Se sabe poco de la vida de Cervantes, lo que ha dado pie a acrecentar el mito y la fabulación en torno a los sucesos y experiencias más significativos de sus obras. Sabemos que estuvo preso y que peleó en la batalla de Lepanto con singular valentía. También que era cobrador de impuestos y que ese trabajo le permitió conocer su tierra, entre otras muchas minucias. Pero de su personalidad sabemos poco y lo que sabemos está aderezado por la petrificación que quiere ver en cada genio un dechado de virtudes. Sin embargo, por lo que se lee en el Quijote, la concepción que el alcalaíno tenía de las mujeres es muy liberal para su tiempo. Tal es el caso de la «remilgosa Marcela» que pese a su belleza, decide no casarse y causa las penas de cuantos la miran. La historia de Marcela y el estudiante Grisóstomo (no hay que olvidar que Cervantes siempre se burla de los académicos y doctos casi siempre estudiantes de Salamanca) muestra esa rebeldía de las mujeres cervantinas más representativas, cuya excepción es la sin par Dulcinea, real sólo en las ensoñaciones de don Quijote.

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