Se trata de personificar, de hacer alma y reencantar el mundo, al menos por medio de la escritura. Sí, la escritura también es una apuesta política. A mi lado tengo el libro de Adela Calva Reyes, cuyo título no deja de maravillarme: Ra hua ra hiä, (Alas a la palabra, en español). ¿No es un título hermoso? Las palabras eso buscan, tener alas; son ángeles, mensajeros del alma.
Max Weber en su célebre estudio sobre la religión protestante y el espíritu del capitalismo nos dice que una de las tareas del nuevo sistema fue desencantar al mundo. Lo necesitaba para poder implantarse. Este desencantamiento abarcó, al paso de los siglos todos los ámbitos de la vida social. Por ello Walter Benjamin iría un paso más allá y diría, en un breve pero fulminante artículo, que el capitalismo no es que se parezca, sino que es una religión. Los sacerdotes de esa nueva religión ya no están en las catedrales. Se les puede encontrar ahora en los centros financieros y las grandes corporaciones de todo el mundo. Como cualquier religión, el capitalismo requiere a sus chivos expiatorios, los condenados de la tierra que son sacrificados en aras del nuevo becerro de oro, el capital.
Sin embargo, no quisiera demorarme en amplias abstracciones, sin retomar mi ejemplo del vaso de vidrio con el que empecé este ensayo. A mi lado junto a los libros que a diario me acompañan (los difuntos que escucho con mis ojos), está un vaso con agua a la mitad. Al observarlo veo el brillo del agua, un brillo prístino, muy diferente que si el vaso fuera de plástico. Cualquiera puede reconocer que el sabor entre tomar agua en un vaso de plástico y en uno de vidrio es muy diferente. La experiencia es otra. ¿Es que cada objeto tiene un alma propia? Así parece. E iré más lejos, cada objeto tiene una personalidad y subjetividad propias. Esto desde luego va en contra de la racionalidad que abstrae las diferencias de las cosas, las homogeniza para sacar conclusiones estadísticas y generales. Pero la naturaleza y el mundo social son más caóticos y diversos de lo que sueña esa filosofía que ha dominado al mundo durante siglos. Cuando observamos con detenimiento, nos damos cuenta que no hay ni sujetos ni objetos completamente idénticos. Además de que con los objetos más inmediatos como los que tengo en mi hogar, he establecido a lo largo del tiempo un diálogo silencioso que nos ha hecho influirnos mutuamente. Ese vaso que ha andado para allá y para acá, acompañándome, sobreviviendo al trajinar de los viajes, dejó hace mucho de ser una mercancía. Hoy es de nuevo un valor de uso que me sirve para saciar mi sed.
Dice Gastón Bachelard que debemos tomar la siguiente frase como un axioma cuando se trata de poetizar la realidad: “Todo el ser del mundo, si sueña, sueña que habla”. ¿Qué quiere hablar el vaso cuando lo observo o cuando bebo agua en él? Muchas cosas, la cuestión es saber entablar ese diálogo singular. Siento que entran en mí las diez mil vírgenes, he escuchado decir a algunas personas cuando recorre el agua fría su cuerpo y sacian su sed. José Gorostiza en su poema Muerte sin Fin escuchó que un vaso con agua le dijo lo siguiente:
No obstante -oh paradoja- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.
En él se asienta, se ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña…
Ese diálogo, tal vez no con esa intensidad que expresa la palabra poética, cualquiera puede realizarlo. Sólo que la modernidad, tanto en nuestro interior como en el exterior nos ha desalmando a todos, como acertadamente dice James Hillman. A este respecto también señala:
No creemos que las personas imaginarias puedan ser tal como se muestran, es decir, como sujetos psicológicos válidos con voluntad y sentimientos como los nuestros, pero no equiparables a los nuestros. Esa forma de pensar, decimos, es válida sólo para los pueblos primitivos animistas, o para los niños o los locos (Hillman,1999:56)
¿Qué podemos hacer para recuperar esa parte que nos han cercenado? ¿Cómo podemos recuperar nuestra alma y el alma del mundo? La clave está en la imaginación activa y la personificación. Por ello, en este apartado propongo dar un giro radical, pasar del concepto a la personificación del principal actor histórico, a saber, el capital, esencia del sistema capitalista en el cual estamos inmersos. Para encaminarme en la discusión, trataré de dar respuesta a las siguientes preguntas ¿Cómo conceptualizan al capital las principales corrientes del pensamiento económico? Y ya personificado ¿Quién es? ¿Qué quiere?
Existe una diferencia, acaso irreconciliable, entre el marxismo y las corrientes hegemónicas del pensamiento económico sobre lo que es el capital. Tanto para los economistas neokeynesianos como para los economistas neoliberales, el capital son las herramientas, edificios, derechos de propiedad etc., los cuales sirven para la producción de bienes, sean estos utilizados o no. Desde este enfoque, todas las sociedades, desde la edad de piedra hasta nuestros días, han sido capitalistas. Algo de razón encontramos en tal argumento, pero debemos dar cuenta no de un proceso general, sino de la diferencia esencial en el modo de producción capitalista:
En este olvido reside, por ejemplo, toda la sabiduría de los economistas modernos que demuestran la eternidad y la armonía de las condiciones sociales existentes. Un ejemplo. Ninguna producción es posible sin un instrumento de producción, aunque este instrumento sea sólo la mano. Ninguna es posible sin trabajo pasado, acumulado, aunque este trabajo sea solamente la destreza que el ejercicio repetido ha desarrollado y concentrado en la mano del salvaje. El capital, entre otras cosas, es también un instrumento de producción, es también trabajo pasado objetivado. De tal modo, el capital es una relación natural, universal y eterna; pero lo es si dejo de lado lo específico, lo que hace de un “instrumento de producción”, del “trabajo acumulado”, un capital (Marx, 1975: 5-6).
Desde la postura de Marx, el sistema histórico capitalista surge como proceso de valorización del valor (plusvalía), por medio del cual el trabajo no remunerado sirve para la acumulación de capital, mediada por el intercambio mercantil privado.
Pero hay otra diferencia sustancial en estas encontradas posturas: la visión sobre la problemática actual es vista, o bien como un simple problema económico, o por el contrario como una cuestión que abarca distintos ámbitos políticos, económicos y socioculturales cuyos análisis parten del sujeto vivo. El primer fetichismo lo encontramos pues, en la teoría económica capitalista de nuestros días, pues consideran la riqueza en su forma objetiva, exterior al ser humano y no como producto del trabajo, es decir, como riqueza subjetiva.
A este respecto Mario Robles (2005:16), hace un recuento de las formulaciones de Marx que nos pueden ayudar:
Para Marx los “hombres” no son rigurosamente los “sujetos” (en sentido ontológico pleno) de la producción capitalista, sino el capital. Sobre el capital como sujeto, da indicaciones en varios pasajes de sus textos. En los Grundrisse, Marx afirma que el capital es “la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa” y más adelante lo señala como “El valor que entra en escena como sujeto”. En su máxima obra El Capital, éste es caracterizado como “un sujeto automático”, “el sujeto dominante”, “una sustancia en proceso, dotada de movimiento propio” “valor en proceso, dinero en proceso”…
Ahora bien, si el verdadero sujeto en nuestros días es el capital, según la perspectiva de Marx, esto nos puede ayudar en la personificación que queremos realizar a este singular sujeto. Así, rescato de Marx la parte metafórica e imaginativa que su crítica suscita. Pero si este sujeto está en movimiento perpetuo, es tan huidizo que se complica su aprehensión. Es puro flujo, muere si se queda quieto. Luego entonces, ¿dónde buscar un punto nodal que me permita comprender su alma?
La primera pista es la tragedia en Tlahuelilpan. Ahí ese sujeto, sin ser visto ni percibido estuvo presente. Su flujo era de gasolina transportada por medio de un gasoducto. Es claro pues que las corporaciones trasnacionales y las empresas nacionales, son la parte visible y palpable de ese sujeto que se mueve a toda velocidad por el planeta entero. De ahí que me parezca pertinente retomar la propuesta de Paul Baran y Paul Sweezy para, desde un lugar, hacer la personificación del sujeto capital:
El verdadero capitalista actual no es el hombre de negocios individual, sino la empresa. Lo que el hombre de negocios hace en su vida privada, su actitud hacia la obtención y el gasto de sus ingresos personales es irrelevante para el funcionamiento del sistema. Lo que cuenta es lo que hace en su vida dentro de la compañía y su actitud hacia la obtención y la forma de gastar los ingresos de la misma. Y aquí no cabe duda de que el objetivo de hacer y acumular ganancias tiene una posición tan dominante actualmente como la que tuvo siempre. En los vestíbulos del magnífico edificio de hoy en día, como en el nuevo del modesto despacho de hace un siglo, sería igualmente apropiado encontrar grabado el lema: “!Acumular! ¡Acumular! Ése es Moisés y los Profetas.” (Baran y Sweezy, 1985:40).
En los años sesenta los estudios de Paul Baran y Paul Sweezy, desde el marxismo, marcaron una nueva perspectiva de análisis que enfatiza el papel de las corporaciones que los autores denominaron capital monopolista. Desde su perspectiva, se hacía necesario abandonar la idea de que el capitalismo es una economía de libre mercado y por el contrario enfatizaron las características históricas de un sistema económico donde predominan las grandes corporaciones y el mercado oligopólico. En una radical vuelta de tuerca, no se adentraron al mundo de la producción sino en el modo en cómo se utilizan los excedentes en la sociedad estadounidense y cómo este proceso económico se relaciona con aspectos culturales, ideológicos y políticos.
En su libro sobre la pandemia, el filósofo Slavoj Zizek (2020:28), observa que “Otro fenómeno extraño que podemos observar es el regreso triunfante del animismo capitalista, de tratar los fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero como entidades vivas”. Esta tendencia al animismo sobre la que atinadamente llama la atención el pensador esloveno, no es muy común que se la tome en serio, más allá de una recurrente metáfora. Pero, de acuerdo a lo expuesto, el capital bien puede ser analizado como un sujeto con vida propia. En el caso que estoy tratando de comprender, la personificación del capital la haré desde las corporaciones asentadas en el Valle del Mezquital. De lo que se trata es de personificar los edificios, fábricas, herramientas, etc, que operan en la región y aplicarles, como a cualquier persona se podría aplicar, un análisis psicológico para conocer su alma.