II
Lo primero que salta a la vista es que haya una geografía crítica. ¿A qué se refiere este adjetivo cuando se aplica al estudio del espacio? Como plantea Hillman en el párrafo que cité líneas arriba, una de las características de nuestros tiempos apocalípticos es una ideología del espacio como “mundo muerto y objetivo”. La cual ideológicamente se fundamenta en las ideas de buena parte del pensamiento de la modernidad: Newton, Locke, Kant y Descartes. Estas ideas postulan una relación con el espacio hasta antes del surgimiento del capitalismo, desconocida. Para Newton, por ejemplo, el universo ya no sería ese lugar habitado por dioses, sino una máquina de relojería con leyes que la ciencia puede conocer para explicar su funcionamiento. Por otra parte, para Descartes hay una res extensa, vacía de significado y de la que nada podemos saber, y una res cogitans, una cosa pensante que dota de significado y sentido todo lo que existe. Exagerando el ego “de forma titánica y monstruosa”, como dice Hillman.
No me voy a detener en estas complejas corrientes de pensamiento que nos llevarían por otro camino del que me he planteado. Hago referencia, aunque sea someramente, para mostrar que esa concepción del pensamiento moderno, tiene una aplicación en nuestra vida cotidiana y en la manera en que concebimos nuestra relación con el espacio. Así, no es que el pensamiento hegemónico sea la causa por la que actuamos de determinada manera sobre el espacio. Ni la tragedia en Tlahuelilpan, ni el espacio donde sucedió, deben abordarse como problemas causales. Más bien es como lo plantea Milton Santos, hay que analizar el espacio como un conjunto indisoluble de sistemas de objetos y sistemas de acciones. Sólo que Santos plantea un marco teórico sistémico para abordar el espacio y sus subcategorías como territorio, región, paisaje, lugar, etc. En esta investigación voy a utilizar una concepción dialéctica. Para ello haré referencia al materialismo histórico-geográfico desarrollado por David Harvey. A este le añadiré el enano giboso y feo de la teología, como propone Benjamin en sus tesis sobre la filosofía de la historia.
Desde su nacimiento, el sistema mundo capitalista ha tenido especial interés en el dominio del espacio. Debemos a Marx encontrar la lógica de esa sed insaciable. Según lo desarrollado por él, el capital no es una cosa o un conjunto de cosas, sino un proceso. Este proceso se podría resumir como valor que se valoriza. Ahora bien, Harvey ha hecho énfasis en que ese proceso se relaciona con la urbanización y la constante transformación del espacio que esto conlleva:
Desde sus inicios, las ciudades han surgido mediante concentraciones geográficas y sociales de un producto excedente. La urbanización siempre ha sido, por lo tanto, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos.
Así, la producción del espacio no es homogénea pues se da por procesos donde dialécticamente están inmersos la división del trabajo, la especificidad en el proceso de acumulación del capital y la dominación política e ideológica en lo que Harvey (2000) llama desarrollos espaciales desiguales proponiendo la integración histórica y geográfica, relacionando el tiempo-espacio en su concepción materialista histórica del espacio.
Para entender el espacio desde esta postura, hay que entender la acumulación de capital como cuestión eminentemente geográfica. Harvey (2000) muestra cómo la globalización implanta el proceso del capitalismo para solucionar sus contradicciones por medio de procesos espaciales:
Una y otra vez, ha recurrido la reorganización geográfica a la expansión, a la intensificación como solución parcial a sus crisis y puntos muertos. El capitalismo, por lo tanto, construye y reconstruye una geografía a su propia imagen. Construye un paisaje geográfico especifico, un espacio producido de transporte y comunicaciones, de infraestructuras y organizaciones territoriales, que facilita la acumulación durante una parte de su historia del capital que deberá ser derribado y reconfigurado para abrir camino a más acumulación en una fase posterior (Harvey, 2000:72).
La globalización como acertadamente plantea el autor, sería una nueva fase en la producción capitalista de espacio. En este proceso de globalización las escalas permiten relacionar lo local con lo global y entender los conflictos y las disputas de los actores sociales a diferentes niveles. Considerar los efectos en un momento y en lugares específicos, permite arraigarlo “en las condiciones orgánicas de la vida diaria” (Harvey, 2000:103).
Estas escalas organizan la actividad humana y así como dependen de un proceso global también dependen de las condiciones políticas, económicas y de la lucha político-social. Siguiendo a Harvey (2010), aunque tratemos de fijar a la comunidad como una particular escala, esta no queda fija y cambia a lo largo del tiempo pues tiene relación con lo urbano, con la región y a nivel global: “el examen del mundo en una escala particular revela inmediatamente toda una serie de efectos y procesos que producen diferencias geografías en los modos y niveles de vida, en el uso de los recursos, en las relaciones con el medio ambiente y en las formas culturales y políticas” (Harvey,2000:98).
Esta manera de comprender la escala en la que se ha desarrollado el capitalismo en una región especifica como el Valle del Mezquital, nos habla de formas de vida particulares en entornos socio-ecológicos igualmente diversos. Si bien esta diferencia geográfica es un legado histórico.
Existen, pues, diferenciaciones geográficas que están constantemente cambiando en diferentes escalas tanto en el nivel cultural como ecológico y social y si bien incorporan legados del pasado no se mantienen estáticas ni inmutables. El dar prioridad a una escala y sólo a ella, no nos permite comprender su articulación en los procesos de resistencia de las comunidades. Esclarecidas estas cuestiones geográfico históricas en la dialéctica del espacio, es necesario regresar a las consecuencias que este proceso tiene en regiones como el Valle del Mezquital. A este respecto dice Harvey:
La absorción de excedente mediante la transformación urbana tiene un aspecto todavía más siniestro, que ha implicado repetidas explosiones de reestructuración urbana mediante la «destrucción creativa», que tiene casi siempre una dimensión de clase, dado que son los pobres, los no privilegiados y los marginados del poder político quienes sufren primero y en mayor medida las consecuencias de este proceso en el que la violencia es necesaria para construir el nuevo mundo urbano a partir de las ruinas del viejo.
En estos planteamientos se encuentran herramientas poderosas para comprender mejor los acontecimientos como el de la tragedia en Tlahuelilpan. Pues nos ayudan a integrar diferentes dimensiones de la realidad social en un espacio determinado. El marco teórico propuesto por Harvey se puede sintetizar en un esquema que resume su propuesta sobre el materialismo histórico-geográfico:
El autor los llama los siete momentos del cambio social. Es interesante observar este esquema por un rato para darnos cuenta de la diferencia que tiene el plantear un problema desde sus causas y plantearlo dialécticamente. En esta segunda opción, cualquier problema se debe analizar como una totalidad orgánica anclada en el espacio.
El arte de ponerlo en práctica en cada investigación, depende de la pericia para vincular y resaltar las influencias de cada uno de los momentos. Pero como herramienta heurística es poderosa porque nos permite complejizar y comprender críticamente los problemas sociales sin olvidar las especificidades geográficas en constante cambio.
Retomando la investigación llevada a cabo por el gobierno federal sobre la explosión en Tlahuelilpan, tenemos una pauta crítica para comprender la limitación y falsedad en las que se sustentan. Ese chispazo que ocurrió en un segundo desafortunado, ya no se analiza desde una hipótesis sumamente superficial como la de la Procuraduría según la cual fue el roce de las ropas sintéticas la que causó el “accidente”. Miramos con otros ojos, tal vez más abiertos y conscientes; más despabilados.
David Harvey cuenta una anécdota de cuando puso en práctica este método. En un jurado del que él formaba parte entre ingenieros y urbanistas y conformado para seleccionar las mejores ideas para el diseño de una nueva ciudad en Corea del Sur, se le ocurrió, debido a que se estaban focalizando en un solo aspecto, plantear algunas preguntas para complejizar la desición. A los ingenieros y urbanistas les parecieron muy interesantes los planteamientos de Harvey (2014: 192):
Después del debate me preguntaron dónde podían encontrar más cosas sobre aquellos pensamientos tan interesantes, y cometí el error de indicarles la cuarta nota al pie del capítulo XIII del libro primero de El Capital de Marx. Debería haberlo pensado dos veces, ya que ante una indicación como esa hay dos reacciones típicas. Una es nerviosa e incluso temerosa, porque conceder que Marx pudiera haber dicho algo tan poderosamente obvio e interesante equivale a expresar cierta simpatía hacia su obra, lo que sería horrible para las perspectivas profesionales e incluso personales de cualquiera. La otra es mirarme como a un idiota, tan falto de ideas que solo puedo repetir como un loro insensateces de Marx, y lo que es peor, ¡caer tan bajo como para citar una nota al pie de página!
Para mí fue un alivio leer esto que cuenta el geógrafo. Cada que uno cita a Marx o pasa uno por un radical trasnochado o, en efecto, por un idiota que no piensa por sí mismo. Pero si a mí se me preguntara por qué sustento buena parte de mi marco teórico en Marx es porque muchos de sus planteamientos me parecen, como dice Harvey, poderosamente obvios. Por mi parte, he puesto en práctica este método con mis alumnos. Desde luego no les digo la fuente, sólo les pido que aprendamos a observar la realidad. Les digo, miren este vaso de vidrio -esta misma pregunta frente al mismo objeto nos la hizo a un grupo de estudiantes y a mí el profesor Carlos Cortéz- ¿Qué es lo que hace posible, que relaciones de todo tipo existen para que ese vaso esté aquí frente a nosotros? Y como las obviedades empiezan a surgir sin tanto rollo teórico, uno se complace en observar. Tal vez el problema es que nos han fragmentado el pensamiento de tal modo que nos obstinamos en ver una parte de las cosas y ocultamos lo demás. A cualquiera nos pasa todo el tiempo. Esa es otra de las funciones de la ideología: mentir para ocultarnos la obvia verdad. Por eso creo que algunos no quieren a Marx, porque contrario a lo que se piensa, te invita a pensar por ti mismo.
Luego entonces ¿Por qué este escrito se está plagando de citas de diversos autores? Le pido paciencia al lector o lectora. Sólo será este ensayo donde sustentaré mi marco teórico de la mejor manera posible. ¿Imaginen que en una reunión parecida a la de Harvey les digo que de lo que se trata es de darle la voz a los muertos y a las cosas?