Tal vez una de las cosas que más me gustan del Quijote son los largos diálogos que se enredan con las aventuras de amo y escudero que en cada capítulo se nos presentan. Esa destreza en el diálogo es procedimiento muy de la novela que por ley de su arte plebeyo y democrático quiere darnos distintos puntos de vista. En este capítulo tan jocoso como disparatado, encuentro otro de los perfiles que definen a don Quijote como personaje: el ansía del hombre moderno por forjarse, nombre, fama y fortuna por sus propios méritos y no por el linaje. Tengo para mí que Cervantes no sólo se burlaba de sí mismo y de la sociedad en la cual vivió, también se burlaba de las aspiraciones del hombre moderno que por esas fechas estaba floreciendo.

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