Tus senos,
mi patria,
soles de piel morena
de los que bebo y como
hasta saciarme,
miran con otros ojos
a otro cielo más claro,
como cuando la Sulamita
entrega el alma a dios,
pero los tuyos
son de carne,
manantial de vida
perpetuamente abierto
a mi boca sedienta.
Sinfonía de aromas y sabores,
déjame habitar esos ángeles,
esos pilares
de los bosques y selvas.
Junto a los míos,
apenas
leves colinas
en el páramo,
los tuyos son la montaña sagrada
que da de comer
a la luna y las flores
y al pueblo entero.
Los míos pequeñitos
se alían a los tuyos
como el rosal a la vid,
y en esa embriaguez
son tierra prometida,
carnoso fruto de amor
después del diluvio.
Dame de comer
de esa patria
de esa miel y esa leche
de esta tierra,
madre, hermana, hija,
déjame hundirme
en ese río
de purificación,
yo soy la peregrina
eternamente sedienta
de ti,
déjame navegar
hasta perderme entera.
Mi lengua atiza,
instrumento de infinitas cuerdas,
sueños dormidos
en tus senos que huelen
a pan fresco y ropa limpia,
y tus pezones se erizan
y huelen también
a geranios y jazmines
y a primavera
y a la tierra después de la lluvia;
saben
a las tortitas de maíz
con piedras de hormiguero
que hacía mi abuela.
Y entonces abro los ojos
y veo otra realidad,
las sábanas y las cortinas
son la certeza de lo que es
tierno, suave, inmenso.
El tiempo es una espiral infinita
y lo sé por tus senos.
Hay átomos por descubrir o inventar
y lo sé por tus senos.
Así que por favor,
hagamos un acuerdo
que sellará mi canto:
cuando muera
que no te importe nada ni nadie,
descubre tus senos,
acércate y fúndete conmigo,
abrázame con tu fuego inmarcesible,
sino revivo
que me dejen dormir
tranquila en mi patria.
Chantal Hernández (1988) nació en la Ciudad de México y estudió derecho. Ha participado en distintas organizaciones sociales y movimientos feministas. El título de su poemario El jardín de Lesbos (2017), no oculta sus preferencias sexuales ni su gusto por la poesía erótica. Es también foto reportera.