversos científicos sociales, son los que están ofreciendo alternativas ante este desbocado y suicida sujeto capital, como lo nombró y conceptualizo en este trabajo de investigación.
Ahora bien, hablar de los campesinos y de su lucha contra el sujeto capital (una lucha que es de todos y todas, incluso del más capitalista de los hombres) en términos generales y abstractos, sería caer en el mismo error que he querido evitar. Es por eso que considero para conocer este conflicto cotidiano y de una raigambre histórica de larga duración, es necesario realizar el análisis desde un caso concreto y delimitado en el espacio y el tiempo, siguiendo el precepto de los antiguos alquimistas, según el cual lo que ocurre en un aspecto particular se conecta de manera directa con el todo y de alguna forma lo expresa. O en otras palabras y retomando como metáfora la geometría fractal, es como si al analizar una parte en cierta medida estuviéramos haciendo referencia a la totalidad del que forma parte.
Para ello, voy a analizar a detalle el conflicto que desde el año 2012 hasta la fecha, un grupo minoritario de campesinos conformaron el Movimiento Santiago de Anaya se vive y se defiende…(MISA) para oponerse a la instalación en su territorio de una trituradora y cementera de la corporación Carso-Elementia. Y es que, si bien la empresa logró instalarse sin muchas dificultades y la oposición de este grupo de campesinos y campesinas que conformó el MISA emprendió acciones más bien simbólicas y legales que nada lograron evitar, al comprender a detalle los aspectos más relevantes del conflicto, podremos abordar un par de preguntas que nos permitirá analizar a detalle de qué forma opera el sistema capitalista en el siglo XXI en el mundo rural desde un enfoque psicopolítico. Estas preguntas son a saber: ¿Quién es este sujeto? y ¿Qué características y relaciones lo definen?
Para lograr una mejor aproximación a estas preguntas tuve que solventar algunas dificultades que se fueron presentando en la investigación participativa que realicé con los integrantes del MISA. Dichas dificultades fueron en su mayor parte de orden teórico y analítico, pues debo confesar que me costó demasiado el encontrar el enfoque que mejor me satisficiera y que desde luego aportará algo diferente a los cientos de investigaciones que se realizan en la actualidad. Y es que, si estamos a un pasito del Juicio Final, lo de menos es hacer un esfuerzo por contribuir si no con una investigación del todo original y diferente, sí a ofrecer un enfoque distinto que avive el debate en las catacumbas enmohecidas del mundo académico. Para ello, hice caso de una recomendación que en un seminario nos hizo Roberto Diego, un profesor del posgrado en Desarrollo Rural. Según él, el eje de investigación constituye la parte medular de una tesis, pues son, eso lo digo yo, como los ejes de una carreta que, aunque desvencijada y maltrecha, nos permitirá llegar a buen puerto. El eje de este trabajo queda formulado en una simple línea: El verdadero y real sujeto de la sociedad capitalista es el capital. Las casi doscientas páginas restantes constituyen el desenvolvimiento de este eje. Queda en manos del lector decidir si la carreta llega, a pesar de sus meandros y volteretas, a la meta deseada o si, a pesar del esfuerzo, se estrelló en el camino.
[1] El reloj del Juicio Final fue instaurado en 1947 ante la amenaza que representaban en ese tiempo las armas nucleares.