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Según los resultados del equipo de investigación de la Procuraduría General de la República, la explosión en Tlahuelilpan se debió, según los peritajes, al roce de las ropas sintéticas y el exceso de personas que había en el lugar. Así lo dio a conocer el titular de la institución, Alejandro Gertz Manero de lo ocurrido:
En el momento del siniestro, ese ducto estaba cargado con gasolina de muy alto octanaje, eso genera una serie de gases de una gran letalidad, y por tal razón, en el momento que eso se da, y las personas empiezan a acercarse y moverse de una manera multitudinaria alrededor de esa zona que estaba cargada de gases, muchas de las personas usan ropa de contenido sintético que tienen también la posibilidad de generar reacciones eléctricas. Ese es un principio de investigación, no es una contundencia, ni un resultado final.[1]
A pesar de que esa fue la primera hipótesis unas horas después de lo ocurrido, hasta la fecha no ha cambiado la versión oficial. A casi tres años de lo ocurrido, también se han esgrimido otras causas que explicarían el hecho. El mismo fiscal dio a conocer que había indicios de haber sido un acto deliberado e inducido. Las razones en las que se sustentó ese supuesto, fue que a la gente le llegaron mensajes momentos después de que apareció la fuga para que fueran al lugar por la gasolina. Además, dio a conocer que perforaciones de ese tipo ocurrieron en los últimos meses al menos diez ocasiones. La más significativa duró más de doce horas el día 12 de diciembre del 2018. Por su parte, el presidente López Obrador, dijo que detrás de los acontecimientos pudieron estar involucrados los principales grupos del crimen organizado que operan en el lugar.
Aunque fragmentariamente fueron abordadas por las autoridades, muchas preguntas quedaron sin resolver ¿Qué relación hay con la naturaleza para que haya explosiones en el lugar? ¿De qué manera la tecnología utilizada por Pemex y otras empresas de la región han transformado las relaciones sociales en la vida cotidiana de las personas? ¿cuáles son las estructuras de poder que sustentan esas relaciones? ¿Cómo se vincula la producción industrial y agroindustrial con lo sucedido? La enajenación y mercantilización de la vida generada en el capitalismo sustentada en una ideología de clase ¿de qué manera influyó en la mentalidad de las personas que fueron al lugar? El que exista un Estado con un marco legal corrupto que beneficia a grupos de poder hegemónicos ¿Qué tiene que ver con el huachicol que practican diferentes estratos sociales?
Desde luego que estas preguntas y sus posibles respuestas, para este caso y para las problemáticas generales que viven el país han sido abordadas una y otra vez por las autoridades y grupos de analistas e intelectuales. El presidente López Obrador, todas las mañanas, un día sí y otro también, habla de la corrupción, sobre el periodo neoliberal y la necesidad imperiosa purificar la vida pública. Por su ´parte, intelectuales de diversas corrientes ideológicas, han esgrimido las más diferentes causas de los problemas que enfrentamos. Hay algunos que dan mayor énfasis al problema de nuestras relaciones con la naturaleza y la tecnología, otros hablan de la importancia que tienen las leyes y el Estado en las relaciones de poder cotidianas. Los hay que hacen hincapié en la economía y el desarrollo como causa fundamental de explicación. Por último, existen los que creen, y no son lo menos, que la principal causa del momento en el que estamos, es la mentalidad de las personas. Este tipo de explicaciones, aunque válidas vistas desde su parcialidad, son falsas y, por lo tanto, siguiendo a Luis Villoro (2007), dejan de ser científicas y cumplen la función de una ideología.
Regresemos a tratar de comprender qué y quiénes ocasionaron la tragedia en Tlahuelilpan. Empecemos por la fuerza aplastante de la obviedad. Es obvio que no hay una causa única que haya causado la explosión en Tlahuelilpan. No fue sólo el roce de las ropas sintéticas y las chispas eléctricas que esto genera. Tampoco lo podemos explicar como si únicamente se debiera a la corrupción de Pemex, lo que llaman el huachicol de arriba y el huachicol de abajo. Mucho menos por la mentalidad de las personas.
Aunque tampoco se debe exclusivamente a la llegada de los ductos y el proceso de industrialización que se instauró con virulencia a partir de los años setenta, ahí al menos tenemos un objeto material concreto que, como dicen las personas del lugar, transformó sus vidas por completo. Una de las primeras entrevistas que realicé en San Ildefonso Chantepec, fue a don Cipriano Ángeles, representante legal en ese entonces de la radio Gi ne gä bu h’e th’ o (queremos seguir viviendo). Al preguntarle sobre cómo veía el futuro de su comunidad, me contestó:
No sé qué va a pasar de aquí a unos treinta años en la comunidad, a lo mejor ya no habla ninguno el Hñähñu y pasa como en Mixquiahuala. Ahí me invitó mi sobrino por allá a una fiestecita de una primera comunión, me topé con un señor de ahí, un viejito, tiene como setenta años, le digo: ¿verdad que aquí anteriormente se hablaba el otomí, y ahora quién lo habla? Le pregunto. “Ninguno –dice-, hay unos cuantos que lo hablamos por acá y otros por allá, ya está a punto de morirse, pero ya la lengua ya no lo habla”. Si progresaron muy pronto, durante veinte, treinta años, la comunidad progresaron porque entró el agua negra allí. Todos tienen su parcela, bien cultivada. Tiene tractores, tiene casa de tres pisos, todo tienen. Tiene empacadora, todo ya, la lengua otomí no les interesa. Así me imagino que aquí en San Ildefonso va pasar.[2]
De este modo quisiera resaltar el hecho contundente de que el capitalismo, aunque un proceso en perpetuo movimiento y transformación, se concretiza en objetos materiales. Por ello, al observarlos y buscar que se expresen, si lo hacemos de la manera correcta, sería como sacarle una foto a ese bicho inasible que es el capital.
Visto desde esta perspectiva, se explica por qué las aportaciones de la geografía crítica, la psicología arquetípica, la fenomenología de los elementos que permiten reflexionemos sobre cómo concebimos el espacio, coinciden con el aceleramiento de la transformación desenfrenada del periodo neoliberal.
Y estas corrientes de pensamiento y análisis lo que nos permite y exige es no olvidarnos de las condiciones materiales y, por lo tanto, espaciales y territoriales en nuestra aproximación a la realidad social. No vivimos en espacios homogéneos. Por el contrario, basta mirar a nuestro alrededor, donde quiera que nos encontremos, para percibir el abigarramiento natural y social en el que estamos inmersos.
Todo lo hasta aquí dicho es obvio. Esta frente a nuestros ojos. ¿Por qué seguimos concibiendo el espacio como algo muerto y exterior a nosotros?
James Hillman encuentra en el pensamiento moderno las raíces de esta manera de concebir nuestro estar y ser en el mundo. Al referirse a las fantasías de catástrofe que pueblan nuestra psique, argumenta que esto no es un problema interior como se empeñan en hacernos creer la ideología dominante, y señala:
Esas fantasías hacen realidad la visión apocalíptica cristiana y cumplen al pie de la letra la doctrina de un mundo que ya ha sido declarado muerto por la tradición occidental, un mundo cuya autopsia ha estado presidida por la mente septentrional de Newton y Descartes. Ojalá seamos ahora capaces de ver lo que Blake siempre supo: el apocalipsis que mata el alma del mundo no se encuentra al final del tiempo, no va a venir, sino que se está produciendo ahora, y sus jinetes son Newton y Locke, Kant y Descartes. Las fantasías del fin literal del mundo anuncian, sin embargo, el fin de este mundo literalista, del mundo muerto y objetivo.
Como el tema es complejo y el espacio corto. Voy primero a abordar este problema desde la perspectiva de la geografía crítica y después desde la fenomenología y la psicología arquetípica, a fin de realizar una síntesis que nos ayude a comprender a los actores del drama en el Valle del Mezquital. Y, sobre todo, que nos guíe en la búsqueda del qué y quiénes ocasionaron la tragedia.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=ZOBX6jZB6G8
[2] Entrevista con Don Cipriano Ángeles Pascual, habitante de San Ildefonso Chantepec, diciembre de 2012.