Dicen del Quijote que es una novela de crítica ácida ante todas las utopías habidas y por haber. Aunque creo que es verdad, a mi me parece que en este capítulo se trasluce una admiración cervantina por el mundo rústico. De ahí el largo discurso de don Quijote sobre los siglos dorados cuando no había ni tuyo ni mío. Desde luego el alcalaíno acto seguido nos dice que esa larga arenga bien se pudiera excusar. Pero ya se sabe, con Cervantes o Cide Hamete, hay que andar con cuidado, porque como dice una cosa dice otra. Además, ¿Quién no siente respeto ante los cabreros que incluso le curan su herida a don Quijote, sin necesidad de mágicos brebajes, sino simple y sencillamente con sal y romero?

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