En el prólogo, Cervantes nos advierte que no es padre sino padrastro de don Quijote. En este capítulo nos explica que el verdadero autor es un tal historiador arábigo Cide Hamete Benengeli y que la obra que tenemos en nuestras manos es una traducción. Esos juegos metaliterarios exacerban la ficción y la irrealidad y al mismo tiempo enfatizan el papel de la literatura como una maquinaria creadora de mentiras y fabulaciones que nos acercan a la verdad. De manera más concreta, la novela, esa invención cervantina, es una herramienta de las pocas que aún nos quedan, para hacer la crítica de nuestra mistificada y falseada realidad.

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