¡Qué coincidencia! Apenas el día de ayer fue la celebración a los fieles difuntos y hoy leo que este capítulo trata sobre el encuentro que tuvo de don Quijote con la carreta de la Muerte, una compañía de teatro que viene de representar en un pueblo el auto de Las Cortes de la Muerte, una obra cuya autoría se atribuye a Lope de Vega. Este es un capítulo que tiene tantas lecturas que es imposible abarcar en un simple comentario de aficionado. Sólo voy a resaltar las dos que más me fascinaron en el uso que Cervantes hace de la literatura como medio para conocerse y conocer su tiempo. Una forma de amar y odiar a la vez a los otros y así mismo. La primera es cuando don Quijote se acerca a la compañía y entabla un diálogo con el demonio al que le dice que desde muchacho fue aficionado a la «carátula» y la «farándula». Al final del diálogo hay una nota al pie en la edición que estoy leyendo que dice: «Varios críticos han jugado con la idea de que don Quijote no perdió nunca esa afición por el teatro y de hecho se comporta como un actor; no es que se crea caballero andante, sino que finge serlo, como si estuviera en escena.» ¿Fascinante, no? Después de leer este capítulo me pregunto si no hacemos lo mismo todo el tiempo. Al fin y al cabo son muchas las horas al día en que estamos en escena, o ¿no? ¿A poco siempre somos los mismos? ¿Cuántas mil y un caretas usamos al día? Las peores y más farsantes son las virtuales: Facebook, Instagram, Twitter principalmente. Cada uno de nosotros, hipócrita lector, mi amigo, mi hermano, somos una compañía de teatro ambulante. Con la Muerte abordo. En fin. El segundo comentario es respecto a Lope de Vega y su rivalidad con Cervantes. De hecho, el alcalaíno creyó que el falso don Quijote o llamado Quijote de Avellaneda lo escribió Lope o alguien allegado a él. Pues bien, aquí entre líneas me parece que hay una tunda que le pone al famoso dramaturgo. Hace un par de días leí Zen en el arte escribir de Ray Bradbury. Ensayos deslumbrantes que recomiendo que ha quien le gusta escribir lo lea. En uno de ellos Bradbury, señala que los grandes creadores escriben con pasión sobre lo que odian y lo que aman. Escriben con tripas y corazón. En ese mismo ensayo cuenta como escribió contra algo que detestaba y dice: «cuando fui a colgar los guantes, vi que estaban manchados de sangre». Creo que lo mismo pudo decir Cervantes respecto a Lope.

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