La luna lava la ropa

colgada en las azoteas,

pule las húmedas calles

y en los charcos aletea.

Se bebe la luz de un río:

el tiempo que pasa y queda,

el pasado ya es presente

ella es diosa mensajera.

Las farolas se encendieron

y son visibles tus venas

ardiendo entre las montañas

pueblo corazón de piedra.

Por ahí andan ya los muertos

por callejas y escaleras

y la muchacha del mito

se asoma por la vereda.

Noche brasa de obsidiana

de los abuelos toltecas,

cayó la gran Tenochtitlan

tu amado se fue a la guerra.

Por favor canta muchacha

en esta noche tan negra,

y llora con tu voz azul

los dolores de tu pena.

Los muertos aunque no hablan

bien se siente su presencia,

las cosas son su recuerdo

no permiten que se mienta.

Del llanto de la muchacha

muy pocos se darán cuenta,

si acaso ladran los perros

a la muerte que olfatean.

Como un símbolo de pronto

el viento trae la niebla,

son las noches de la peste

todavía es cuarentena.

Pero la luna se obstina

y el tiempo trenza otra cuerda:

los dioses nunca se fueron

son memoria que regresa.

La muchacha ya no llora

es silencio que se queda

balbuceando en las esquinas

en esta noche cualquiera.

Pedro Vázquez

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