En este famoso capítulo donde don Quijote desciende a la cueva de Montesinos en el corazón de la Mancha, muchas cosas se pueden sacar a colación. Dos quiero resaltar que creo que se relacionan. La primera es que todas las cosas que le pasan al caballero manchego son las más de las veces de lo más ordinarias y el narrador nos las convierte en misteriosas y dignas de recordación, por no sé que sutileza en la invención. La segunda es el lenguaje llano y sin afectación que utiliza Cide Hamete o el traductor o Cervantes que a estas alturas ya no se sabe quién es el narrador de la historia. Es tal la llaneza y frescura de la prosa, que cuando alguien lanza un discurso, las más de las veces es don Quijote, que está lleno de florituras, a leguas se nota. Por ello el primo que los acompaña a la cueva y que para hablar de cosas sin sustancia y feliz memoria, ocupa de citar a cientos de autores, suena un tanto ridículo. De ahí la burla que hace Sancho a su erudición. Burla que esta presente en toda la novela hacia los académicos y bachilleres.

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