La Prudencia es una vieja solterona, rica y fea, que la Incapacidad corteja.

William Blake

Como todos los domingos, hoy fui a visitar a doña Prudencia. Cuando salí a la calle, la noche aún estaba amoratada por los azules del cielo. El viento, en este tibio octubre sin niebla, era un escarmenador que destrenzaba la cabellera de las lámparas y las desparramaba despacio por las calles.

Cuando llegué a su casa la noche ya estaba madura como un higo. Y me pasó lo de siempre. Era yo un manojo de nervios, las manos me sudaban, mi corazón se me quería salir y sentí el anillo que cada semana llevo en el pecho, metido en la bolsa de mi almidonada y blanca camisa. Al fin me animé a tocar el zaguán. Toqué varias veces. Aunque doña Prude -así le digo de cariño- siempre se tarda en abrir, esta vez la tardanza la adjudiqué al borlote que se traían los perros con la luna. De hecho, a mi lado había un perro que le ladraba con singular alegría, con un pelaje negro brillante como si lo hubieran untado con el aceite de la luna. A las quinientas, abrió ella, porque los domingos descansa el jardinero. Su vestido de tul negro bien abotonado desde el cuello hasta el suelo -¡ni un huesito le he visto en diez años de venir cada semana!- había sido salpicado, sobre todo el encaje, por harina de la luna.

La noche estaba animosa y como una de mis tantas resignadas costumbres, venía decidido a pedirle matrimonio. Doña Prude es vieja y fea, y esta vez, lo que sea de cada quien, con las fulguraciones de la Luna parecía como las viejecitas de los cuentos o de los sueños. Aún con esa tierna fealdad, me puse tan nervioso cuando la vi, como si estuviera con aquella diosa escandinava de mi juventud, a la que nunca me atreví a besar aunque ella, buena como una virgen, me permitió navegar en sus ojos verdes durante días y noches como si fuera montado en un tigre de bengala. Me pregunto si ese tonto nerviosismo se debe a las ansias que tengo de salir de esta pobreza y al temor que tengo de que se me note. Y es que en la vida no me ha ido muy bien que digamos y doña Prude es la más rica del pueblo. Pretendientes no le faltan. Pero sé que yo soy uno de sus predilectos porque me deja visitarla los domingos, me invita a pasar hasta la sala de su casa de largos corredores que huelen a naftalina y galletas mojadas e, invariablemente, me invita un té de ruda con miel y florecitas amarillas que da gusto ver como flotan en la taza de fina porcelana.

Esta vez, cuando sirvió el té de ruda, que es tan bueno para los males de estómago que ella y yo padecemos, sentí un alivio adicional porque el olor a naftalina era más intenso y se diluyó al menos por un rato. Hablamos de sus negocios, de las milagrosas noches de octubre sin niebla y de sus pretensiones de hacerse de más terrenitos. No sé si animado por las fulguraciones de la luna o si por el sopor del floripondio del jardín que se coló a ráfagas por la ventana abierta, pero saqué el anillo antes que de costumbre -por lo regular lo saco cuando ya voy a despedirme-, tomé su mano y sentí como si tocara cartón viejo y arrugado que de pronto se cerrara con fuerza. Una fuerza que parece un milagro en esa piel decrépita. No dejó que le pusiera el anillo. Aun así le dije, mirando sus ojos glaucos empapados de harina de la luna:

-Doña Prudencia -pronuncié su nombre completo para que supiera que hablaba en serio- cásese conmigo. No nos vamos a llevar nada en esta vida. Somos solo memoria y el universo lo primero que se traga es precisamente la memoria.

Su cara pareció más fea y arrugada a causa de mi atrevimiento. Me dijo:

-Yo ya no estoy para esos trotes, don Incapacidad

Le contesté como le contestó cuando tengo miedo de hacerla enojar:

-Yo nomás decía, doña Prude

Ella soltó una risita burlona y entonces se asomó su dentadura de perfecta porcelana. Seguimos hablando de cosas sin importancia un par de horas más. Cuando salí, el perro ya no estaba. La luna parecía un ojo plateado en el centro del cielo negro.

Ahora me toca esperar al próximo domingo y volver a intentarlo. Tengo la esperanza que esta vez doña Prude me dé el sí o, al menos, me conteste otra cosa.

*Arturo Herrera

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s