En su libro sobre la pandemia, el filósofo Slavoj Zizek (2020:28), observa que “Otro fenómeno extraño que podemos observar es el regreso triunfante del animismo capitalista, de tratar los fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero como entidades vivas”. Esta tendencia al animismo sobre la que atinadamente llama la atención el pensador esloveno, no es muy común que se la tome en serio, más allá de una recurrente metáfora. O, dicho en otras palabras, no existe un aparato categorial desde el pensamiento crítico que se acerque al capitalismo desde esa tendencia al animismo. En mi caso, fue ante las dificultades que el problema de investigación me planteaba que se me ocurrió hacer una posible personificación del capital, es decir, analizarlo como si fuera un sujeto con vida propia. Esto me llevó a ver con nuevos ojos los planteamientos de Marx y a indagar en algunos pensadores que se toman en serio el mundo de la imaginación y la literatura.

Tal es el caso de Walter Benjamin, el cual poetizó las ciencias sociales. El mejor ejemplo de lo que afirmo son sus famosas tesis sobre la filosofía de la historia. Retomo a continuación la primera tesis, pues me parece que se relaciona con los hexagramas que a lo largo de este blog trataremos de comprender: 

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad, se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérsela _sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

Son un sin fin las paradojas a las que nos invita adentrarnos Benjamin en esta primera tesis. Pero vayámonos por partes. La primera y más evidente es la unión que hace entre materialismo histórico y teología. ¿Cómo unir las cuestiones de dios con cuestiones más terrenas como las miserias de sangre y destrucción que conocemos con el nombre de historia?

Me parece que si se cambia la pregunta por qué que se hacen los materialistas históricos por el qué y quiénes podemos llegar a las mismas conclusiones, pero por otro camino acaso más sanador porque las últimas son preguntas eminentemente psicológicas.

Este esquema lo retomo de los siete momentos del cambio social de David Harvey el cuál lo retoma a su vez de una nota al pie que aparece en el libro El capital de Marx:

Dice Benjamin que el muñeco es el materialismo histórico y que el alma de ese muñeco es la teología. El debate clásico sobre el sujeto, pone en un extremo la perspectiva según la cual los seres humanos somos producto de las relaciones y fuerzas de producción. En el otro, está la perspectiva que le otorga al individuo una completa libertad en sus acciones en su interacción social. Desde luego, a lo largo de los años estas posturas se han matizado. Pero más o menos y esquemáticamente es la forma en que se debate en los círculos académicos. Existe, me parece, otra vía, la de comprender a un sistema social como si fuera un sujeto. Desde la psicología analítica de Hillman, se trata de personificar.  Este tipo de propuesta para comprender la realidad está más cerca de la poesía, la literatura y el mito. También está más cerca del lenguaje popular. En algunos pueblos campesinos del Valle del Mezquital a este sujeto le llaman “monstruo”.  Así y a su modo, tratan de comprender metafóricamente el sistema histórico en el cual vivimos.

Para adentrarnos a la disputa entre estos dos modos de vida es interesante la propuesta de Kenneth Burke:

Primero, contrapondría el “dramatismo” al “cientismo”. Al hacerlo, no implico necesariamente una desconfianza de la ciencia como tal. Sencillamente quiero decir que se puede uno acercar al lenguaje en particular y a las relaciones humanas en general en términos de acción en vez de términos de conocimiento (o en términos de “forma” más bien que en términos de “percepción”). El enfoque “cientista” se logra a través de alguna pregunta esencialmente epistemológica tal como ¿“qué es lo que veo al mirar este objeto?” o ¿”cómo lo veo?”. Pero las preguntas típicamente “dramatísticas” serían: “de qué, a través de qué, a qué, procede esta forma en particular?, ¿qué se relaciona con qué en esta estructura de términos?, o “¿cómo me ´purifica´ una tragedia (si en realidad lo hace)? Cualquiera de los dos enfoques termina por usurpar los territorios reclamados por el otro. Pero la vía de entrada es diferente; el dramatismo comienza con el problema de acción, o forma, y el cientismo con problemas de conocimiento o percepción (uno enfatiza lo “ontológico”, el otro lo “epistemológico” –aunque decirlo nos recuerda que cada uno termina por implicar al otro-) (Burke, 2014: 55).

Esta propuesta la resume en un esquema que a continuación presento con algunas modificaciones: 

El sustento del método que propongo para presentar los resultados, se basa en este marco teórico, el cual, si bien recupera conceptos sumamente abstractos, parte de una experiencia concreta con actores bien delimitados. Los antiguos alquimistas solían decir que existen vasos comunicantes entre el mundo microscópico y el mundo macroscópico. Lo que intento con este marco teórico es sustentar el análisis de un estudio de caso en toda su singularidad, sin olvidar que son parte de un drama más amplio y general.

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