Cuando la reflexión sobre el conjunto de relaciones en interacción mutua que hay en un objeto cualquiera, se prolonga, surgen comentarios perspicaces y certeros. Para ejemplificar lo que digo regresemos al ejemplo del vaso. Si quisiéramos desentrañar cada uno de los componentes y relaciones que hacen que aparezca ante nosotros, nos tendríamos que remitir al origen del universo mismo. Esto que poéticamente puede ser bello e inspirador, en una investigación acarrea serias dificultades: es necesario resaltar los aspectos que más nos interesa de acuerdo al problema que queremos abordar. Entonces ¿de qué manera captar el conjunto de relaciones que propiciaron la tragedia en Tlahuelilpan?

Para acotar el problema hay que recordar que nos referimos a un cambio específico: el cambio social. Es decir que hay que tomar en cuenta una temporalidad y espacio humanizados, donde la interacción entre hombre y naturaleza condiciona los otros momentos. Desde luego la cuestión aún así se complica tanto en lo geográfico como lo histórico. Ya abordé, aunque sea someramente, la problemática de las escalas geográficas. Ahora hay que resolver lo referente a la temporalidad histórica y su abordaje.

Aquí hay varias maneras de abordar la historia, pero las que más me interesa contrastar son las de larga duración frente a los acontecimientos cotidianos. Actualmente cuando alguien quiere abordar los problemas del presente o del pasado desde una perspectiva histórica, se suele dar mayor importancia a los tiempos de larga duración. Wallerstein, por ejemplo, siguiendo las enseñanzas de Braudel, enfatiza los extensos bloques históricos que configuran el capitalismo, dando poca relevancia a los eventos cotidianos. Es en este sentido, una visión determinista y estructuralista de la historia. En contraparte, la microhistoria da mayor énfasis a los pequeños y locales acontecimientos que logran conjuntar en un lugar las relaciones históricas que lo configuran. Cabe señalar pues, que esta investigación está más cercana a esta manera de abordar la historia, cuyo caso paradigmático en México es Pueblo en Vilo, el estudio de Luis González y González que, en un pueblo recóndito del estado de Michoacán y aparentemente alejado de los eventos históricos relevantes, muestra cómo se puede abordar la historia desde un lugar aparentemente marginal.

Sin embargo, el problema que estoy abordando aún no forma parte exclusivamente de la historia. Por el contrario, está íntimamente ligado al presente en el que estamos inmersos. Incluso las investigaciones realizadas al respecto por las autoridades aún no han sido concluyentes y siguen en proceso, lo mismo que cuestiones que no han sido esclarecidas, como el saber por qué, aunque el ejercito estaba desde las primeras horas de la fuga en el ducto, no intervino. Por ello, aunque retomaré elementos históricos lo que me interesa es partir desde el presente, el “ahora” como lo llama Benjamin, autor del que retomaré sus tesis sobre la filosofía de la historia. La de Benjamin es una visión de la historia a contrapelo de las principales corrientes sociológicas e historiográficas que permite desde nuestro ahora comprender los acontecimientos como el de Tlahuelilpan desde todos sus detalles por más nimios e insignificantes que parezcan.

Aunque novedosa y en los márgenes de las academias, aunque cada vez más un autor de moda, no es el único autor que se aboca a una historia que parte desde el ahora. De hecho, Benjamin combina los más rigurosos conceptos filosóficos con la tradición mística judía. Esta manera de abordar la historia y el presente encuentro que se relaciona con una amplia tradición de pensadores y corrientes religiosas, filosóficas y literarias, como por ejemplo, la visión de la historia como acto sincrónico único que Dante nos ofrece en la Divina Comedia y que por cierto ha sido poco aprovechada por la ciencia social, o la sincronicidad propuesta por Jung para analizar la psique, pero que es igualmente sugerente si se aplica no sólo a los problemas individuales sino también sociales. Desde luego también la cábala de la que el propio Benjamin abreva o el I Ching o Libro de las Mutaciones, el libro sagrado chino donde la centralidad de lo sincrónico es fundamental.

Estas son las afinidades que yo encuentro entre el pensador alemán y otras corrientes de pensamiento. Seguramente hay más, pero confieso que mis conocimientos, incluso de las que acabo de mencionar, son escasos. Aun así, me parece que me ayudan a comprender -más que otro tipo de pensamiento- el problema que voy a abordar en el corazón del Valle del Mezquital. Veamos.

En el célebre cuento El Aleph, Borges nos ofrece en síntesis lo que sería una aproximación del instante histórico. En él se narra la visión que tiene Borges en el sótano de una casa cuando Carlos Argentino Daneri le muestra el Aleph: un punto donde están contenidos todos los puntos del espacio. En lo que el narrador llama la parte central de su relato, así describe, o más bien trata de describir lo que ha visto simultáneamente:

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo… (Borges, 1999:113-114).

No por celebre y hartas veces comentado, la interpretación de lo que es el Aleph resulta fácil de explicar. Tal vez, como en todo relato literario, hay que vivir las imágenes que se nos presentan y disfrutar lo que la lectura nos evoca. Pero algunas claves retomo de lo que acabo de transcribir. Principalmente la posibilidad de que el espacio cósmico esté contenido en dos o tres centímetros de diámetro y que cada cosa que se ve desde el Aleph, es infinitas cosas vista desde todos los puntos del universo. ¿Qué pasaría si la chispa que generó la explosión en Tlahuelilpan fuera analizada como un tipo de Aleph donde se condensa la historia de los oprimidos?

Algo que salta a la vista cuando se lee el cuento entero, es que Borges tiene una particular concepción de la realidad y la hace más que manifiesta en su larga descripción de lo que vio en el diminuto punto. Hay que resaltar que, si otra persona pudiera ver el Aleph, sin duda vería cosas completamente diferentes. Es decir, el espectador forma parte de la visión, como en la sincronicidad de Jung, o como nos ha enseñado la física moderna, según la cual el observador modifica lo observado. Y el espacio desde donde se mira también es distinto. No es lo mismo ver el Aleph en el sótano de un pequeño burgués argentino que desde las milpas del Valle del Mezquital. Paso así a especificar lo que he denominado instante histórico subalterno.

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