Anoche salí al patio a sentarme un rato a mirar el cielo que esta vez está un poco nublado pero que aún así se asoman algunas estrellas. La noche es cálida y callada. De repente un grillo entona su musiquilla. Lo siento muy cerca de donde estoy, aunque es seguro que esté más lejos de lo que creo. Después de unos minutos de poner atención al murmurar del grillo, su melodía es una agua monótona y eléctricamente embriagadora. Recuerdo entonces un poema breve de Octavio Paz:
Es grande el cielo
y arriba siembran mundos.
Imperturbable,
prosigue en tanta noche
el grillo berbiquí.
Y después recuerdo vagamente otros grillos de otros poemas. Pienso entonces que lo que percibimos ya está enriquecido y determinado por lo que otros hombres han sentido, soñado y cantado. Algo me hermana a ellos y su voz retumba con la persistencia de ese grillo cósmico de Paz. En ese sentido, la tarea del poeta cumple la función arquetípica de Prometeo: dar fuego a los hombres y hacer habitable el mundo. Sin embargo, hay otras actividades humanas que también tienen esta misión o que corresponden a la misma función arquetípica. Tal es el caso de la ciencia y la tecnología que buscan arrebatar a los dioses el fuego del conocimiento y el poder de transformar el mundo, tratando de descubrir sus más íntimos secretos para beneficio de la humanidad.
Aquí tenemos pues, una imagen que nos ayudará a bucear por los mitos que sustentan nuestra presencia individual y colectiva, científica y poética. Vale la pena que nos preguntemos ¿Quién es Prometeo? Según lo que nos cuentan los mitólogos desde Hesíodo hasta nuestros días, no es ni un dios ni un héroe. Se sabe también que, al no ser una deidad, en la antigüedad no se erigieron templos en su nombre. De Esquilo nos quedó el Prometeo encadenado, la mejor de sus tragedias. A Hesíodo le debemos los principales mitos relacionados a su figura. Cuenta que un día, para evitar un conflicto entre los mortales y los dioses a causa del reparto de los sacrificios, como Prometeo era sabio, se le consultó y éste armó una treta. Se sacrificó un toro, puso de un lado los huesos recubiertos con la piel del animal y, en el otro lado puso la carne y las vísceras amontonadas. Le tocó elegir a Zeus y eligió los huesos y la piel. Desde ese día a los hombres les tocaría la mejor parte de los sacrificios. Zeus se encolerizó y quitó el fuego a los mortales: si era de ellos la jugosa carne, la comerían cruda. Entonces Prometeo robó el fuego a los dioses y se los dio a los hombres. Zeus se encoleriza aún más y manda una mujer, Pandora, y con ello les mandó la dura fatiga, el dolor, la enfermedad y la muerte. Por su parte a Prometeo lo amarró a una roca donde un águila todos los días se encargara de comerle el hígado, hasta que un día Hefesto lo libera y, una vez más, hay reconciliación y equilibrio. Por último, otro de los mitos que quisiera referir, es aquel que señala que Prometeo sabe proféticamente quien derrocará a Zeus, aunque nunca dirá su nombre.
Traigo a colación el mito griego porque los filósofos e intelectuales que defienden el que he llamado transhumanismo tecnocientífico, declaran que sus postulados sobre la manipulación genética , la búsqueda de la eterna juventud y el dominio de la naturaleza, son tareas inspiradas en Prometeo. Bajo el mito apropiado, se esconde una concepción antropocéntrica sobre la naturaleza muy arraigada en el pensamiento occidental. Todo gira al rededor nuestro y si el ser humano no está, el cosmos carece de sentido.
De ahí que la primera cuestión que hay que analizar es ese trasfondo en la ideología transhumanista tecnocientífica. Según un célebre artículo de Nick Bostrom, que más adelante analizaré a detalle, hay altas posibilidades de que seamos una simulación virtual creada por una civilización super inteligente y más avanzada que la nuestra. La hipótesis, aunque extravagante, no es nueva. Recuerda a Platón y su caverna y con ello a la larga tradición filosófica de Occidente. Recuerda a la película Matrix y la larga tradición de mitos y leyendas que se han forjado ante la extrañeza de nuestro universo. Aún así, hay algo nuevo en esta postura. A diferencia de los filósofos de la antigüedad, esta simulación según quieren creer los transhumanistas, es producto no de un Dios o demiurgo maligno sino de una civilización. Es decir, de seres humanos como nosotros, pero mucho más inteligentes y adelantados tecnológicamente. De ahí la utopía que los mueve para buscar igualar a nuestros ancestros.
Lo que quiero señalar de entrada es que esa ideología que parece muy prometedora, también se emparenta con las ideas de mejoramiento de la raza que aplicaron los nazis el siglo pasado, sólo que si sus postulados se llevaran a la práctica al pie de la letra (y tienen a los hombres más poderosos del mundo de su lado para hacerlo), los experimentos de Hitler y sus secuaces, serían considerados un juego de niños. ¿Qué hacer ante esta situación? El problema es tan grave que, exige un cambio generado por la multitud a escala global. Lo que intuyo es que si ese movimiento mundial, si esa irrupción de lo imposible e inimaginable se hace posible e imaginable y se lleva a cabo, la poesía estará presente y será necesaria.
No sé si concuerdo del todo con la visión cósmica de Dante. Su visión no es antropocéntrica sino cósmica, pero sigue postulando un creador primigenio, un motor inmóvil que todo lo creo de la nada. Es pues, creacionista. En las entregas siguientes habrá que dialogar con otras visiones cósmicas y adecuar el trashumanar poético a nuestras búsquedas y urgencias presentes. En el canto primero, Dante, para ejemplificar lo que significa la nueva palabra que nos regala, dice:
Nel suo aspetto tal dentro mi fei,
qual si fé Glauco nel gustar de l’erba
che ‘l fé consorto in mar de li altri dèi.
Trasumanar significar per verba
non si poria; però l’essemplo basti
a cui esperienza grazia serba.
Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo.
Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia.
El mito cuenta que Glauco era un humilde pescador que al comer unas yerbas se metamorfoseo en un inmortal con una larga melena y barba del color de las algas marinas. Oceano y Tetis lo purificaron de su naturaleza humana recitando varias canciones y bañándolo en el mar. Dice Dante que con ese ejemplo le basta y le sobra para quien haya experimentado el trashumanar. Es el sentimiento oceánico que se ha experimentado desde tiempos inmemoriales. Un sentimiento que nos hace uno con el cosmos. Creo que el bardo no pone más ejemplos porque todos hemos tenido la gracia de experimentar esos momentos. Es una experiencia íntima y personal y a su vez colectiva y comunitaria. Y no se necesita mucho, acaso un grillo entonando su chispeante canto entre la yerba.
El transhumanismo tecnocientífico quiere la inmortalidad del alma y el cuerpo humanos. Su intento, se relaciona con la hybris griega, una enloquecida afrenta a los dioses que acaba por destruir a quien la hace. El transhumanismo poético quiere trascender la naturaleza humana, reconociendo que se es una parte ínfima e insignificante, apenas un parpadeo en la música del cosmos. Y sin embargo, hay instantes privilegiados donde comprendemos. No lo podemos expresar con palabras (a veces los poetas logran fijar el vértigo), pero ya no le tenemos miedo a la muerte. De esta manera, el tipo de experiencia que contiene la palabra trashumanar tiene poco que ver con la cibernética y los algoritmos. Es una experiencia poético religiosa sobre el alma del mundo. Por lo tanto, no nos la puede dar, por más chips que nos implanten para aumentar nuestra inteligencia, la ciencia ingenieril del transhumanismo tecnocientífico.