Hay momentos, instantes intensos y fugaces en la vida, en los cuales creemos intuir quienes somos. En la literatura conozco dos casos célebres. El primero es cuando al final del Purgatorio, Beatriz pronuncia el nombre de Dante por primera y única vez en todo el poema. El segundo es el de este capítulo del Quijote: «Sólo libro bien con él un soldado español llamado de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y por la menor cosa de muchas que hizo teníamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entretenernos y admirarnos harto mejor que con el cuento de mi historia».

Hace algunos años intenté leer Cervantes, La conquista de la ironía, de cuyo nombre del biógrafo no quiero acordarme. La biografía, bien documentada hasta donde se puede, es sumamente aburrida. Tuve que dejar el libro a la mitad. De Cervantes se sabe un poco más que de Shakespeare, pero sólo un poco más. Y lo que se sabe creo que esta envuelto con la fantasía y el mito. A Cervantes hay que conocerlo por medio de sus obras, y sobre todo por medio del Quijote. Ese viaje prodigioso por su alma y el alma de su pueblo. Con suerte y algo acabaremos conociéndonos a nosotros mismos.

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