Al inicio de la pandemia mis sueños se hicieron más intensos y frecuentes. Y la mayoría, sobre todo los primeros meses, fueron pesadillas. Como casi no soñaba o recordaba poco mis sueños, el hecho me ha intrigado. Algo que antes trabajaba soterradamente y en silencio salió a la superficie. Sin embargo, lo peor venía cuando despertaba. Mi cuerpo lo sentía pesado, como si tuviera una loza encima y me costaba un enorme trabajo pararme de la cama. En el transcurso del día veía los rostros de angustia de mis seres queridos, ellos igual con el cuerpo pesado, soportando el cambio abrupto en nuestras vidas. Y como en los medios de información no paraban de decirnos que tuviéramos cuidado con todo lo que nos rodeaba pues el “pinche bicho” podría estar en cualquier parte, los objetos también se hicieron extraños y terroríficos. Después, leyendo algunos artículos, me enteré que esa pesantez, el dormir a deshoras, o el insomnio, fueron el pan de cada día de la mayoría de las personas que estuvo confinada. La pesadilla había irrumpido en la vida cotidiana y cundió la ominosa irrealidad.
Hoy, según la Organización Mundial de la Salud, más de la mitad de los que estuvimos confinados, tendremos algún tipo de trastorno psiquiátrico y, una de las mayores y más peligrosas pandemias que enfrentaremos en el futuro inmediato, será la de enfermedades mentales. Me temo que ya soy parte de las estadísticas y no creo pertenecer a la mitad que saldrá indemne de esta situación.
Si el mundo sufrió en su conjunto un great reset, por lo que he platicado con mis alumnos, familiares y amigos, cada uno de nosotros también se tuvo que reinventar. A mí me ha ayudado el caminar por los bosques, leer y escribir. Eran actividades que antes realizaba, pero que ahora las llevé a cabo sistemáticamente y con disciplina: En ellas he encontrado sosiego y debo decir, tal vez por mi natural misantropía que se va asentando con los años, el confinamiento también me trajo plenitud y dicha como nunca antes la había vivido, a pesar del dolor, el miedo y la angustia. Aun así, el escribir esta tesis la seguí postergando hasta hace unos días, sin atreverme a dar el salto. ¿Por qué no cumplía con el deber de entregar por escrito mis resultados de investigación? No lo sé. Dice Ray Bradbury que hay que escribir con pasión y para divertirnos. La verdad es que escribir textos académicos me produce un profundo malestar que me paraliza por completo. Soy capaz de llenar libretas y libretas con notas, pero a la hora de querer sistematizarlo y tratar de darle orden simplemente no puedo, se me engarrota la mano y odio mi vida y mi ineptitud. Eso y no la pandemia fue lo que me llevó a visitar algunos psicólogos y psiquiatras y a leer sobre psicología ¿Qué hay dentro de mí, me preguntaba y les preguntaba a los especialistas, que no me permite cumplir con este compromiso y de una vez deshacerme de esta carga?
De los psicólogos que empecé a leer, James Hillman, autor que ya cité más arriba, fue el que me fulminó como un rayo y me hizo replantearme muchas cuestiones de mí mismo y que después trasladé a esta investigación. En verdad creo que sus planteamientos son harto interesantes y vale la pena retomarlos con detenimiento. Según el psicólogo de los arquetipos, tanto las cosas como las personas están habitadas por múltiples arquetipos o dioses. Retomando la tradición del pensamiento occidental, postula la necesidad de cambiar nuestra forma de pensar. O en sus palabras, pensar con el corazón. Este tipo de pensamiento, en épocas de crisis como la nuestra, es también una estrategia de supervivencia. El principio fundamental de este tipo de pensamiento, lo establece Hillman (2001:16) del modo siguiente:
El pensamiento del corazón es el pensamiento de las imágenes, que el corazón es el asiento de la imaginación, que la imaginación es la auténtica voz del corazón, de modo que, si hablamos con el corazón, tenemos que hablar imaginativamente.
Esta forma de pensar difiere de la habitual en que en cada objeto, gesto, acción o palabra debemos encontrar las imágenes que revela nuestro corazón. Un corazón que no sólo es mío, sino que es la manera en que conecto mi experiencia con el mundo. Además, este pensamiento es impersonal, en el sentido de que hace hincapié en las personas que nos habitan y que habitan en el mundo. Por ello nos invita a olvidarnos de la ficción del yo, y pugna por que dejemos hablar a las múltiples personas de lo imaginal. Es, así, un pensamiento relacionado con la estética, entendida como la relación que establecemos entre nuestra alma y el alma de los objetos.
Este pensamiento estético es lo que lamo fenomenología arquetípica, la cual nos permite aprecias cada hecho concreto y la forma en que aparece a nuestros sentidos. Sólo que, a diferencia de la fenomenología reconoce en los objetos y en los sujetos la manifestación de los dioses o arquetipos. Es, en este sentido, una epistemología y una ontología. Epistemología porque nos permite comprender como esos arquetipos son percibidos por nuestros sentidos. Ontología porque nos exige quedarnos en la particularidad de los fenómenos dotados de alma y conocer cómo nos hablan:
El pensamiento del corazón es fisonómico. Para percibir debe de imaginar. Debe ver formas, figuras, rostros: ángeles demonios, criaturas de todo tipo en cualquier clase de objetos; de este modo el pensamiento del corazón personifica, anima e infunde vida al mundo (Hillman, 2001:74-75).
Desde luego la propuesta de Hillman no es tan novedosa y tiene una raigambre en una larga tradición que dota al mundo de alma, el anima mundi de los antiguos. La manera que tenemos de acercarnos a esa alma, rompe la dicotomía entre lo interno y lo externo por medio del alumbramiento estético que hacemos del mundo. Esto para el autor es sumamente importante, y coincido con él, pues nos permite escapar de la banalidad del mal. ¿Por qué? Porque como Hanna Arendt (2016) mostró en su estudio, la banalidad que hizo posible los campos de concentración consiste, en parte, en un mundo que ha dejado de estar encantado, que está muerto, es mecánico y no tiene sentido. Nos dejamos de asombrar ante la belleza de lo que nos rodea y el corazón muere en el desierto de la modernidad. Por lo tanto, es importante dar un giro radical en nuestra concepción sobre la relación entre los sujetos y los objetos:
No es el sujeto el que observa, como en un universo científico, donde todo gira en torno a un sujeto, sino que el sujeto somos nosotros, convertidos en blanco de las miradas de las cosas. Para el mundo animado, también nosotros somos objetos de la áisthesis, inspirados estéticamente por el anima mundi, percibidos por ella, tal vez incluso espirados estéticamente, como imágenes, por un himma ardiente en el corazón de todas las cosas (Hillman, 2001: 113-114).
Creo que, si retomamos esta manera de pensar, estamos en mejores condiciones para comprender lo que pasó y sigue pasando en el Valle del Mezquital ¿Cómo miraban las cosas esa noche en Tlahuelilpan a las personas que se arremolinaban alrededor de la fuente de gasolina? ¿Por qué no escucharon esa manera de hablar? Mientras que el psicoanálisis nos ha enseñado desde hace más de un siglo que los seres humanos estamos habitados por múltiples personalidades, la realidad externa sigue siendo vista como algo uniforme y muerto, sin vida y subjetividad propias. Las tragedias como la del Mezquital o la pandemia a nivel global, son llamadas de atención de la urgencia que tenemos de transformar nuestra relación con el mundo. Un mundo que al igual que las personas tiene profundas patologías.
El primer paso es reconocer que no aliviaremos nuestros malestares y patologías mentales sino reconocemos que éstas están íntimamente relacionadas con las patologías del anima mundi. También, como plantea Hillman, el mundo requiere atención terapéutica. Para lograrlo, tenemos que reconocer que no sólo el ser humano tiene alma y que el mundo externo solo causa sufrimientos sin padecerlos. Nuestros problemas, el colapso civilizatorio en el que estamos inmersos no es sólo humano y subjetivo: “la enfermedad está ahí afuera” (Hillman, 2001:144-145):
No es sólo que mi patología se proyecte sobre el mundo, sino que este me inunda con su sufrimiento desoído…No podemos vacunar el alma individual, ni aislarla contra las enfermedades del mundo. Un matrimonio que se rompe puede ser analizado en sus raíces intra e intersubjetivas, pero mientras no tomemos también en consideración los materiales y la decoración de las habitaciones donde reside ese matrimonio, el lenguaje que utiliza, la ropa con la que se viste, los alimentos y el dinero que comparte, los fármacos y cosméticos que usa, los sonidos, olores y sabores que a diario entran en el corazón de ese matrimonio, mientras la psicología no deje entrar al mundo en la esfera de la realidad psíquica, no habrá ninguna mejoría; antes bien, cargando sobre la relación humana y sobre la esfera subjetiva la inconsciencia reprimida que se proyecta desde el mundo de las cosas, estaremos contribuyendo a la destrucción de ese matrimonio.
Ahora bien, el paciente al que voy a analizar es al capital en el corazón del Valle del Mezquital, para ello narraré en los capítulos siguientes la experiencia vivida con los campesinos hñähñu en las comunidades de San Ildefonso Chantepec y Santiago de Anaya. A estos campesinos los considero psicólogos que han sabido contrarrestar los efectos perniciosos que ha tenido en sus vidas la industrialización acelerada, la contaminación, la violencia, el despojo de sus recursos. Logran todos los días mantener a raya al capital porque se apropian y mantienen sus espacios comunitarios, a pesar de la dificultad que esto conlleva. Por ello, aunque los problemas que enfrentan atañen a cualquier ser humano, lo hacen de una manera singular; lo hacen desde su modo de vida el cual, siguiendo la propuesta de la personificación, podemos resaltar desde los siete momentos del cambio social como si se tratara de una persona. Es decir, resaltaré la manera en que resisten al capital desde su vínculo distinto con la naturaleza, la manera en que se apropian de la tecnología, las intricadas relaciones sociales que establecen fuera y dentro de su territorio, las empresas comunitarias que les posibilita organizar su producción de manera distinta, la cosmovisión anclada a una historia de larga duración, las leyes y normas de convivencia propias que tienen. De esta manera, al contraponer a estos actores con el actor principal que es el capital, comprenderemos a profundidad lo que ocasionó la tragedia en Tlahuelilpan y conoceremos las posibles vías que podrían evitar este tipo de dolorosos acontecimientos.
Desde el inició de este apartado de la tragedia en Tlahuelilpan. De las diferentes corrientes que abordan la perspectiva de los problemas sociales desde el actor social, me parece que la dramatística de Kenneth Burke ayuda a operativizar todo lo hasta aquí expuesto:
Primero, contrapondría el “dramatismo” al “cientismo”. Al hacerlo, no implico necesariamente una desconfianza de la ciencia como tal. Sencillamente quiero decir que se puede uno acercar al lenguaje en particular y a las relaciones humanas en general en términos de acción en vez de términos de conocimiento (o en términos de “forma” más bien que en términos de “percepción”). El enfoque “cientista” se logra a través de alguna pregunta esencialmente epistemológica tal como ¿“qué es lo que veo al mirar este objeto?” o “¿cómo lo veo?”. Pero las preguntas típicamente “dramatísticas” serían: “de qué, a través de qué, a qué, procede esta forma en particular?, ¿qué se relaciona con qué en esta estructura de términos?, o “¿cómo me ´purifica´ una tragedia (si en realidad lo hace)? Cualquiera de los dos enfoques termina por usurpar los territorios reclamados por el otro. Pero la vía de entrada es diferente; el dramatismo comienza con el problema de acción, o forma, y el cientismo con problemas de conocimiento o percepción (uno enfatiza lo “ontológico”, el otro lo “epistemológico” –aunque decirlo nos recuerda que cada uno termina por implicar al otro-) (Burke, 2014: 55).
Esta propuesta dramatística que también es retomada por Hillman, permite partir desde esa fenomenología arquetípica, pues como el autor señala, parte desde la acción y la forma, desde la textura de los hechos. Para ello, Burke utiliza un pentágono que explica cómo abordar el análisis de los actores:

El esquema lo modifiqué ligeramente para adecuarlo al marco teórico que he propuesto. En lo que respecta a los actores, le añadí históricos para resaltar que el estudio del presente se vincula a una historia de resistencia de larga duración. Lo demás lo dejé tal cual lo presenta el autor. Creo que con este esquema y el de los siete momentos del cambio social de Harvey, me permitieron poner orden a la sistematización que realicé. Tenemos pues a dos actores contrapuestos, a saber, el capital y los campesinos hñähñu, sus actos se refieren a la historia y los hechos que se quieren analizar, los propósitos me permitirán saber qué es lo que los mueve cuando se plantean un objetivo, el escenario es se conecta con lo que expuse sobre el espacio y la agencia se refiere a las capacidades diversas con las que cuentan para llevar a cabo sus proyectos y propósitos. El lector o lectora juzgaran hasta qué punto esto se ve reflejado en los siguientes ensayos.
Aquí cierro este primer ensayo. Espero no haber abusado de la densidad teórica, pero creo que era necesario. Los demás, a pesar de que como todos los días sigo en mi infiernito cotidiano con la música a todo volumen y los gritos histéricos de las vecinas, los ladridos de la perra del vecino, y el monótono traqueteo de las lavadoras a los que a ratos se suma la bomba de agua, espero que sean más fluidos.