En mi plegaria, antes que a todos los dioses, invoco a la tierra, la primera que tiene el don de conocer anticipadamente

Esquilo

Las primeras imágenes me las enviaron a mi celular a eso de las cinco de la tarde. Un surtidor de gasolina ondeaba con el viento. Alrededor personas, cientos de hombres y mujeres, incluso niños, con garrafones y cubetas de plástico se arremolinan al rededor de la fuente que brota de un ducto de Pemex perforado. Así me fueron llegando distintos videos y fotografías que mostraban yendo y viniendo con barullo. Incluso hay personas que se empapan de gasolina. Eso en el epicentro del drama. A lo lejos, muchos observan el escenario y graban con sus teléfonos las escenas. También los soldados a la distancia sólo miran. Alguien de los que graba dice en voz en off: ¡Qué barbaridad, en cualquier momento puede ocurrir una tragedia! En efecto, la inminente tragedia ocurrió en la noche, a las 19:04. Horas y horas de salir a borbotones la gasolina y bastó un segundo para que aquello empezará a arder. Según los peritajes oficiales, la explosión en Tlahuelilpan se debió al roce de las ropas sintéticas y el exceso de personas que había en el lugar. De repente, una alta lengua de fuego que suelta bocanadas de humo, se alza entre las milpas y varias personas corren prendidas por el fuego. Mientras los cuerpos se revuelcan en el suelo o corren pidiendo ayuda, hay una gritería de angustiado espanto. Los pirules y sabinos parecían absortos por el brillo del fuego. La tragedia sucedió el 18 de enero del 2019. Los días subsecuentes se sepultaron a las personas fallecidas. Al principio se reportaron 73 muertos y 74 heridos, pero debido a la gravedad de las lesiones, la cifra ascendió a 137 muertos.

En los primeros momentos hubo confusión, espasmo y caos. Sonido de ambulancias. Los videos que circulan por las redes sociales se hacen virales. Pese a la dimensión de la tragedia, me llegó a mi celular por parte de un conocido un meme donde se leía la leyenda «El baile del huachicolero» que mostraba a las personas ardiendo en llamas y caminando con los brazos extendidos. Me quedé mudo y se me hizo un nudo en la garganta. Aún me pregunto y no encuentro una respuesta clara ¿Cómo es posible que las personas se estuvieran burlando de un evento tan doloroso? Eso no fue lo peor. En los días subsecuentes en las mismas redes sociales y en la calle empecé a escuchar comentarios ofensivos, humillantes y estúpidos sobre que esas eran las consecuencias por robarse la gasolina. Así lo explica Mauro González Luna en un lúcido y conmovedor artículo en la revista Proceso:

Todo el país debió y debiera estar de luto. Sin embargo, las redes sociales en general, se volcaron para picotear y desgarrar a los muertos con comentarios de buitres: injuriando muchos los restos calcinados de esas personas porque cuando vivos, se atrevieron a robar unas cubetas de gasolina para ruina, según eso, de la nación entera. Con qué frivolidad las redes lanzan sus condenatorias sentencias en este caso y en el de los migrantes denostados: expresan la “banalidad del mal” tan bien explorada por Hannah Arendt.

Por fortuna también hubo la consternación de muchos otros que nos condolimos por el dolor del prójimo. No juzgamos y guardamos el debido silencio. Sin embargo, a mí me llamó la atención esta banalidad del mal señalada por Mauro González. Un par de meses antes empecé a leer a Hannah Arendt y sus estudios sobre la condición humana, el totalitarismo y el mal. Ya antes de la tragedia, por sucesos que más adelante comento, quería comprender el procesos de degradación humana que observaba en algunas personas. Por donde quiera que andaba escuchaba comentarios o veía actitudes que me señalaban que algo oculto y malsano se enquistaba en los corazones. Me parecía que estábamos viviendo una mutación que agudizaba la polarización, la violencia, el odio y la indiferencia. Por eso este acontecimiento fue un viraje en mi investigación sobre los campesinos en el Valle del Mezquital. No pude ir a Tlahuelilpan, pues unos días después de lo ocurrido me iba de viaje a Australia por un año. Pero un día antes de mi partida vi en Pachuca a un amigo de la región que me comentó sobre lo ocurrido visiblemente consternado y afligido. «Todo se comenzó a podrir, dijo, cuando nos pusieron esos tubos», refiriéndose a los ductos de Pemex que desde los años setenta proliferaron por la región de Tula. Y es cierto, pero se empezó a pudrir más y de manera acelerada en las primeras décadas del siglo XXI. Principalmente en el sexenio de Peña Nieto y la implementación de la reforma energética y otras reformas que la acompañaron. Todavía tengo muy frescos en la memoria de qué manera se acrecentaron los problemas relacionados con los hidrocarburos vertiginosamente. Para poner un ejemplo particular, ese mismo amigo que había participado en los primeros días del año 2017 en la movilización popular en contra del aumento en el precio de las gasolinas, ahora compraba gasolina, como buena parte de los ciudadanos de esa parte del Valle del Mezquital, producto del robo de combustible al que llaman huachicol.

En ese entonces, en aquel lejanísimo 2019, cuando vivíamos en la vieja normalidad, era más ingenuo que ahora. Como tenía poco de tiempo de haber asumido el poder el nuevo gobierno federal encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, pensé que tomaría una actitud diferente ante los hechos ocurridos. Es el momento, pensé, que un líder de «izquierda» recién estrenado, ponga el freno de mano al tren del capital. Pensé que al menos iba a convocar a un día de luto nacional. Y aunque el día de la tragedia llegó al lugar vestido de luto y mostrando aflicción, de luto no hubo nada. Había que poner en marcha la autonombrada cuarta transformación.

A mis amigos más cercanos les hice saber mi opinión, me parecía una insensibilidad mezquina, por decir lo menos, la del presidente. Mis amigos me tranquilizaron recordándome que soy un idealista que nada sé de la cochina política. Y justificaron su actitud. En ese tiempo me hicieron dudar: aún me faltaba escuchar las peores justificaciones ante actitudes igual de nefastas. La banalidad del mal tiene muchas formas superfluas de manifestarse. En aquel entonces, el presidente, a dos días después de lo ocurrido anunciaba, con un militar al lado, las obras fundamentales de su gobierno. Recuerdo que mi indignación crecía conforme veía sus muestras de insensibilidad. Nadie quería ver nada e incluso se molestaban ante mis comentarios. Me pregunté ¿estaré de veras tan errado? Como casi siempre que le hago caso a mi intuición doy en el clavo, me dejé guiar por ella. Fui de los que primero se decepcionaron de las promesas de un cambio verdadero y de sus paladines. Me parecía que esa actitud, que parecía no tener tanta importancia, daba señas de lo que después vendría. Afortunadamente, ya estando en Australia, leí el artículo de Mauro González y ya no me sentí tan solo en mis apreciaciones. En una parte señala:

Las apariencias verbales, las ficciones, las emociones míticas, suplantan los hechos bajo el bombardeo incesante de publicidad masiva. Nietzsche fue el heraldo de la muerte de Dios, de la derrota de la compasión, y del reinado de la fuerza del superhombre, del poder mismo como fin, del legalismo implacable, frío y burocrático para con los infortunados. El silencio ante el dolor de Tlahuelilpan debió ser la pauta elocuente para todos, incluyendo a las autoridades, en esas primeras horas de luto, en esos momentos de sufrimiento indescriptible, indecible, de honda desolación, por lo menos durante un par de días. El luto, el llanto del pueblo, de las madres, de las esposas, de los hijos por sus muertos, demandaba ese pudor, ese respeto.

Estar por primera vez por un largo periodo lejos de México, me ayudó a ver las cosas con mayor claridad. Y me permitió aventurarme por derroteros teóricos distintos para tratar de explicarme la situación de las comunidades campesinas del Valle del Mezquital. Fue un año duro, vertiginoso y atribulado, pero aun así pude reflexionar a mis anchas, alejado del torbellino local en el que había estado sumido los últimos años por proyectos que había emprendido junto con otros compañeros en pequeñas organizaciones campesinas.

Ahora bien, según los planteamientos de Hanna Arendt (2016), la banalidad del mal se da cuando una persona se niega a pensar. A diferencia de lo que comúnmente se entiende por pensar, la autora no se refiere al diálogo silencioso que cada uno de nosotros hacemos con nuestra propia alma. Empecé este apartado con una frase que aparece en Euménides, una de las tragedias de Esquilo. Plegaria se refiere a las palabras que se dirigen a una divinidad, Dios o santo. Pero la Profetiza que emite las palabras al principio del drama, dice, antes que a todos los dioses, invoca primero a la tierra, pues tiene el don de conocer anticipadamente. Walter Benjamin, que algo sabía de profecías sociológicas, propone en su peculiar propuesta analítica, poner un freno al tren de la historia. Como comenta Michael Löwy (2012:13), uno de los principales conceptos benjaminianos es el ahora «ese instante auténtico que interrumpe el continuum de la historia.» Pues bien, es necesario que junto conmigo, desocupado lector o desocupada lectora, nos demoremos con lentitud en los detalles y me acompañes por esas tierras donde ocurrió la tragedia. Al final, tal vez, por medio de las palabras que invocan a la tierra y sus muertos, logremos imaginativamente ponerle un freno al tren de la historia.

Bibliografía

Arendt, Hannah (2016), Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. Penguin Random House, Grupo Editorial, México.

González, Mauro (2019), Tlahuelilpan y la banalidad de las redes sociales, revista semanal Proceso, 2 de febrero de 2019, México.

2 comentarios sobre “La noche en Tlahuelilpan

  1. No sé si un freno al tren de la historia, pero un freno a la falta total de empatía, si que deberíamos poner. Porque el mundo que estamos dejando a quienes nos siguen da pena y asco. No conocía este hecho y me aflige que cosas así pasen desapercibidas entre tanta tontería barata y tanto ruido para despistarnos. ¿Qué hubiera pasado si algo así hubiera ocurrido en New York o en Paris o en… el mundo privilegiado?

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