Proverbio VI

El gusano perdona al arado que lo corta

William Blake

Su majestad Jaguar:

Le escribo esta carta para comunicarle un asunto que ocurrió a orillas del bosque hoy al medio día. El sol estaba en lo alto con todo el esplendor de su brillo en el cielo sin nubes, como es habitual en estos días de abril. Los camaradas moscas, mosquitos, moscardones, libélulas, avispas, abejas, y chicharras, bailábamos y cantábamos en grupos y sentíamos ya la llovizna de la tarde. El viento nos acompañaba, azul y limpio. Y la risa de las hojas en el bosque se parecía a lo que cuentan las aves es el mar. Creo que a esas horas y en este mes, todos amamos la vida y hasta se podría decir que aceptamos nuestro destino. Estoy seguro comparte con nosotros la opinión de que los días de abril son los mejores del año. O eso creía. De repente alguien interrumpió esa danza de todo lo grande y lo pequeño, que usted muy bien conoce . Era Tomás el gusano. Y digo era, porque hoy se suicidó. Salió de su agujero y dijo:

– Disculpen, quiero seguir en mi cárcel. ¿Podrían parar este alboroto?

– ¿Cuál alboroto? preguntó un petirrojo.

– Tú lo llamas Primavera

-Esto no va a parar, falta la consagración.

Al oír esa palabra de fuego saliendo del pico del petirrojo, Tomás palideció. En ese mismo momento se oyó el mugir de los bueyes y el silbido del campesino que se unía a nuestra fiesta. Llegando a la parcela, se puso a barbechar y los discos del arado brillaban como a veces brillan los ojos de su majestad. Entonces pasó lo que nadie se imaginó, Tomás se dirigió directo al arado y antes de ser partido a la mitad por uno de los cinco discos, grito:

-Gracias, Dios mío

Eso fue lo que pasó. Se lo cuento porque quería preguntarle, usted que es sabio, ¿Qué significan esas últimas palabras de Tomás?

Esperando su amable respuesta, le envío mis más cordiales saludos. Siempre suyo, Andrés el Escarabajo.

Proverbio IV

La Prudencia es una vieja solterona, rica y fea, que la Incapacidad corteja.

William Blake

Como todos los domingos, hoy fui a visitar a doña Prudencia. Cuando salí a la calle, la noche aún estaba amoratada por los azules del cielo. El viento, en este tibio octubre sin niebla, era un escarmenador que destrenzaba la cabellera de las lámparas y las desparramaba despacio por las calles.

Cuando llegué a su casa la noche ya estaba madura como un higo. Y me pasó lo de siempre. Era yo un manojo de nervios, las manos me sudaban, mi corazón se me quería salir y sentí el anillo que cada semana llevo en el pecho, metido en la bolsa de mi almidonada y blanca camisa. Al fin me animé a tocar el zaguán. Toqué varias veces. Aunque doña Prude -así le digo de cariño- siempre se tarda en abrir, esta vez la tardanza la adjudiqué al borlote que se traían los perros con la luna. De hecho, a mi lado había un perro que le ladraba con singular alegría, con un pelaje negro brillante como si lo hubieran untado con el aceite de la luna. A las quinientas, abrió ella, porque los domingos descansa el jardinero. Su vestido de tul negro bien abotonado desde el cuello hasta el suelo -¡ni un huesito le he visto en diez años de venir cada semana!- había sido salpicado, sobre todo el encaje, por harina de la luna.

La noche estaba animosa y como una de mis tantas resignadas costumbres, venía decidido a pedirle matrimonio. Doña Prude es vieja y fea, y esta vez, lo que sea de cada quien, con las fulguraciones de la Luna parecía como las viejecitas de los cuentos o de los sueños. Aún con esa tierna fealdad, me puse tan nervioso cuando la vi, como si estuviera con aquella diosa escandinava de mi juventud, a la que nunca me atreví a besar aunque ella, buena como una virgen, me permitió navegar en sus ojos verdes durante días y noches como si fuera montado en un tigre de bengala. Me pregunto si ese tonto nerviosismo se debe a las ansias que tengo de salir de esta pobreza y al temor que tengo de que se me note. Y es que en la vida no me ha ido muy bien que digamos y doña Prude es la más rica del pueblo. Pretendientes no le faltan. Pero sé que yo soy uno de sus predilectos porque me deja visitarla los domingos, me invita a pasar hasta la sala de su casa de largos corredores que huelen a naftalina y galletas mojadas e, invariablemente, me invita un té de ruda con miel y florecitas amarillas que da gusto ver como flotan en la taza de fina porcelana.

Esta vez, cuando sirvió el té de ruda, que es tan bueno para los males de estómago que ella y yo padecemos, sentí un alivio adicional porque el olor a naftalina era más intenso y se diluyó al menos por un rato. Hablamos de sus negocios, de las milagrosas noches de octubre sin niebla y de sus pretensiones de hacerse de más terrenitos. No sé si animado por las fulguraciones de la luna o si por el sopor del floripondio del jardín que se coló a ráfagas por la ventana abierta, pero saqué el anillo antes que de costumbre -por lo regular lo saco cuando ya voy a despedirme-, tomé su mano y sentí como si tocara cartón viejo y arrugado que de pronto se cerrara con fuerza. Una fuerza que parece un milagro en esa piel decrépita. No dejó que le pusiera el anillo. Aun así le dije, mirando sus ojos glaucos empapados de harina de la luna:

-Doña Prudencia -pronuncié su nombre completo para que supiera que hablaba en serio- cásese conmigo. No nos vamos a llevar nada en esta vida. Somos solo memoria y el universo lo primero que se traga es precisamente la memoria.

Su cara pareció más fea y arrugada a causa de mi atrevimiento. Me dijo:

-Yo ya no estoy para esos trotes, don Incapacidad

Le contesté como le contestó cuando tengo miedo de hacerla enojar:

-Yo nomás decía, doña Prude

Ella soltó una risita burlona y entonces se asomó su dentadura de perfecta porcelana. Seguimos hablando de cosas sin importancia un par de horas más. Cuando salí, el perro ya no estaba. La luna parecía un ojo plateado en el centro del cielo negro.

Ahora me toca esperar al próximo domingo y volver a intentarlo. Tengo la esperanza que esta vez doña Prude me dé el sí o, al menos, me conteste otra cosa.

*Arturo Herrera

En el principio fue Don Quijote

Ahora soy viejo y eso pasó hace muchos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Tocaron la puerta desesperadamente y abrí de inmediato temiendo lo peor.

-Tenemos cinco minutos para escapar de la tierra. Eres de los elegidos para habitar otro planeta  ¿vas o te quedas?

Sólo me dio tiempo de llevarme a Don Quijote de la Mancha, el libro que tenía en esos momentos en la mano.

Éramos unos cuantos los supervivientes en un planeta igual a la tierra y tuvimos que empezar de cero. Mi primer trabajo fue el de lector en torno a las fogatas en las largas y salvajes noches.

Con el tiempo el Quijote se convirtió en nuestro libro fundacional. Así como en aquel planeta del sistema solar, los libros religiosos fueron los que dictaron secretamente las costumbres de la humanidad hasta cumplir al pie de la letra el apocalipsis, las desventuras del Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero, dictaron nuestra nueva moral.

El resto de la historia ustedes la conocen. Llevamos más de setenta años de felicidad, risas y poca fe. Algunos me llaman padre del comunismo aunque los más jóvenes me llaman tirano e impostor.

Acepto con resignación que las nuevas generaciones tengan sus dudas y que sostengan es mejor ponerle más sabor a la vida. Los argumentos de nosotros los viejos no los satisfacen. Según ellos, eso de que Cervantes fue soldado es una artimaña para sujetarlos a nuestras absurdas leyes que se burlan de los héroes y de los que caen víctimas de la esperanza en un futuro mejor. Además, anatemizan nuestro culto a la amistad y el valor secundario que le damos al amor de pareja.

Si tienen paciencia y llegan a viejos como yo, esos jóvenes inquietos se darán cuenta que cayeron en un típico juego cervantino. Si no es así, ojalá y en los últimos cinco minutos de vida humana en este planeta, alguien tenga la suerte, cuando le toquen de emergencia la puerta, de llevar a don Quijote en la mano.

Viaje al corazón del mezquital: Soy tú

Buscas una frase inspiradora, contundente, chingona. Hoy tienes que entregarla para la campaña cuando vayas a registrarte. Lo difícil ya pasó. Esto es sólo una táctica de marketing. Sin embargo, el eslogan, la frasecita pegajosa que se repetirá a todas horas por todos los medios posibles, no te sale, y eso que llevan meses el equipo y tú intentándolo. Miras por la ventana las banderitas que cuelgan en las azoteas. ¿Algún eslogan referente al mes patrio? Al fin y al cabo, las elecciones coinciden con los festejos.

Lo tienes en la punta de la lengua. Te dispones a escribir en el papel y justo en ese instante tocan el timbre. Una, dos, tres largas veces. No haces caso, vives hasta el tercer piso. Como en la mayoría de ocasiones, ya se encargarán de abrir los vecinos de abajo. Regresas a lo tuyo. Empiezas de cero: se te olvidó lo que te habían dicho las musas. Respiras profundo. Aún hay tiempo, aunque seguro los candidatos a las otras presidencias municipales ya se registraron y ahorita están la ruedas de prensa y después vendrán los festejos.

Al tercer intento te das cuenta del truco: cada que apoyas el lápiz en el papel suena el timbre. Miras a todos lados de la sala, buscando la cámara escondida. Te ríes por lo que piensas es una broma de tus camaradas del partido.

Es domingo y además algunos, sino es que todos tus vecinos, están en el comité para apoyarte. Así que bajas a abrir. Abres la puerta y no hay nadie. Volteas a todos lados, una ráfaga leve de viento y una mariposa dando tumbos por el callejón. En el piso hay una hoja con la frase: Soy tú. Haya sido quien haya sido, te acaba de salvar el pellejo. Tomas la hoja y hablas por teléfono con el camarada encargado de medios de comunicación. Tienes la frase perfecta para que cualquier pelagatos se identifique con los principios y la ideología que te llevarán al poder.

Llegas a las oficinas. En efecto, los setenta y tres candidatos y la candidata, ya se registraron. Los militantes están con sus banderitas, alguien con megáfono los anima a gritar y después suenan las matracas.  Hay arlequines en zancos bailando y repartiendo globos. Y lo que más llama tu atención: las bellas edecanes que sirven el café, los refrescos y las galletas, en minifalda negra y con su pañuelo rojo en el cuello.

Por fin estás registrado y ahora hay que hacer el primer video para la propaganda. Como Yo soy Tú es la frase, hay cinco camaradas disfrazados de distintos oficios que te ayudarán. La cámara enfoca al primero, con un overol y un martillo en la mano. Dice:

Yo como tú, soy albañil: yo soy Juancho

Salen los otros cuatro diciendo frases parecidas, pero siempre repitiendo tu nombre. Luego una voz en off, se pregunta ¿quién es Juancho? Al último, sales tú diciendo que eres una persona común y corriente que requiere el voto de la ciudadanía.   En el slogan de campaña se condensa la estrategia: tú eres el pueblo. Te das cuenta que todo va de perlas. desde luego te hace falta un enemigo pero algo se te ocurrirá. Por el momento disfrutas de las pleitesías que tus camaradas y los militantes del partido te rinden y de las sonrisas que, esta vez, las edecanes te regresan sin remilgos.

En la noche, antes de dormir, suena el timbre. Los vecinos se quedaron festejando. Bajas a abrir: eres tú, aunque te notas más arrugas al trasluz de la farola que te alumbra el rostro.

     ¿Qué tal? ¿qué se siente?

      ¿Qué haces aquí?

      Vengo a ocupar el lugar que me corresponde.

     ¿Después de veinte años?

     Nunca es tarde cuando el amor es bueno.

     Esta vez sí es tarde: no pienso dejar mi puesto y mucho menos la candidatura.

Azotas la puerta y te subes a dormir. Piensas que esta será una noche de insomnio. A los cinco minutos ya estas dormido. El sol entra por la ventana y te despierta con una bocanada de cielo azul. Te asomas y ahí estás en la esquina, levantando una pancarta que dice: Tú no eres yo. Sonríes: todo sigue yendo de perlas. Te pones tu mejor traje y te vas a tu primer mitin en el kiosco. Llegas y la gente te aplaude con furia. El maestro de ceremonias te da la palabra:

Ciudadanas y ciudadanos de Pueblo Mágico. No todos se identifican con nuestra propuesta. Aquél que está allá, (te encanta observar cómo todos voltean) anda diciendo que es el auténtico Juancho, sólo porque se llama como yo y se parece un poco. ¿Lo vamos a permitir?

Sientes que te elevas cuando todos gritan al unisonó, nooooo, y se van contra el pobre cristiano, lo levantan en hombros y lo llevan a las afueras de lo que será tu territorio. A las pocas semanas se llevan a cabo las elecciones y obtienes el noventa y nueve por ciento de los votos. Te preguntas ¿alguien habrá votado en contra? Tienes cuatro años para investigar.

Pronto emites tu primera iniciativa de ley: aquel que se parezca a ti y se llame como tú, será desterrado de aquí a lo que dura tu gestión para así evitar intentos golpistas o de usurpación.      

Viaje al corazón del Mezquital: El coronajomti

El coronajomti

Esta era una vez A y B, una pareja que vivía en algún lugar de pueblo mágico. Era un domingo lluvioso. A, pícaro y travieso, de repente, arranca de la maceta el hongo milenario y le pregunta a B:

–¿Qué prefieres? Te lo comes y alejas de ti al Ángel de la Destrucción por un par de meses, o vives mucho tiempo, incluso siglos como nuestros padres, pero bajo el regazo de sus negras alas.  

No hubo necesidad de contestar. Se miraron a los ojos fijamente y sonrieron. Tiraron el coronajomti a la basura y fueron un matrimonio feliz.  

Viaje al corazón del Mezquital: El Bradbury 2020.

Desde hace un mes, justo desde que escribo en el blog, la publicidad que aparece en Google o Youtube, es referente a la escritura, la escriptofobia, y el proceso creativo de artistas en general. Algo de esta magia que tiene muy poco de coincidencia, la percibí con los amigos que hice en aquel lejanísimo 2019, cuando anduve por allá, en Melbourne, Australia. Después del trabajo, obreros overseas, casi a diario nos juntábamos en Batman Park a orillas del Yarra River. Gonzalo, un chileno carismático y fanático de Carl Sagan, fue el primero en percibir que aparecía propaganda en nuestros teléfonos relacionada a los temas de los que hablábamos en nuestras madrugadas interminables. “Google nos escucha”, solía decir un poco en sorna, tal vez para aminorar la verdad que nos había revelado. En efecto, al otro día nos aparecía a cada uno la misma información referente a mujeres australianas, trabajos temporales, visas, viajes en avión y renta de autos.

Aún en los actuales momentos de extrema angustia, me cuesta creer que Google escucha nuestras conversaciones. Más bien me parece que el poderoso buscador nos analiza individualmente. El lector o lectora recordarán el emblemático caso de las elecciones en Estados Unidos, donde la empresa Cambridge Analítica influyó en el resultado de las elecciones a presidente, por medio de la manipulación de los datos y el estudio de la psique de los votantes gringos.   

Hasta hace muy poco, no había prestado atención a las ofertas de blogueros, diseñadores, arquitectos, cineastas, pintores y un largo etcétera que te promete llevarte a la cumbre y explotar todas tus capacidades. Sin embargo, el pasado viernes, mientras me disponía a escuchar algo de música, apareció publicidad sobre el Bradbury 2020. Un software que te ayuda a cumplir el reto de escribir un cuento a la semana durante un año.

El software está diseñado para ayudarte a procesar, diseñar y escribir 52 cuentos: uno por semana. Tiene herramientas para hacer tu guión, sinopsis, escaleta y tiene un apartado con diferentes plantillas, de acuerdo al género que quieras tratar en tu narración. Te explica, de la A de Aristóteles y su método de los tres actos, hasta la Z de Zedric y su método matrioska. El tema del cuento sale de los sueños del usuario. Todo esto por tan sólo quinientos pesos.  

Los que me conocen saben que un producto así lo compro de inmediato. Y eso hice.

Hace un rato sonó el timbre en la vecindad. Como es domingo en la mañana, soy el único inquilino presente, así que, tuve dos caminos: ignorar el timbrazo o resignarme a bajar los cuatro pisos. Otros veces suelo tomar el primer camino y, aunque no soporto el castrante sonido del timbre, me pongo mis audífonos con música a todo volumen. Pero hoy tenía el presentimiento de que llegaría el sofwere, así que tomé instintivamente mi cubrebocas y fui a abrir la puerta.

La persona que me entregó el Bradbury 2020, aun con el cubrebocas puesto, me pareció idéntico a mi jefe Italoaustraliano Paul, dueño del mercado de frutas y verduras Pellegrino´s Market, allá en Melbourne. Tal vez el enorme parecido que les encontré es porque los dos hablan un inglés que fonéticamente es ininteligible para mí y, porque ambos, manejan camioneta Van para repartir los pedidos de su empresa. Tal vez también por las mismas muletillas que tienen al terminar las frases: si ya, mait; yu nou güana min, mait; no guorries, mait . También percibí, en ambos, el sonido falso de su risa cuando atienden a los clientes.

Hace un rato instalé en mi computadora el disco del Bradbury 2020. No todo es positivo en estos inventos. Esta versión sólo esta en inglés por el momento. Si con el español tengo problemas, no les quiero contar con el idioma de Shakespeare. Aun así, me apresuré a probarlo. Me puse la muñequera y me dormí un rato. Apenas dos horas. Con base en mis sueños, el tema de mi primer cuento trata sobre un hongo llamado coronajomti.

¿Y si el covid-19 fue un invento de un cuentista igual de malo que yo, pero con un software de mucha más potencia, lo que le permitió hacer realidad sus sueños? No, todavía faltan siglos para que la tecnología llegue a esos niveles.

Soy lento para leer en inglés. La traducción de las dos hojas del guíón y luego intentar darle alguna coherencia (las máquinas tampoco hacen todo), me llevará algunos días. En el menú principal se lee: 51 cuentos restantes. Espero para el otro domingo publicar mi primer cuento, y así cumplir el ciclo de escribir uno cada semana durante un año, como quería el entrañable Bradbury, el de carne y hueso.