El anima mundi y los actores

Al inicio de la pandemia mis sueños se hicieron más intensos y frecuentes. Y la mayoría, sobre todo los primeros meses, fueron pesadillas. Como casi no soñaba o recordaba poco mis sueños, el hecho me ha intrigado. Algo que antes trabajaba soterradamente y en silencio salió a la superficie. Sin embargo, lo peor venía cuando despertaba. Mi cuerpo lo sentía pesado, como si tuviera una loza encima y me costaba un enorme trabajo pararme de la cama. En el transcurso del día veía los rostros de angustia de mis seres queridos, ellos igual con el cuerpo pesado, soportando el cambio abrupto en nuestras vidas. Y como en los medios de información no paraban de decirnos que tuviéramos cuidado con todo lo que nos rodeaba pues el “pinche bicho” podría estar en cualquier parte, los objetos también se hicieron extraños y terroríficos. Después, leyendo algunos artículos, me enteré que esa pesantez, el dormir a deshoras, o el insomnio, fueron el pan de cada día de la mayoría de las personas que estuvo confinada. La pesadilla había irrumpido en la vida cotidiana y cundió la ominosa irrealidad.

Hoy, según la Organización Mundial de la Salud, más de la mitad de los que estuvimos confinados, tendremos algún tipo de trastorno psiquiátrico y, una de las mayores y más peligrosas pandemias que enfrentaremos en el futuro inmediato, será la de enfermedades mentales. Me temo que ya soy parte de las estadísticas y no creo pertenecer a la mitad que saldrá indemne de esta situación.

Si el mundo sufrió en su conjunto un great reset, por lo que he platicado con mis alumnos, familiares y amigos, cada uno de nosotros también se tuvo que reinventar. A mí me ha ayudado el caminar por los bosques, leer y escribir. Eran actividades que antes realizaba, pero que ahora las llevé a cabo sistemáticamente y con disciplina: En ellas he encontrado sosiego y debo decir, tal vez por mi natural misantropía que se va asentando con los años, el confinamiento también me trajo plenitud y dicha como nunca antes la había vivido, a pesar del dolor, el miedo y la angustia. Aun así, el escribir esta tesis la seguí postergando hasta hace unos días, sin atreverme a dar el salto. ¿Por qué no cumplía con el deber de entregar por escrito mis resultados de investigación? No lo sé. Dice Ray Bradbury que hay que escribir con pasión y para divertirnos. La verdad es que escribir textos académicos me produce un profundo malestar que me paraliza por completo. Soy capaz de llenar libretas y libretas con notas, pero a la hora de querer sistematizarlo y tratar de darle orden simplemente no puedo, se me engarrota la mano y odio mi vida y mi ineptitud. Eso y no la pandemia fue lo que me llevó a visitar algunos psicólogos y psiquiatras y a leer sobre psicología ¿Qué hay dentro de mí, me preguntaba y les preguntaba a los especialistas, que no me permite cumplir con este compromiso y de una vez deshacerme de esta carga?

De los psicólogos que empecé a leer, James Hillman, autor que ya cité más arriba, fue el que me fulminó como un rayo y me hizo replantearme muchas cuestiones de mí mismo y que después trasladé a esta investigación. En verdad creo que sus planteamientos son harto interesantes y vale la pena retomarlos con detenimiento. Según el psicólogo de los arquetipos, tanto las cosas como las personas están habitadas por múltiples arquetipos o dioses. Retomando la tradición del pensamiento occidental, postula la necesidad de cambiar nuestra forma de pensar. O en sus palabras, pensar con el corazón. Este tipo de pensamiento, en épocas de crisis como la nuestra, es también una estrategia de supervivencia. El principio fundamental de este tipo de pensamiento, lo establece Hillman (2001:16) del modo siguiente:

El pensamiento del corazón es el pensamiento de las imágenes, que el corazón es el asiento de la imaginación, que la imaginación es la auténtica voz del corazón, de modo que, si hablamos con el corazón, tenemos que hablar imaginativamente.

Esta forma de pensar difiere de la habitual en que en cada objeto, gesto, acción o palabra debemos encontrar las imágenes que revela nuestro corazón. Un corazón que no sólo es mío, sino que es la manera en que conecto mi experiencia con el mundo. Además, este pensamiento es impersonal, en el sentido de que hace hincapié en las personas que nos habitan y que habitan en el mundo. Por ello nos invita a olvidarnos de la ficción del yo, y pugna por que dejemos hablar a las múltiples personas de lo imaginal. Es, así, un pensamiento relacionado con la estética, entendida como la relación que establecemos entre nuestra alma y el alma de los objetos.

Este pensamiento estético es lo que lamo fenomenología arquetípica, la cual nos permite aprecias cada hecho concreto y la forma en que aparece a nuestros sentidos. Sólo que, a diferencia de la fenomenología reconoce en los objetos y en los sujetos la manifestación de los dioses o arquetipos. Es, en este sentido, una epistemología y una ontología. Epistemología porque nos permite comprender como esos arquetipos son percibidos por nuestros sentidos. Ontología porque nos exige quedarnos en la particularidad de los fenómenos dotados de alma y conocer cómo nos hablan:

El pensamiento del corazón es fisonómico. Para percibir debe de imaginar. Debe ver formas, figuras, rostros: ángeles demonios, criaturas de todo tipo en cualquier clase de objetos; de este modo el pensamiento del corazón personifica, anima e infunde vida al mundo (Hillman, 2001:74-75).

Desde luego la propuesta de Hillman no es tan novedosa y tiene una raigambre en una larga tradición que dota al mundo de alma, el anima mundi de los antiguos. La manera que tenemos de acercarnos a esa alma, rompe la dicotomía entre lo interno y lo externo por medio del alumbramiento estético que hacemos del mundo. Esto para el autor es sumamente importante, y coincido con él, pues nos permite escapar de la banalidad del mal. ¿Por qué? Porque como Hanna Arendt (2016) mostró en su estudio, la banalidad que hizo posible los campos de concentración consiste, en parte, en un mundo que ha dejado de estar encantado, que está muerto, es mecánico y no tiene sentido. Nos dejamos de asombrar ante la belleza de lo que nos rodea y el corazón muere en el desierto de la modernidad. Por lo tanto, es importante dar un giro radical en nuestra concepción sobre la relación entre los sujetos y los objetos:

No es el sujeto el que observa, como en un universo científico, donde todo gira en torno a un sujeto, sino que el sujeto somos nosotros, convertidos en blanco de las miradas de las cosas. Para el mundo animado, también nosotros somos objetos de la áisthesis, inspirados estéticamente por el anima mundi, percibidos por ella, tal vez incluso espirados estéticamente, como imágenes, por un himma ardiente en el corazón de todas las cosas (Hillman, 2001: 113-114).

Creo que, si retomamos esta manera de pensar, estamos en mejores condiciones para comprender lo que pasó y sigue pasando en el Valle del Mezquital ¿Cómo miraban las cosas esa noche en Tlahuelilpan a las personas que se arremolinaban alrededor de la fuente de gasolina? ¿Por qué no escucharon esa manera de hablar? Mientras que el psicoanálisis nos ha enseñado desde hace más de un siglo que los seres humanos estamos habitados por múltiples personalidades, la realidad externa sigue siendo vista como algo uniforme y muerto, sin vida y subjetividad propias. Las tragedias como la del Mezquital o la pandemia a nivel global, son llamadas de atención de la urgencia que tenemos de transformar nuestra relación con el mundo. Un mundo que al igual que las personas tiene profundas patologías.

El primer paso es reconocer que no aliviaremos nuestros malestares y patologías mentales sino reconocemos que éstas están íntimamente relacionadas con las patologías del anima mundi. También, como plantea Hillman, el mundo requiere atención terapéutica. Para lograrlo, tenemos que reconocer que no sólo el ser humano tiene alma y que el mundo externo solo causa sufrimientos sin padecerlos. Nuestros problemas, el colapso civilizatorio en el que estamos inmersos no es sólo humano y subjetivo: “la enfermedad está ahí afuera” (Hillman, 2001:144-145):

No es sólo que mi patología se proyecte sobre el mundo, sino que este me inunda con su sufrimiento desoído…No podemos vacunar el alma individual, ni aislarla contra las enfermedades del mundo. Un matrimonio que se rompe puede ser analizado en sus raíces intra e intersubjetivas, pero mientras no tomemos también en consideración los materiales y la decoración de las habitaciones donde reside ese matrimonio, el lenguaje que utiliza, la ropa con la que se viste, los alimentos y el dinero que comparte, los fármacos y cosméticos que usa, los sonidos, olores y sabores que a diario entran en el corazón de ese matrimonio, mientras la psicología no deje entrar al mundo en la esfera de la realidad psíquica, no habrá ninguna mejoría; antes bien, cargando sobre la relación humana y sobre la esfera subjetiva la inconsciencia reprimida que se proyecta desde el mundo de las cosas, estaremos contribuyendo a la destrucción de ese matrimonio.

Ahora bien, el paciente al que voy a analizar es al capital en el corazón del Valle del Mezquital, para ello narraré en los capítulos siguientes la experiencia vivida con los campesinos hñähñu en las comunidades de San Ildefonso Chantepec y Santiago de Anaya. A estos campesinos los considero psicólogos que han sabido contrarrestar los efectos perniciosos que ha tenido en sus vidas la industrialización acelerada, la contaminación, la violencia, el despojo de sus recursos. Logran todos los días mantener a raya al capital porque se apropian y mantienen sus espacios comunitarios, a pesar de la dificultad que esto conlleva. Por ello, aunque los problemas que enfrentan atañen a cualquier ser humano, lo hacen de una manera singular; lo hacen desde su modo de vida el cual, siguiendo la propuesta de la personificación, podemos resaltar desde los siete momentos del cambio social como si se tratara de una persona. Es decir, resaltaré la manera en que resisten al capital desde su vínculo distinto con la naturaleza, la manera en que se apropian de la tecnología, las intricadas relaciones sociales que establecen fuera y dentro de su territorio, las empresas comunitarias que les posibilita organizar su producción de manera distinta, la cosmovisión anclada a una historia de larga duración, las leyes y normas de convivencia propias que tienen. De esta manera, al contraponer a estos actores con el actor principal que es el capital, comprenderemos a profundidad lo que ocasionó la tragedia en Tlahuelilpan y conoceremos las posibles vías que podrían evitar este tipo de dolorosos acontecimientos.

Desde el inició de este apartado de la tragedia en Tlahuelilpan. De las diferentes corrientes que abordan la perspectiva de los problemas sociales desde el actor social, me parece que la dramatística de Kenneth Burke ayuda a operativizar todo lo hasta aquí expuesto:

Primero, contrapondría el “dramatismo” al “cientismo”. Al hacerlo, no implico necesariamente una desconfianza de la ciencia como tal. Sencillamente quiero decir que se puede uno acercar al lenguaje en particular y a las relaciones humanas en general en términos de acción en vez de términos de conocimiento (o en términos de “forma” más bien que en términos de “percepción”). El enfoque “cientista” se logra a través de alguna pregunta esencialmente epistemológica tal como ¿“qué es lo que veo al mirar este objeto?” o “¿cómo lo veo?”. Pero las preguntas típicamente “dramatísticas” serían: “de qué, a través de qué, a qué, procede esta forma en particular?, ¿qué se relaciona con qué en esta estructura de términos?, o “¿cómo me ´purifica´ una tragedia (si en realidad lo hace)? Cualquiera de los dos enfoques termina por usurpar los territorios reclamados por el otro. Pero la vía de entrada es diferente; el dramatismo comienza con el problema de acción, o forma, y el cientismo con problemas de conocimiento o percepción (uno enfatiza lo “ontológico”, el otro lo “epistemológico” –aunque decirlo nos recuerda que cada uno termina por implicar al otro-) (Burke, 2014: 55).

Esta propuesta dramatística que también es retomada por Hillman, permite partir desde esa fenomenología arquetípica, pues como el autor señala, parte desde la acción y la forma, desde la textura de los hechos. Para ello, Burke utiliza un pentágono que explica cómo abordar el análisis de los actores:  

El esquema lo modifiqué ligeramente para adecuarlo al marco teórico que he propuesto. En lo que respecta a los actores, le añadí históricos para resaltar que el estudio del presente se vincula a una historia de resistencia de larga duración. Lo demás lo dejé tal cual lo presenta el autor. Creo que con este esquema y el de los siete momentos del cambio social de Harvey, me permitieron poner orden a la sistematización que realicé. Tenemos pues a dos actores contrapuestos, a saber, el capital y los campesinos hñähñu, sus actos se refieren a la historia y los hechos que se quieren analizar, los propósitos me permitirán saber qué es lo que los mueve cuando se plantean un objetivo, el escenario es se conecta con lo que expuse sobre el espacio y la agencia se refiere a las capacidades diversas con las que cuentan para llevar a cabo sus proyectos y propósitos. El lector o lectora juzgaran hasta qué punto esto se ve reflejado en los siguientes ensayos.

Aquí cierro este primer ensayo. Espero no haber abusado de la densidad teórica, pero creo que era necesario. Los demás, a pesar de que como todos los días sigo en mi infiernito cotidiano con la música a todo volumen y los gritos histéricos de las vecinas, los ladridos de la perra del vecino, y el monótono traqueteo de las lavadoras a los que a ratos se suma la bomba de agua, espero que sean más fluidos.  

Personificar el capital

Se trata de personificar, de hacer alma y reencantar el mundo, al menos por medio de la escritura. Sí, la escritura también es una apuesta política. A mi lado tengo el libro de Adela Calva Reyes, cuyo título no deja de maravillarme: Ra hua ra hiä, (Alas a la palabra, en español). ¿No es un título hermoso? Las palabras eso buscan, tener alas; son ángeles, mensajeros del alma.

Max Weber en su célebre estudio sobre la religión protestante y el espíritu del capitalismo nos dice que una de las tareas del nuevo sistema fue desencantar al mundo. Lo necesitaba para poder implantarse. Este desencantamiento abarcó, al paso de los siglos todos los ámbitos de la vida social. Por ello Walter Benjamin iría un paso más allá y diría, en un breve pero fulminante artículo, que el capitalismo no es que se parezca, sino que es una religión. Los sacerdotes de esa nueva religión ya no están en las catedrales. Se les puede encontrar ahora en los centros financieros y las grandes corporaciones de todo el mundo. Como cualquier religión, el capitalismo requiere a sus chivos expiatorios, los condenados de la tierra que son sacrificados en aras del nuevo becerro de oro, el capital.

Sin embargo, no quisiera demorarme en amplias abstracciones, sin retomar mi ejemplo del vaso de vidrio con el que empecé este ensayo. A mi lado junto a los libros que a diario me acompañan (los difuntos que escucho con mis ojos), está un vaso con agua a la mitad. Al observarlo veo el brillo del agua, un brillo prístino, muy diferente que si el vaso fuera de plástico. Cualquiera puede reconocer que el sabor entre tomar agua en un vaso de plástico y en uno de vidrio es muy diferente. La experiencia es otra. ¿Es que cada objeto tiene un alma propia? Así parece. E iré más lejos, cada objeto tiene una personalidad y subjetividad propias. Esto desde luego va en contra de la racionalidad que abstrae las diferencias de las cosas, las homogeniza para sacar conclusiones estadísticas y generales. Pero la naturaleza y el mundo social son más caóticos y diversos de lo que sueña esa filosofía que ha dominado al mundo durante siglos. Cuando observamos con detenimiento, nos damos cuenta que no hay ni sujetos ni objetos completamente idénticos. Además de que con los objetos más inmediatos como los que tengo en mi hogar, he establecido a lo largo del tiempo un diálogo silencioso que nos ha hecho influirnos mutuamente. Ese vaso que ha andado para allá y para acá, acompañándome, sobreviviendo al trajinar de los viajes, dejó hace mucho de ser una mercancía. Hoy es de nuevo un valor de uso que me sirve para saciar mi sed.

Dice Gastón Bachelard que debemos tomar la siguiente frase como un axioma cuando se trata de poetizar la realidad: “Todo el ser del mundo, si sueña, sueña que habla”. ¿Qué quiere hablar el vaso cuando lo observo o cuando bebo agua en él? Muchas cosas, la cuestión es saber entablar ese diálogo singular. Siento que entran en mí las diez mil vírgenes, he escuchado decir a algunas personas cuando recorre el agua fría su cuerpo y sacian su sed. José Gorostiza en su poema Muerte sin Fin escuchó que un vaso con agua le dijo lo siguiente:

No obstante -oh paradoja- constreñida

por el rigor del vaso que la aclara,

el agua toma forma.

En él se asienta, se ahonda y edifica,

cumple una edad amarga de silencios

y un reposo gentil de muerte niña…      

Ese diálogo, tal vez no con esa intensidad que expresa la palabra poética, cualquiera puede realizarlo. Sólo que la modernidad, tanto en nuestro interior como en el exterior nos ha desalmando a todos, como acertadamente dice James Hillman. A este respecto también señala:   

No creemos que las personas imaginarias puedan ser tal como se muestran, es decir, como sujetos psicológicos válidos con voluntad y sentimientos como los nuestros, pero no equiparables a los nuestros. Esa forma de pensar, decimos, es válida sólo para los pueblos primitivos animistas, o para los niños o los locos (Hillman,1999:56)

¿Qué podemos hacer para recuperar esa parte que nos han cercenado? ¿Cómo podemos recuperar nuestra alma y el alma del mundo? La clave está en la imaginación activa y la personificación. Por ello, en este apartado propongo dar un giro radical, pasar del concepto a la personificación del principal actor histórico, a saber, el capital, esencia del sistema capitalista en el cual estamos inmersos. Para encaminarme en la discusión, trataré de dar respuesta a las siguientes preguntas ¿Cómo conceptualizan al capital las principales corrientes del pensamiento económico? Y ya personificado ¿Quién es? ¿Qué quiere?  

Existe una diferencia, acaso irreconciliable, entre el marxismo y las corrientes hegemónicas del pensamiento económico sobre lo que es el capital. Tanto para los economistas neokeynesianos como para los economistas neoliberales, el capital son las herramientas, edificios, derechos de propiedad etc., los cuales sirven para la producción de bienes, sean estos utilizados o no. Desde este enfoque, todas las sociedades, desde la edad de piedra hasta nuestros días, han sido capitalistas. Algo de razón encontramos en tal argumento, pero debemos dar cuenta no de un proceso general, sino de la diferencia esencial en el modo de producción capitalista:

En este olvido reside, por ejemplo, toda la sabiduría de los economistas modernos que demuestran la eternidad y la armonía de las condiciones sociales existentes. Un ejemplo. Ninguna producción es posible sin un instrumento de producción, aunque este instrumento sea sólo la mano. Ninguna es posible sin trabajo pasado, acumulado, aunque este trabajo sea solamente la destreza que el ejercicio repetido ha desarrollado y concentrado en la mano del salvaje. El capital, entre otras cosas, es también un instrumento de producción, es también trabajo pasado objetivado. De tal modo, el capital es una relación natural, universal y eterna; pero lo es si dejo de lado lo específico, lo que hace de un “instrumento de producción”, del “trabajo acumulado”, un capital (Marx, 1975: 5-6).

Desde la postura de Marx, el sistema histórico capitalista surge como proceso de valorización del valor (plusvalía), por medio del cual el trabajo no remunerado sirve para la acumulación de capital, mediada por el intercambio mercantil privado.

Pero hay otra diferencia sustancial en estas encontradas posturas: la visión sobre la problemática actual es vista, o bien como un simple problema económico, o por el contrario como una cuestión que abarca distintos ámbitos políticos, económicos y socioculturales cuyos análisis parten del sujeto vivo. El primer fetichismo lo encontramos pues, en la teoría económica capitalista de nuestros días, pues consideran la riqueza en su forma objetiva, exterior al ser humano y no como producto del trabajo, es decir, como riqueza subjetiva.

A este respecto Mario Robles (2005:16), hace un recuento de las formulaciones de Marx que nos pueden ayudar:

Para Marx los “hombres” no son rigurosamente los “sujetos” (en sentido ontológico pleno) de la producción capitalista, sino el capital. Sobre el capital como sujeto, da indicaciones en varios pasajes de sus textos. En los Grundrisse, Marx afirma que el capital es “la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa” y más adelante lo señala como “El valor que entra en escena como sujeto”. En su máxima obra El Capital, éste es caracterizado como “un sujeto automático”, “el sujeto dominante”, “una sustancia en proceso, dotada de movimiento propio” “valor en proceso, dinero en proceso”…

Ahora bien, si el verdadero sujeto en nuestros días es el capital, según la perspectiva de Marx, esto nos puede ayudar en la personificación que queremos realizar a este singular sujeto. Así, rescato de Marx la parte metafórica e imaginativa que su crítica suscita. Pero si este sujeto está en movimiento perpetuo, es tan huidizo que se complica su aprehensión. Es puro flujo, muere si se queda quieto. Luego entonces, ¿dónde buscar un punto nodal que me permita comprender su alma?

La primera pista es la tragedia en Tlahuelilpan. Ahí ese sujeto, sin ser visto ni percibido estuvo presente. Su flujo era de gasolina transportada por medio de un gasoducto. Es claro pues que las corporaciones trasnacionales y las empresas nacionales, son la parte visible y palpable de ese sujeto que se mueve a toda velocidad por el planeta entero. De ahí que me parezca pertinente retomar la propuesta de Paul Baran y Paul Sweezy para, desde un lugar, hacer la personificación del sujeto capital:

El verdadero capitalista actual no es el hombre de negocios individual, sino la empresa. Lo que el hombre de negocios hace en su vida privada, su actitud hacia la obtención y el gasto de sus ingresos personales es irrelevante para el funcionamiento del sistema. Lo que cuenta es lo que hace en su vida dentro de la compañía y su actitud hacia la obtención y la forma de gastar los ingresos de la misma. Y aquí no cabe duda de que el objetivo de hacer y acumular ganancias tiene una posición tan dominante actualmente como la que tuvo siempre. En los vestíbulos del magnífico edificio de hoy en día, como en el nuevo del modesto despacho de hace un siglo, sería igualmente apropiado encontrar grabado el lema: “!Acumular! ¡Acumular! Ése es Moisés y los Profetas.” (Baran y Sweezy, 1985:40).

En los años sesenta los estudios de Paul Baran y Paul Sweezy, desde el marxismo, marcaron una nueva perspectiva de análisis que enfatiza el papel de las corporaciones que los autores denominaron capital monopolista. Desde su perspectiva, se hacía necesario abandonar la idea de que el capitalismo es una economía de libre mercado y por el contrario enfatizaron las características históricas de un sistema económico donde predominan las grandes corporaciones y el mercado oligopólico. En una radical vuelta de tuerca, no se adentraron al mundo de la producción sino en el modo en cómo se utilizan los excedentes en la sociedad estadounidense y cómo este proceso económico se relaciona con aspectos culturales, ideológicos y políticos.  

En su libro sobre la pandemia, el filósofo Slavoj Zizek (2020:28), observa que “Otro fenómeno extraño que podemos observar es el regreso triunfante del animismo capitalista, de tratar los fenómenos sociales como los mercados o el capital financiero como entidades vivas”. Esta tendencia al animismo sobre la que atinadamente llama la atención el pensador esloveno, no es muy común que se la tome en serio, más allá de una recurrente metáfora. Pero, de acuerdo a lo expuesto, el capital bien puede ser analizado como un sujeto con vida propia. En el caso que estoy tratando de comprender, la personificación del capital la haré desde las corporaciones asentadas en el Valle del Mezquital. De lo que se trata es de personificar los edificios, fábricas, herramientas, etc, que operan en la región y aplicarles, como a cualquier persona se podría aplicar, un análisis psicológico para conocer su alma.   

El instante y la historia: última parte

Aunque el cuento se inspira, en buena parte, en la Divina Comedia, el drama de Borges es personal. Lo que él ve es el “inconcebible universo” pero sin historia. Por el contrario, el poema de Dante, nos ofrece una compleja visión de la historia, lo cual le permite relacionar aspectos cosmológicos pero cargados densamente de personificaciones históricas y de críticas a la sociedad de su tiempo, incluso en su viaje por el paraíso. Críticas que lanza hacia el futuro. A lo que hoy es nuestro presente.  Como plantea Ósip Mandelstam (2004:53), la visión histórica dantesca es antimoderna. Por lo tanto, completamente contraria a la concepción histórica de la modernidad capitalista como progreso lineal:

Para Dante, el tiempo es la sustancia de la historia experimentada como un acto sincrónico único. Y a la inversa, el propósito de la historia es mantener el tiempo unido, de manera que todos seamos hermanos y compañeros de una misma búsqueda y conquista del tiempo.

Al final de su coloquio sobre el poeta florentino, Mandelstam nos dice que Dante escuchó el sonido armonioso del tiempo y que intentó detenerlo en su inmenso poema. Así, el primer paso para la conquista de otra temporalidad desde la antimoderna actualidad de Dante, estriba en detener el tiempo lineal e insustancial del progreso y hermanarnos con los sufrimientos, sin razones y violencias que han ocurrido en el pasado y siguen ocurriendo en el presente, así como con los sueños y luchas que sustentan la esperanza. Hasta el día del Juicio Final que, como el propio Dante plantea en uno de los últimos cantos del Purgatorio, regresará la voz a los muertos.

Ese regresar la voz a los muertos es, desde el judaísmo, también es la apuesta de Walter Benjamin. Antes de pasar a considerar sus planteamientos voy a retomar algunos tercetos del canto XVII del Paraíso.

Dante se encuentra ansioso por expresar su pensamiento, sus deseos, sus dudas. Beatriz le contesta que lo exprese tal como sale del corazón, no para que lo exprese con palabras porque eso no es necesario puesto que, como ya se nos dijo cantos atrás, las almas pueden conocer los pensamientos antes de ser expresados, sino para que aprenda a comunicarse mejor. Entonces el poeta le pregunta a su bisabuelo qué le depara la fortuna. Y se lo pide con una hermosa metáfora temporal: «pues cuando podemos proveer la trayectoria de la flecha, por lo menos podemos hacer que llegue más lentamente». Detengámonos un momento y reparemos un poco en que la flecha de por sí ya tiene una trayectoria. Por eso, líneas adelante, Caccsiaguida le contesta así:  

Todos los acontecimientos que no exceden el alcance de la naturaleza humana, se encuentran ya imaginados por la mente del Eterno, de lo que no se puede inferir que tales cosas deban ocurrir por fuerza; así como el navegar de una barca corriente abajo no es producido por la barca que lo contempla., de igual manera que llega a tus oídos el sonido del órgano, yo percibo los sonidos que los tiempos te deparan (Dante, 2005: 132).

Dios es, desde esta perspectiva poética, un productor de metáforas e imágenes. Supongamos sin conceder, que el universo en el que nos encontramos fue creado como una inmensa e infinita alegoría. Supongamos que, a una de esas creaciones, el ser humano, le fue otorgado ese mismo don por medio del cual sus creaciones son alegorías y también su manera de conocer la realidad es esencialmente alegórica, aparte de literal, anagógica y moral. Estas serían una especie de categorías kantianas, pero metafóricas simbólicas y poéticas. Si nuestra hipótesis fuera cierta, cada acto por mínimo que sea, sobre todo cada acto humano que ya está en la mente eterna, es un acontecimiento que forma parte de la historia universal. ¡Qué diferente parecen así nuestros hechos políticos en nuestros días! El arte poético sería la capacidad que tuviera cada uno de intensificar la experiencia de los hechos de su vida y su sociedad y así poder encontrar una especie de puntos nodales donde se lograra comprender mejor nuestro presente y nuestro futuro. Ni siquiera tienen que ser los grandes acontecimientos que se relatan en los libros de historia. Este arte incluye al sujeto cognoscente y por lo tanto se vincula a su historia personal. Sin embargo, no me resisto a poner un ejemplo que está a flor de piel y que es, si no de interés general, sí de conocimiento general. Me refiero al asesinato del afroamericano George Floyd, a manos de un policía. En los medios de comunicación pasaron una y otra vez las escenas y los gritos desesperados y agonizantes donde se escuchaba un insistente: I can’t breathe. El resto es historia. Pero si lo interpretamos desde la filosofía de la historia dantesca, desde hace más de un año, hasta la naturaleza parece gritarnos: ¡No puedo respirar!

Ese ejemplo que acabo de esbozar, aunque en los márgenes fue de conocimiento de muchas personas alrededor del mundo, al menos hasta que los medios de comunicación lo remplazaron con otra noticia. Pero ¿cuántos de esos casos ocurren en este preciso momento y han ocurrido incesantemente a lo largo de la historia? En el lenguaje benjaminiano ¿cuántas monadas históricas se manifiestan ahora en cada rincón del planeta? La tarea del historiador es saberlas captar y aferrarse a ellas en todos sus detalles, hasta recuperar por un instante la voz de los que no tienen voz, muertos o vivos.

Es en la tesis XVII sobre la filosofía de la historia que Benjamin (2012:150) plantea lo que es una mónada histórica. Según él hay dos maneras que se contraponen a la hora de hacer historia. La primera solo se dedica a acumular datos y hechos que llenan un tiempo vacío. Por el contrario:

El partidario del materialismo histórico sólo se aproxima a un objeto histórico cuando éste se le presenta como una mónada. En esa estructura reconoce el signo de una suspensión mesiánica del devenir; en otras palabras, de una posibilidad revolucionaria en el combate del pasado oprimido.

No he transcrito completa la tesis para concentrarme en este fragmento. Primero ¿Qué es una monada histórica como la plantea Benjamin? Según su concepción de la historia sería donde de concentra, en un hecho particular y muchas veces olvidado, la totalidad de la historia, la cual permitiría un combate por el pasado. Desde este planteamiento, el pasado está más que vivo: define las luchas del presente. Así, entramos a una temporalidad mesiánica. Ahora bien ¿a qué mesianismo se refiere? Si seguimos por estos derroteros podemos caer entrampados en la riqueza de las metáforas, lo que siempre es placentero, pero el espacio que he destinado para este apartado se está agotando. Desde mi catolicismo ateo, puedo decir que el mesianismo de Benjamin se parece al Juicio Final del que habla Dante, donde el mundo adquiere su multifacética actualidad los muertos por fin son redimidos: la historia no es un vacío devenir sin sentido, sino que tiene una consumación. Como quiera, ni para el poeta católico ni para el filósofo judío, el tiempo es lo que sigue siendo para la modernidad capitalista: una categoría abstracta y lineal. De ahí que ambos pugnen por poner un freno, detener el tiempo, para dotarlo nuevamente de su riqueza, de su intensidad: darle una vez más alma y contenido. De este modo y partiendo de su visión del tiempo, hay, a pesar de las enormes diferencias que los separa, más coincidencias que quisiera abordar en su novedosa manera de abordar la historia humana.

Tanto Dante como Benjamin utilizan el pasado como crítica del presente. Los dos buscan un reencantamiento del mundo y hacen una crítica a la mercantilización de la vida que en su tiempo les tocó vivir. Los dos piensan la historia en imágenes. Pero, sobre todo, con sus herramientas y sus capacidades, sin ser Odiseo o Eneas, sin ser grandes héroes mitológicos, sino sujetos de carne y hueso como cualquier hijo de vecino, los dos emprenden a su modo un viaje al inframundo. Tanto poeta como pensador descienden en búsqueda de sus muertos para rescatarlos del olvido y darles la voz. De la misma forma, en ese viaje hacen una crítica ácida a las estructuras de poder y dominación que les tocó vivir. Por lo tanto, los dos están al servicio de los oprimidos.  Sus libros son herramientas útiles que nos han legado para comprender nuestro presente y encontrar las claves para poder cambiarlo. Tanto el mesianismo de Benjamin como el libre albedrío que define y defiende Dante apuestan por que los hombres hagan su propia historia. Una historia que está ligada a las luchas y fracasos del pasado. Lo que plantea Benjamin (2012:75), en la tesis VI, lo podría haber dicho sobre Dante y su visión apocalíptica de la historia plasmada en la Divina Comedia:

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Ese ese instante de peligro el que a partir del segundo capítulo voy a ensayar para encender la chispa de la esperanza. Por el momento, creo que no necesito citar más argumentos de Benjamin y de Dante, para llamar la atención sobre el ahora y el instante histórico. Ya los iré citando cuando haga falta. El lector o lectora juzgarán hasta qué punto he logrado trasmitir esa imagen del pasado. Pero no está de más repetirlo, lo realizo desde mis herramientas y mis limitadas capacidades. Lo que hago es lo que hace la mayoría: me subo a hombros de gigantes. Ahora ya se puede esclarecer desde qué perspectiva analizaré la parte central del drama en el Valle del Mezquital: los actores.    

El instante y la historia: primera parte

Cuando la reflexión sobre el conjunto de relaciones en interacción mutua que hay en un objeto cualquiera, se prolonga, surgen comentarios perspicaces y certeros. Para ejemplificar lo que digo regresemos al ejemplo del vaso. Si quisiéramos desentrañar cada uno de los componentes y relaciones que hacen que aparezca ante nosotros, nos tendríamos que remitir al origen del universo mismo. Esto que poéticamente puede ser bello e inspirador, en una investigación acarrea serias dificultades: es necesario resaltar los aspectos que más nos interesa de acuerdo al problema que queremos abordar. Entonces ¿de qué manera captar el conjunto de relaciones que propiciaron la tragedia en Tlahuelilpan?

Para acotar el problema hay que recordar que nos referimos a un cambio específico: el cambio social. Es decir que hay que tomar en cuenta una temporalidad y espacio humanizados, donde la interacción entre hombre y naturaleza condiciona los otros momentos. Desde luego la cuestión aún así se complica tanto en lo geográfico como lo histórico. Ya abordé, aunque sea someramente, la problemática de las escalas geográficas. Ahora hay que resolver lo referente a la temporalidad histórica y su abordaje.

Aquí hay varias maneras de abordar la historia, pero las que más me interesa contrastar son las de larga duración frente a los acontecimientos cotidianos. Actualmente cuando alguien quiere abordar los problemas del presente o del pasado desde una perspectiva histórica, se suele dar mayor importancia a los tiempos de larga duración. Wallerstein, por ejemplo, siguiendo las enseñanzas de Braudel, enfatiza los extensos bloques históricos que configuran el capitalismo, dando poca relevancia a los eventos cotidianos. Es en este sentido, una visión determinista y estructuralista de la historia. En contraparte, la microhistoria da mayor énfasis a los pequeños y locales acontecimientos que logran conjuntar en un lugar las relaciones históricas que lo configuran. Cabe señalar pues, que esta investigación está más cercana a esta manera de abordar la historia, cuyo caso paradigmático en México es Pueblo en Vilo, el estudio de Luis González y González que, en un pueblo recóndito del estado de Michoacán y aparentemente alejado de los eventos históricos relevantes, muestra cómo se puede abordar la historia desde un lugar aparentemente marginal.

Sin embargo, el problema que estoy abordando aún no forma parte exclusivamente de la historia. Por el contrario, está íntimamente ligado al presente en el que estamos inmersos. Incluso las investigaciones realizadas al respecto por las autoridades aún no han sido concluyentes y siguen en proceso, lo mismo que cuestiones que no han sido esclarecidas, como el saber por qué, aunque el ejercito estaba desde las primeras horas de la fuga en el ducto, no intervino. Por ello, aunque retomaré elementos históricos lo que me interesa es partir desde el presente, el “ahora” como lo llama Benjamin, autor del que retomaré sus tesis sobre la filosofía de la historia. La de Benjamin es una visión de la historia a contrapelo de las principales corrientes sociológicas e historiográficas que permite desde nuestro ahora comprender los acontecimientos como el de Tlahuelilpan desde todos sus detalles por más nimios e insignificantes que parezcan.

Aunque novedosa y en los márgenes de las academias, aunque cada vez más un autor de moda, no es el único autor que se aboca a una historia que parte desde el ahora. De hecho, Benjamin combina los más rigurosos conceptos filosóficos con la tradición mística judía. Esta manera de abordar la historia y el presente encuentro que se relaciona con una amplia tradición de pensadores y corrientes religiosas, filosóficas y literarias, como por ejemplo, la visión de la historia como acto sincrónico único que Dante nos ofrece en la Divina Comedia y que por cierto ha sido poco aprovechada por la ciencia social, o la sincronicidad propuesta por Jung para analizar la psique, pero que es igualmente sugerente si se aplica no sólo a los problemas individuales sino también sociales. Desde luego también la cábala de la que el propio Benjamin abreva o el I Ching o Libro de las Mutaciones, el libro sagrado chino donde la centralidad de lo sincrónico es fundamental.

Estas son las afinidades que yo encuentro entre el pensador alemán y otras corrientes de pensamiento. Seguramente hay más, pero confieso que mis conocimientos, incluso de las que acabo de mencionar, son escasos. Aun así, me parece que me ayudan a comprender -más que otro tipo de pensamiento- el problema que voy a abordar en el corazón del Valle del Mezquital. Veamos.

En el célebre cuento El Aleph, Borges nos ofrece en síntesis lo que sería una aproximación del instante histórico. En él se narra la visión que tiene Borges en el sótano de una casa cuando Carlos Argentino Daneri le muestra el Aleph: un punto donde están contenidos todos los puntos del espacio. En lo que el narrador llama la parte central de su relato, así describe, o más bien trata de describir lo que ha visto simultáneamente:

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo… (Borges, 1999:113-114).

No por celebre y hartas veces comentado, la interpretación de lo que es el Aleph resulta fácil de explicar. Tal vez, como en todo relato literario, hay que vivir las imágenes que se nos presentan y disfrutar lo que la lectura nos evoca. Pero algunas claves retomo de lo que acabo de transcribir. Principalmente la posibilidad de que el espacio cósmico esté contenido en dos o tres centímetros de diámetro y que cada cosa que se ve desde el Aleph, es infinitas cosas vista desde todos los puntos del universo. ¿Qué pasaría si la chispa que generó la explosión en Tlahuelilpan fuera analizada como un tipo de Aleph donde se condensa la historia de los oprimidos?

Algo que salta a la vista cuando se lee el cuento entero, es que Borges tiene una particular concepción de la realidad y la hace más que manifiesta en su larga descripción de lo que vio en el diminuto punto. Hay que resaltar que, si otra persona pudiera ver el Aleph, sin duda vería cosas completamente diferentes. Es decir, el espectador forma parte de la visión, como en la sincronicidad de Jung, o como nos ha enseñado la física moderna, según la cual el observador modifica lo observado. Y el espacio desde donde se mira también es distinto. No es lo mismo ver el Aleph en el sótano de un pequeño burgués argentino que desde las milpas del Valle del Mezquital. Paso así a especificar lo que he denominado instante histórico subalterno.

Los siete momentos del cambio social: segunda parte

II

Lo primero que salta a la vista es que haya una geografía crítica. ¿A qué se refiere este adjetivo cuando se aplica al estudio del espacio? Como plantea Hillman en el párrafo que cité líneas arriba, una de las características de nuestros tiempos apocalípticos es una ideología del espacio como “mundo muerto y objetivo”. La cual ideológicamente se fundamenta en las ideas de buena parte del pensamiento de la modernidad: Newton, Locke, Kant y Descartes. Estas ideas postulan una relación con el espacio hasta antes del surgimiento del capitalismo, desconocida. Para Newton, por ejemplo, el universo ya no sería ese lugar habitado por dioses, sino una máquina de relojería con leyes que la ciencia puede conocer para explicar su funcionamiento. Por otra parte, para Descartes hay una res extensa, vacía de significado y de la que nada podemos saber, y una res cogitans, una cosa pensante que dota de significado y sentido todo lo que existe. Exagerando el ego “de forma titánica y monstruosa”, como dice Hillman.

No me voy a detener en estas complejas corrientes de pensamiento que nos llevarían por otro camino del que me he planteado. Hago referencia, aunque sea someramente, para mostrar que esa concepción del pensamiento moderno, tiene una aplicación en nuestra vida cotidiana y en la manera en que concebimos nuestra relación con el espacio. Así, no es que el pensamiento hegemónico sea la causa por la que actuamos de determinada manera sobre el espacio. Ni la tragedia en Tlahuelilpan, ni el espacio donde sucedió, deben abordarse como problemas causales. Más bien es como lo plantea Milton Santos, hay que analizar el espacio como un conjunto indisoluble de sistemas de objetos y sistemas de acciones. Sólo que Santos plantea un marco teórico sistémico para abordar el espacio y sus subcategorías como territorio, región, paisaje, lugar, etc. En esta investigación voy a utilizar una concepción dialéctica. Para ello haré referencia al materialismo histórico-geográfico desarrollado por David Harvey. A este le añadiré el enano giboso y feo de la teología, como propone Benjamin en sus tesis sobre la filosofía de la historia.

Desde su nacimiento, el sistema mundo capitalista ha tenido especial interés en el dominio del espacio. Debemos a Marx encontrar la lógica de esa sed insaciable. Según lo desarrollado por él, el capital no es una cosa o un conjunto de cosas, sino un proceso. Este proceso se podría resumir como valor que se valoriza. Ahora bien, Harvey ha hecho énfasis en que ese proceso se relaciona con la urbanización y la constante transformación del espacio que esto conlleva:

Desde sus inicios, las ciudades han surgido mediante concentraciones geográficas y sociales de un producto excedente. La urbanización siempre ha sido, por lo tanto, un fenómeno de clase, ya que los excedentes son extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente radica en pocas manos.

Así, la producción del espacio no es homogénea pues se da por procesos donde dialécticamente están inmersos la división del trabajo, la especificidad en el proceso de acumulación del capital y la dominación política e ideológica en lo que Harvey (2000) llama desarrollos espaciales desiguales proponiendo la integración histórica y geográfica, relacionando el tiempo-espacio en su concepción materialista histórica del espacio.

Para entender el espacio desde esta postura, hay que entender la acumulación de capital como cuestión eminentemente geográfica. Harvey (2000) muestra cómo la globalización implanta el proceso del capitalismo para solucionar sus contradicciones por medio de procesos espaciales:

Una y otra vez, ha recurrido la reorganización geográfica a la expansión, a la intensificación como solución parcial a sus crisis y puntos muertos. El capitalismo, por lo tanto, construye y reconstruye una geografía a su propia imagen. Construye un paisaje geográfico especifico, un espacio producido de transporte y comunicaciones, de infraestructuras y organizaciones territoriales, que facilita la acumulación durante una parte de su historia del capital que deberá ser derribado y reconfigurado para abrir camino a más acumulación en una fase posterior (Harvey, 2000:72).

La globalización como acertadamente plantea el autor, sería una nueva fase en la producción capitalista de espacio. En este proceso de globalización las escalas permiten relacionar lo local con lo global y entender los conflictos y las disputas de los actores sociales a diferentes niveles. Considerar los efectos en un momento y en lugares específicos, permite arraigarlo “en las condiciones orgánicas de la vida diaria” (Harvey, 2000:103).

Estas escalas organizan la actividad humana y así como dependen de un proceso global también dependen de las condiciones políticas, económicas y de la lucha político-social. Siguiendo a Harvey (2010), aunque tratemos de fijar a la comunidad como una particular escala, esta no queda fija y cambia  a lo largo del tiempo pues tiene relación con lo urbano, con la región y a nivel global: “el examen del mundo en una escala particular revela inmediatamente toda una serie de efectos y procesos que producen diferencias geografías en los modos y niveles de vida, en el uso de los recursos, en las relaciones con el medio ambiente y en las formas culturales y políticas” (Harvey,2000:98).

Esta manera de comprender la escala en la que se ha desarrollado el capitalismo en una región especifica como el Valle del Mezquital, nos habla de formas de vida particulares en entornos socio-ecológicos igualmente diversos. Si bien esta diferencia geográfica es un legado histórico.

Existen, pues, diferenciaciones geográficas que están constantemente cambiando en diferentes escalas tanto en el nivel cultural como ecológico y social y si bien incorporan legados del pasado no se mantienen estáticas ni inmutables. El dar prioridad a una escala y sólo a ella, no nos permite comprender su articulación en los procesos de resistencia de las comunidades. Esclarecidas estas cuestiones geográfico históricas en la dialéctica del espacio, es necesario regresar a las consecuencias que este proceso tiene en regiones como el Valle del Mezquital. A este respecto dice Harvey:

La absorción de excedente mediante la transformación urbana tiene un aspecto todavía más siniestro, que ha implicado repetidas explosiones de reestructuración urbana mediante la «destrucción creativa», que tiene casi siempre una dimensión de clase, dado que son los pobres, los no privilegiados y los marginados del poder político quienes sufren primero y en mayor medida las consecuencias de este proceso en el que la violencia es necesaria para construir el nuevo mundo urbano a partir de las ruinas del viejo.

En estos planteamientos se encuentran herramientas poderosas para comprender mejor los acontecimientos como el de la tragedia en Tlahuelilpan. Pues nos ayudan a integrar diferentes dimensiones de la realidad social en un espacio determinado. El marco teórico propuesto por Harvey se puede sintetizar en un esquema que resume su propuesta sobre el materialismo histórico-geográfico:

El autor los llama los siete momentos del cambio social. Es interesante observar este esquema por un rato para darnos cuenta de la diferencia que tiene el plantear un problema desde sus causas y plantearlo dialécticamente. En esta segunda opción, cualquier problema se debe analizar como una totalidad orgánica anclada en el espacio.

El arte de ponerlo en práctica en cada investigación, depende de la pericia para vincular y resaltar las influencias de cada uno de los momentos. Pero como herramienta heurística es poderosa porque nos permite complejizar y comprender críticamente los problemas sociales sin olvidar las especificidades geográficas en constante cambio.

Retomando la investigación llevada a cabo por el gobierno federal sobre la explosión en Tlahuelilpan, tenemos una pauta crítica para comprender la limitación y falsedad en las que se sustentan. Ese chispazo que ocurrió en un segundo desafortunado, ya no se analiza desde una hipótesis sumamente superficial como la de la Procuraduría  según la cual fue el roce de las ropas sintéticas la que causó el “accidente”. Miramos con otros ojos, tal vez más abiertos y conscientes; más despabilados.

David Harvey cuenta una anécdota de cuando puso en práctica este método. En un jurado del que él formaba parte entre ingenieros y urbanistas y conformado para seleccionar las mejores ideas para el diseño de una nueva ciudad en Corea del Sur, se le ocurrió, debido a que se estaban focalizando en un solo aspecto, plantear algunas preguntas para complejizar la desición. A los ingenieros y urbanistas les parecieron muy interesantes los planteamientos de Harvey (2014: 192):

Después del debate me preguntaron dónde podían encontrar más cosas sobre aquellos pensamientos tan interesantes, y cometí el error de indicarles la cuarta nota al pie del capítulo XIII del libro primero de El Capital de Marx. Debería haberlo pensado dos veces, ya que ante una indicación como esa hay dos reacciones típicas. Una es nerviosa e incluso temerosa, porque conceder que Marx pudiera haber dicho algo tan poderosamente obvio e interesante equivale a expresar cierta simpatía hacia su obra, lo que sería horrible para las perspectivas profesionales e incluso personales de cualquiera. La otra es mirarme como a un idiota, tan falto de ideas que solo puedo repetir como un loro insensateces de Marx, y lo que es peor, ¡caer tan bajo como para citar una nota al pie de página!

Para mí fue un alivio leer esto que cuenta el geógrafo. Cada que uno cita a Marx o pasa uno por un radical trasnochado o, en efecto, por un idiota que no piensa por sí mismo. Pero si a mí se me preguntara por qué sustento buena parte de mi marco teórico en Marx es porque muchos de sus planteamientos me parecen, como dice Harvey, poderosamente obvios. Por mi parte, he puesto en práctica este método con mis alumnos. Desde luego no les digo la fuente, sólo les pido que aprendamos a observar la realidad. Les digo, miren este vaso de vidrio -esta  misma pregunta frente al mismo objeto nos la hizo a un grupo de estudiantes y a mí el profesor Carlos Cortéz- ¿Qué es lo que hace posible, que relaciones de todo tipo existen para que ese vaso esté aquí frente a nosotros?  Y como las obviedades empiezan a surgir sin tanto rollo teórico, uno se complace en observar. Tal vez el problema es que nos han fragmentado el pensamiento de tal modo que nos obstinamos en ver una parte de las cosas y ocultamos lo demás. A cualquiera nos pasa todo el tiempo. Esa es otra de las funciones de la ideología: mentir para ocultarnos la obvia verdad. Por eso creo que algunos no quieren a Marx, porque contrario a lo que se piensa, te invita a pensar por ti mismo.

Luego entonces ¿Por qué este escrito se está plagando de citas de diversos autores? Le pido paciencia al lector o lectora. Sólo será este ensayo donde sustentaré mi marco teórico de la mejor manera posible. ¿Imaginen que en una reunión parecida a la de Harvey les digo que de lo que se trata es de darle la voz a los muertos y a las cosas?   

Los siete momentos del cambio social: ¿causas o dialéctica?

I

Según los resultados del equipo de investigación de la Procuraduría General de la República, la explosión en Tlahuelilpan se debió, según los peritajes, al roce de las ropas sintéticas y el exceso de personas que había en el lugar. Así lo dio a conocer el titular de la institución, Alejandro Gertz Manero de lo ocurrido:

En el momento del siniestro, ese ducto estaba cargado con gasolina de muy alto octanaje, eso genera una serie de gases de una gran letalidad, y por tal razón, en el momento que eso se da, y las personas empiezan a acercarse y moverse de una manera multitudinaria alrededor de esa zona que estaba cargada de gases, muchas de las personas usan ropa de contenido sintético que tienen también la posibilidad de generar reacciones eléctricas. Ese es un principio de investigación, no es una contundencia, ni un resultado final.[1]

A pesar de que esa fue la primera hipótesis unas horas después de lo ocurrido, hasta la fecha no ha cambiado la versión oficial. A casi tres años de lo ocurrido, también se han esgrimido otras causas que explicarían el hecho. El mismo fiscal dio a conocer que había indicios de haber sido un acto deliberado e inducido. Las razones en las que se sustentó ese supuesto, fue que a la gente le llegaron mensajes momentos después de que apareció la fuga para que fueran al lugar por la gasolina. Además, dio a conocer que perforaciones de ese tipo ocurrieron en los últimos meses al menos diez ocasiones. La más significativa duró más de doce horas el día 12 de diciembre del 2018. Por su parte, el presidente López Obrador, dijo que detrás de los acontecimientos pudieron estar involucrados los principales grupos del crimen organizado que operan en el lugar.  

Aunque fragmentariamente fueron abordadas por las autoridades, muchas preguntas quedaron sin resolver ¿Qué relación hay con la naturaleza para que haya explosiones en el lugar? ¿De qué manera la tecnología utilizada por Pemex y otras empresas de la región han transformado las relaciones sociales en la vida cotidiana de las personas? ¿cuáles son las estructuras de poder que sustentan esas relaciones? ¿Cómo se vincula la producción industrial y agroindustrial con lo sucedido? La enajenación y mercantilización de la vida generada en el capitalismo sustentada en una ideología de clase ¿de qué manera influyó en la mentalidad de las personas que fueron al lugar? El que exista un Estado con un marco legal corrupto que beneficia a grupos de poder hegemónicos ¿Qué tiene que ver con el huachicol que practican diferentes estratos sociales?

Desde luego que estas preguntas y sus posibles respuestas, para este caso y para las problemáticas generales que viven el país han sido abordadas una y otra vez por las autoridades y grupos de analistas e intelectuales. El presidente López Obrador, todas las mañanas, un día sí y otro también, habla de la corrupción, sobre el periodo neoliberal y la necesidad imperiosa purificar la vida pública. Por su ´parte, intelectuales de diversas corrientes ideológicas, han esgrimido las más diferentes causas de los problemas que enfrentamos. Hay algunos que dan mayor énfasis al problema de nuestras relaciones con la naturaleza y la tecnología, otros hablan de la importancia que tienen las leyes y el Estado en las relaciones de poder cotidianas. Los hay que hacen hincapié en la economía y el desarrollo como causa fundamental de explicación. Por último, existen los que creen, y no son lo menos, que la principal causa del momento en el que estamos, es la mentalidad de las personas. Este tipo de explicaciones, aunque válidas vistas desde su parcialidad, son falsas y, por lo tanto, siguiendo a Luis Villoro (2007), dejan de ser científicas y cumplen la función de una ideología.

Regresemos a tratar de comprender qué y quiénes ocasionaron la tragedia en Tlahuelilpan. Empecemos por la fuerza aplastante de la obviedad. Es obvio que no hay una causa única que haya causado la explosión en Tlahuelilpan. No fue sólo el roce de las ropas sintéticas y las chispas eléctricas que esto genera. Tampoco lo podemos explicar como si únicamente se debiera a la corrupción de Pemex, lo que llaman el huachicol de arriba y el huachicol de abajo. Mucho menos por la mentalidad de las personas.

Aunque tampoco se debe exclusivamente a la llegada de los ductos y el proceso de industrialización que se instauró con virulencia a partir de los años setenta, ahí al menos tenemos un objeto material concreto que, como dicen las personas del lugar, transformó sus vidas por completo. Una de las primeras entrevistas que realicé en San Ildefonso Chantepec, fue a don Cipriano Ángeles, representante legal en ese entonces de la radio Gi ne gä bu h’e th’ o (queremos seguir viviendo). Al preguntarle sobre cómo veía el futuro de su comunidad, me contestó:

No sé qué va a pasar de aquí a unos treinta años en la comunidad, a lo mejor ya no habla ninguno el Hñähñu y pasa como en Mixquiahuala. Ahí me invitó mi sobrino por allá a una fiestecita de una primera comunión, me topé con un señor de ahí, un viejito, tiene como setenta años, le digo: ¿verdad que aquí anteriormente se hablaba el otomí, y ahora quién lo habla? Le pregunto. “Ninguno –dice-, hay unos cuantos que lo hablamos por acá y otros por allá, ya está a punto de morirse, pero ya la lengua ya no lo habla”. Si progresaron muy pronto, durante veinte, treinta años, la comunidad progresaron porque entró el agua negra allí. Todos tienen su parcela, bien cultivada. Tiene tractores, tiene casa de tres pisos, todo tienen. Tiene empacadora, todo ya, la lengua otomí no les interesa. Así me imagino que aquí en San Ildefonso va pasar.[2]

 De este modo quisiera resaltar el hecho contundente de que el capitalismo, aunque un proceso en perpetuo movimiento y transformación, se concretiza en objetos materiales. Por ello, al observarlos y buscar que se expresen, si lo hacemos de la manera correcta, sería como sacarle una foto a ese bicho inasible que es el capital.  

Visto desde esta perspectiva, se explica por qué las aportaciones de la geografía crítica, la psicología arquetípica, la fenomenología de los elementos que permiten reflexionemos sobre cómo concebimos el espacio, coinciden con el aceleramiento de la transformación desenfrenada del periodo neoliberal.      

 Y estas corrientes de pensamiento y análisis lo que nos permite y exige es no olvidarnos de las condiciones materiales y, por lo tanto, espaciales y territoriales en nuestra aproximación a la realidad social. No vivimos en espacios homogéneos. Por el contrario, basta mirar a nuestro alrededor, donde quiera que nos encontremos, para percibir el abigarramiento natural y social en el que estamos inmersos.

Todo lo hasta aquí dicho es obvio. Esta frente a nuestros ojos. ¿Por qué seguimos concibiendo el espacio como algo muerto y exterior a nosotros?

James Hillman encuentra en el pensamiento moderno las raíces de esta manera de concebir nuestro estar y ser en el mundo. Al referirse a las fantasías de catástrofe que pueblan nuestra psique, argumenta que esto no es un problema interior como se empeñan en hacernos creer la ideología dominante, y señala:

 Esas fantasías hacen realidad la visión apocalíptica cristiana y cumplen al pie de la letra la doctrina de un mundo que ya ha sido declarado muerto por la tradición occidental, un mundo cuya autopsia ha estado presidida por la mente septentrional de Newton y Descartes. Ojalá seamos ahora capaces de ver lo que Blake siempre supo: el apocalipsis que mata el alma del mundo no se encuentra al final del tiempo, no va a venir, sino que se está produciendo ahora, y sus jinetes son Newton y Locke, Kant y Descartes. Las fantasías del fin literal del mundo anuncian, sin embargo, el fin de este mundo literalista, del mundo muerto y objetivo.

Como el tema es complejo y el espacio corto. Voy primero a abordar este problema desde la perspectiva de la geografía crítica y después desde la fenomenología y la psicología arquetípica, a fin de realizar una síntesis que nos ayude a comprender a los actores del drama en el Valle del Mezquital. Y, sobre todo, que nos guíe en la búsqueda del qué y quiénes ocasionaron la tragedia.   


[1] https://www.youtube.com/watch?v=ZOBX6jZB6G8

[2] Entrevista con Don Cipriano Ángeles Pascual, habitante de San Ildefonso Chantepec, diciembre de 2012.

Ensayos sobre resistencia campesina para tiempos apocalípticos

Presentación

Al iniciar el cuatrimestre, desde hace cinco años, hago el mismo ejercicio con mis alumnos. Imaginen -les digo- que el planeta tierra va a extinguirse el día de hoy. Sólo cinco personas podrán salvarse en una nave espacial que irá a colonizar otro planeta igual al nuestro, pero sin civilización. En ese lugar no hallarán huella alguna del hombre. ¿Hay alguna regla para escoger a los sobrevivientes? Sí, el que suban a la nave o no, depende de su profesión u oficio. El alumno o la alumna tiene que justificar por qué ha elegido esas personas y no otras. ¿Hay alguna otra regla? No es una regla estricta, pero, como ya me ha pasado varias veces que algunos alumnos escogen cinco hombres o cinco mujeres, les sugiero se lleven al menos un tripulante del sexo opuesto. De lo que se trata, entre otras muchas cosas, es de poblar un planeta inhóspito.

¿Cuáles han sido los resultados? Las respuestas obtenidas son de lo más ingeniosas y sería cuento de nunca acabar si me pusiera a detallar lo que cada alumno o alumna ha imaginado. Aquí sólo diré que la profesión que nunca falta es la de médico y el oficio que casi nunca aparece es el de campesino. Entonces, mi tarea para el resto del cuatrimestre es convencerlos sobre la importancia de llevar a un campesino o campesina en el viaje. Antes del infausto 2020 mi propósito lo lograba sólo parcialmente y con algunos. La mayoría, a pesar de mis esfuerzos, no dejaban de verlo como un ejercicio que poco tiene que ver con la realidad actual. Pero algo cambió a raíz de la pandemia. Al volver a realizar la dinámica, la mayoría escogió a uno o más campesinos e incluso le dieron más importancia al cuidado de la naturaleza y a la alimentación por encima de cualquier otra cosa. Basta señalar que antes las profesiones y oficios que principalmente escogían eran militares, ingenieros civiles y albañiles. ¿Qué cambió? Se ha dicho que lo vivido a raíz de la Covid 19 se parece a una pesadilla. Si esto es así, en la angustia y en la desesperación, por chispazos de conciencia y aún de manera incipiente, muchas personas se han dado cuenta del peligro en el que estamos y de la centralidad que tiene el campesino y su vínculo con la tierra si queremos sobrevivir como especie. Como dice un aforismo de Novalis, «cuando soñamos que soñamos, está próximo el despertar».

Ahora bien, aunque a través de mis alumnos me doy cuenta parcialmente de cómo piensa y actúa la clase media en Hidalgo, el ejercicio no deja de ser una reflexión abstracta y pasajera. Desde luego que los padres los mandan y los jóvenes van a la escuela no para ser campesinos, sino ingenieros en finanzas que desean trabajar en la bolsa de valores o en una gran corporación. No creo que las aspiraciones de los estudiantes sean distintas a las de otros grupos de la sociedad que han sido colonizados por la ideología del desarrollo. Así, nos encontramos en una encrucijada: necesitamos de los conocimientos y prácticas de los campesinos, pero al mismo tiempo somos una sociedad racista y excluyente hacia este modo de vida. De hecho, muchas veces los propios campesinos niegan su identidad o rasgos de ella como cuando hablan una lengua indígena y ya no la trasmiten a la siguiente generación. Según datos del INEGI de 2020, el 75% de los indígenas considera que su cultura es poco valorada por la mayoría de la gente, mientras que el principal motivo de discriminación es la apariencia física, la forma de vestir y de hablar. Así, al mismo tiempo que amplios grupos de la sociedad desdeñan la batalla civilizatoria que enfrentan los campesinos, el mundo entero enfrenta las tres pandemias: la informática, la de enfermedades mentales y la causada por la Covid 19. A esto hay que sumarle el proceso acelerado de despojo territorial,  el cambio climático, la ofensiva militar y la violencia del narco, desempleo, crisis económicas, autoritarismo, la emergencia de los neofascismos y la extrema derecha, y un larguísimo etcétera que no hay para qué repetir pues esa descarnada realidad la tenemos frente a nuestros ojos todos los días con tal de que los despabilemos un poco. Lo que aquí resalto sólo en sus características más evidentes, es lo que algunos autores llaman colapso civilizatorio o crisis sistémica, y que yo llamo tiempos apocalípticos.

¿Qué hacer ante tal situación? De igual forma que en otras esferas, en el ámbito académico han surgido vaticinios y propuestas de todo tipo. Es lo que podríamos llamar una infodemia académica: todo mundo quiere cacarear el huevo; la última novedad sociológica y aprovechar la crisis para verla como una oportunidad. Me parece que los dos extremos de las posturas críticas son las de dos filósofos de renombre internacional: Slavoj Zizek y Byung Chul Han. Zizek plantea que la crisis generada por el Covid fue un duro golpe -al estilo de Kill Bill- al sistema capitalista, el cual abre la puerta a una nueva especie de comunismo. Por su parte, Chul Han plantea que, por el contrario, nos encontramos ante el fortalecimiento del capitalismo tecnocientífico ahora con características totalitarias. Dada mi tendencia al pesimismo y, sobre todo, a lo que ven mis ojos nomás me asomo a la calle, me inclino más por la opción de Chul Han. Entonces ¿abandonamos la esperanza y nos resignamos a padecer pasivamente lo que se nos va imponiendo día con día? Dicen Adolfo Gilly y Rhina Roux (2015:18) que no son tiempos de esperanza sino de rabia. Concretamente señalan: «Que no nos vengan con que es el tiempo de la esperanza. Es ahora el tiempo de la ira y de la rabia. La esperanza invita a esperar; la ira, a organizar.» Difiero de esta entusiasta apuesta. Sí, es tiempo de la rabia, pero en estos angustiantes momentos sin el delirio de la esperanza nada se puede realizar. En la puerta del infierno, en la Divina Comedia, el Dante pone una inscripción que dice:

 «Se non eterne, ed io eterno duro:

Lasziate ogni speranza, voi che entrate

(Ustedes, que a este reino penetran,  

renuncien para siempre a la esperanza)».

El mismo Dante más adelante, no recuerdo si en el Purgatorio o en el Paraíso, da una definición de lo que es la esperanza: la certeza en la vida futura. Pues bien, mi certeza en esa vida está con unos cuantos campesinos con los que realicé un largo proceso de investigación en sus comunidades. Si algo quedará bajo tanta enajenación, destrucción y muerte que se nos avecina como una ola gigante y fría, será ese retoño, esa incipiente florecilla que nacerá entre los escombros. Una flor que nacerá en tierra campesina. Como tantas otras a lo largo y ancho del Valle del Mezquital y otras regiones del país. Es el México profundo que se organiza sin hacer mucho alarde. O sin ser escuchado, así se desgañité encabritado.     

Pues bien, necesitamos retomar el modo de vida campesino si queremos aprender algo para sobrevivir ante los tiempos actuales y los que vienen. Y sobrevivir con dignidad y no como nos quieren hacer creer los grupos de poder hegemónico, según lo cual esto será cada vez más una especie de darwinismo social del sálvese quien pueda. Para explicar mi postura, me apoyo de la primera tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin (2012):

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad, se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérsela _sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

Desde mi punto de vista, ese enano giboso y feo son los campesinos, en concreto los campesinos hñahñü del Valle del Mezquital con los que conviví y acompañé en sus procesos organizativos del año 2011 al 2018. Y más en concreto los campesinos de dos organizaciones que despliegan sus actividades en dos comunidades. La primera es la radio comunitaria «Queremos seguir viviendo» de San Ildefonso Chantepec, en el suroeste del Mezquital, en la región de Tula Tepeji. La segunda organización, el Movimiento Indígena Santiago de Anaya se vive y se defiende... que realiza sus acciones en el municipio del mismo nombre, en la región desértica en la parte norte del Valle del Mezquital. Los ensayos de este trabajo tienen como objetivo sistematizar esa experiencia vivida. Y el título señala que esta resistencia no solamente es en. También es para  tiempos apocalípticos, es decir, buscan dar algunas posibles respuestas prácticas ante la situación presente. En este sentido, cuando la tesis de Benjamin, habla de materialismo histórico, yo lo entiendo como una manera de que esa teología, ese halo divino que insuflan las relaciones sociales de los campesinos hñähñu, se concretice en un espacio. O, en otras palabras, encarnado en el lugar. Ese halo divino, por muy efímero que parezca, se tiene que tocar con las manos y ver con los ojos. Y tiene que estar al alcance de cualquiera que quiera experimentarlo. En otros términos, mi análisis se basará en un estudio pormenorizado de estas organizaciones y sus procesos de resistencia desde el modo de vida comprendido como una totalidad orgánica que se despliega en el territorio. Para operativizar esta postura teórica he utilizado dos nuevos conceptos: investigación callejera y fenomenología arquetípica.    

Dice Juan Villoro (2007) que lo que define a una ideología es, entre otras cosas, una creencia injustificada que tiene una función social al servicio de un grupo de poder determinado. Para el autor, la ciencia sería precisamente lo contrario a la ideología, porque su tarea se encaminaría a desmitificar ese tipo de creencias injustificadas y criticar las prácticas en que se sustentan. ¿No será que mi apuesta por el modo de vida campesino, más que ciencia social crítica es una ideología? En parte sí, estos ensayos son una apuesta política, es decir, toman partido ante los conflictos que analizan. Sólo espero que mi creencia sea lo menos injustificada posible. Además, mi manera de influir en los demás la busco no desde un grupo social o sucursal del pensamiento. Por el contrario, de manera individual e íntima, busco un diálogo entre quien escribe estas líneas y quien las lee. Por ello, a pesar de mi escaso talento literario y científico, creo que el estilo sencillo, libre y abierto del ensayo, el centauro de los géneros, como lo llamó Alfonso Reyes, es la forma que mejor se adecua a la presentación de los resultados de esta investigación. Como los niños que hacen dibujos «feos y mal hechos», espero el amable lector o lectora noten la sinceridad con la que han sido escritos estos ensayos. Que detrás de la torpeza estilística hay la fuerza poderosa de los hechos.   

Desde luego que en siete años la experiencia vivida fue basta y para llevar a cabo su sistematización hice uso de los cinco sentidos, que según Kapuscinski (2016) debe tener el periodista y que yo adapté a lo que llamó los cinco sentidos del investigador callejero: ver, oír, estar, compartir y pensar. Esto como herramienta metodológica de la que haré uso a lo largo de los ensayos, lo traduzco de la siguiente manera: fotorreportaje, entrevistas, trabajo de campo y convivencia cotidiana, acompañamiento e intervención en las acciones de las organizaciones, y seminarios donde se intentó llevar a cabo un diálogo de saberes entre académicos, activistas y ciudadanos de a pie. A pesar del arduo trabajo teórico y práctico, retomo sólo los momentos de viraje o quiebre en el proceso de investigación.

El primer ensayo que consta de cinco partes y que iré publicando día con día, se titula La tragedia en Tlahuelilpan: los actores del drama, en el cuál presento los principales actores en disputa en el Valle del Mezquital y una heurística para abordarlos.

Bibliografía

Agamben, Giorgio y otros (2020), Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemias, ASPO

Gilly, Adolfo y Rhina Roux (2015), El tiempo del despojo. Siete ensayos sobre un cambio de época, ITACA, México

Kapusinski, Ryzard (2016), Los cinco sentidos del periodista, Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fundación Proa, FCE, México

Löwy, Michel (2012), Walter Benjamin: Aviso de incendio. Una lectura de las tesis «sobre el concepto de historia», FCE, México

Villoro, Luis (2007), El concepto de ideología, FCE, México.

Trashumanar no es un ismo

En estos días que he investigado más sobre el transhumanismo tecnocientífico, me percaté de que la palabra de Dante, Trashumanar, guarda una importante diferencia con lo que postula su uso moderno. Lo más evidente es la palabra utilizada como concepto hace referencia a una ideología y en el segundo caso hace referencia a un verbo, es decir una actividad relacionada con la experiencia místico-poética. Pero hay mucho más sutiles diferencias que es necesario abordar. Veamos.

Según un artículo de Nick Bostrom sobre la historia del pensamiento transhumanista, el cual se remonta a la leyenda de Gilgamesh, el concepto fue usado por Julian Huxley, hermano del famoso novelista, el cual lo definió de esta manera:

La especie humana puede, si lo desea, trascenderse a sí misma –no sólo
esporádicamente, un individuo aquí de cierta manera, un individuo ahí de otra- sino en su totalidad, como humanidad. Necesitamos un nombre para esta nueva
creencia. Tal vez transhumanismo servirá: el hombre permaneciendo hombre,
pero transcendiéndose mediante la realización de nuevas posibilidades de y para
su naturaleza humana.

Lo primero que hay que señalar en esta definición y el uso que Bostrom hace de ella, es que la relaciona completamente a una transformación radical del ser humano por medio de la ciencia y la tecnología, mientras que el uso que Dante hace de la palabra Trashumanar se refiere más bien a una experiencia que atañe íntimamente al individuo, aunque desde luego implica que esa experiencia entre más intensa y profunda se relaciona a una experiencia común a los seres humanos. Otra diferencia es que el Transhumanismo se refiere, como señalé arriba, a una ideología, mientras que el verbo poético no lo es. Es por ello que digo que Trashumanar no puede ser un ismo, en el sentido negativo que tiene cualquier ismo, como capitalismo, comunismo, feminismo, transhumanismo, etc. ya que los ismos hacen referencia precisamente a un grupo que por medio de argumentos injustificados cumple una función social de dominio mistificando la realidad y siendo aceptado como válido por el resto de la sociedad. Por el contrario, y esto es lo más importante de la radical diferencia, es que el Trashumanar sería un posibilidad (la otra sería la crítica científica) de desvelar las falsedades en las que se sustentan las ideológicas. En este sentido sería un despertar por medio de la experiencia poética.

Es cierto que, por fortuna, el termino Transhumanismo no goza de la hegemonía suficiente para aceptarse como discurso mistificador de la realidad por parte de la sociedad en su conjunto, como lo son otros conceptos como el de Desarrollo o Progreso. Sin embargo, es pertinente preguntar precisamente qué diferencia guardan con estos conceptos más populares. Pues bien, como señala Bostrom, el Transhumanismo se considera heredero de la ilustración, sobre todo por la importancia que se le da a la ciencia y la tecnología, así como a la libertad, la democracia y el uso de la razón. Desde luego que las mismas referencias históricas que apunta el filósofo sueco están pasadas por el tamiz ideológico que le permite ver sólo lo que quiere ver y permite suavizar, como Bostrom mismo señala citando a Fukuyama, una de las ideologías más peligrosas de nuestros tiempos.

Ahora bien, la diferencia con los conceptos de desarrollo y progreso, la encuentro en que este nuevo concepto, trata de dar un salto evolutivo, una probable singularidad, donde más que desarrollarnos o progresar, estaríamos pasando a una nueva etapa poshumana. La idea, aunque sugerente para muchas personas, tiene tantas inconsistencias teóricas y fácticas, que no merecería tomarse en cuenta sino fuera porque es usada por grupos de poder que tienen bastante influencia en la toma dediciones y en las nuevas maneras en que se concibe el mundo y nuestro estar en él. Y es que ese es el problema de la ideología, que no importa muchas veces que las ideas sean absurdas, se creen porque el grupo que las sustenta tiene influencia en la sociedad. Así, si una persona tocará a nuestra puerta, con su maletín en una mano, y nos dijera que nos trae la buena nueva de que nuestro universo no es más que una simulación virtual hecha por una megacomputadora superinteligente y al mismo tiempo nos ofreciera la fuente de la eterna juventud y unas pócimas para hacernos más inteligentes y bellos con el nuevo uso de la biotecnología y nos ofreciera guardar nuestra alma en un software para que después nuestros tataranietos interactúen con nosotros en Marte, seguramente lo tomaríamos por un charlatán, pero ¿Qué pasa cuando el hombre que nos dice estas o parecidas cosas se llama Elon Musk, uno de los empresarios más poderosos y ricos del mundo? Pues sucede que he escuchado a científicos y pensadores tomarse estas promesas en serio y creerlas y trasmitirlas como el camino que tenemos que seguir si queremos salvarnos del apocalipsis.

En fin, que por el momento la ideología Transhumanista, no es la hegemónica pero creo que para allá vamos. Si bien esa singularidad de la que habla Bostrom, él mismo la pone en duda a pesar de que muchos científicos sí creen y argumentan con múltiples razones, que daremos ese salto evolutivo poshumano, lo que es cierto es que antes de implantar esta idea, donde parece que sí estamos cerca de una singularidad es en el discurso hegemónico, el cual está pasando de la ideología del desarrollo como directriz de la política y la economía a un uso cada vez mayor de las concepciones transhumanistas para encaminar las relaciones sociales en la sociedad capitalista actual. ¿Cuál es entonces la similitud y la diferencia entre el concepto de desarrollo y el del transhumanismo? Para saberlo, primero nos tenemos que preguntar ¿Qué es el desarrollo y que función tiene ideológicamente en este colapso civilizatorio?

El nuevo Prometeo y el alma del mundo

Anoche salí al patio a sentarme un rato a mirar el cielo que esta vez está un poco nublado pero que aún así se asoman algunas estrellas. La noche es cálida y callada. De repente un grillo entona su musiquilla. Lo siento muy cerca de donde estoy, aunque es seguro que esté más lejos de lo que creo. Después de unos minutos de poner atención al murmurar del grillo, su melodía es una agua monótona y eléctricamente embriagadora. Recuerdo entonces un poema breve de Octavio Paz:

Es grande el cielo

y arriba siembran mundos.

Imperturbable,

prosigue en tanta noche

el grillo berbiquí.

Y después recuerdo vagamente otros grillos de otros poemas. Pienso entonces que lo que percibimos ya está enriquecido y determinado por lo que otros hombres han sentido, soñado y cantado. Algo me hermana a ellos y su voz retumba con la persistencia de ese grillo cósmico de Paz. En ese sentido, la tarea del poeta cumple la función arquetípica de Prometeo: dar fuego a los hombres y hacer habitable el mundo. Sin embargo, hay otras actividades humanas que también tienen esta misión o que corresponden a la misma función arquetípica. Tal es el caso de la ciencia y la tecnología que buscan arrebatar a los dioses el fuego del conocimiento y el poder de transformar el mundo, tratando de descubrir sus más íntimos secretos para beneficio de la humanidad.

Aquí tenemos pues, una imagen que nos ayudará a bucear por los mitos que sustentan nuestra presencia individual y colectiva, científica y poética. Vale la pena que nos preguntemos ¿Quién es Prometeo? Según lo que nos cuentan los mitólogos desde Hesíodo hasta nuestros días, no es ni un dios ni un héroe. Se sabe también que, al no ser una deidad, en la antigüedad no se erigieron templos en su nombre. De Esquilo nos quedó el Prometeo encadenado, la mejor de sus tragedias. A Hesíodo le debemos los principales mitos relacionados a su figura. Cuenta que un día, para evitar un conflicto entre los mortales y los dioses a causa del reparto de los sacrificios, como Prometeo era sabio, se le consultó y éste armó una treta. Se sacrificó un toro, puso de un lado los huesos recubiertos con la piel del animal y, en el otro lado puso la carne y las vísceras amontonadas. Le tocó elegir a Zeus y eligió los huesos y la piel. Desde ese día a los hombres les tocaría la mejor parte de los sacrificios. Zeus se encolerizó y quitó el fuego a los mortales: si era de ellos la jugosa carne, la comerían cruda. Entonces Prometeo robó el fuego a los dioses y se los dio a los hombres. Zeus se encoleriza aún más y manda una mujer, Pandora, y con ello les mandó la dura fatiga, el dolor, la enfermedad y la muerte. Por su parte a Prometeo lo amarró a una roca donde un águila todos los días se encargara de comerle el hígado, hasta que un día Hefesto lo libera y, una vez más, hay reconciliación y equilibrio. Por último, otro de los mitos que quisiera referir, es aquel que señala que Prometeo sabe proféticamente quien derrocará a Zeus, aunque nunca dirá su nombre.

Traigo a colación el mito griego porque los filósofos e intelectuales que defienden el que he llamado transhumanismo tecnocientífico, declaran que sus postulados sobre la manipulación genética , la búsqueda de la eterna juventud y el dominio de la naturaleza, son tareas inspiradas en Prometeo. Bajo el mito apropiado, se esconde una concepción antropocéntrica sobre la naturaleza muy arraigada en el pensamiento occidental. Todo gira al rededor nuestro y si el ser humano no está, el cosmos carece de sentido.

De ahí que la primera cuestión que hay que analizar es ese trasfondo en la ideología transhumanista tecnocientífica. Según un célebre artículo de Nick Bostrom, que más adelante analizaré a detalle, hay altas posibilidades de que seamos una simulación virtual creada por una civilización super inteligente y más avanzada que la nuestra. La hipótesis, aunque extravagante, no es nueva. Recuerda a Platón y su caverna y con ello a la larga tradición filosófica de Occidente. Recuerda a la película Matrix y la larga tradición de mitos y leyendas que se han forjado ante la extrañeza de nuestro universo. Aún así, hay algo nuevo en esta postura. A diferencia de los filósofos de la antigüedad, esta simulación según quieren creer los transhumanistas, es producto no de un Dios o demiurgo maligno sino de una civilización. Es decir, de seres humanos como nosotros, pero mucho más inteligentes y adelantados tecnológicamente. De ahí la utopía que los mueve para buscar igualar a nuestros ancestros.

Lo que quiero señalar de entrada es que esa ideología que parece muy prometedora, también se emparenta con las ideas de mejoramiento de la raza que aplicaron los nazis el siglo pasado, sólo que si sus postulados se llevaran a la práctica al pie de la letra (y tienen a los hombres más poderosos del mundo de su lado para hacerlo), los experimentos de Hitler y sus secuaces, serían considerados un juego de niños. ¿Qué hacer ante esta situación? El problema es tan grave que, exige un cambio generado por la multitud a escala global. Lo que intuyo es que si ese movimiento mundial, si esa irrupción de lo imposible e inimaginable se hace posible e imaginable y se lleva a cabo, la poesía estará presente y será necesaria.

No sé si concuerdo del todo con la visión cósmica de Dante. Su visión no es antropocéntrica sino cósmica, pero sigue postulando un creador primigenio, un motor inmóvil que todo lo creo de la nada. Es pues, creacionista. En las entregas siguientes habrá que dialogar con otras visiones cósmicas y adecuar el trashumanar poético a nuestras búsquedas y urgencias presentes. En el canto primero, Dante, para ejemplificar lo que significa la nueva palabra que nos regala, dice:

Nel suo aspetto tal dentro mi fei,
qual si fé Glauco nel gustar de l’erba
che ‘l fé consorto in mar de li altri dèi.

Trasumanar significar per verba
non si poria; però l’essemplo basti
a cui esperienza grazia serba.

Por dentro me volví, al mirarla, como
Glauco al probar la hierba que consorte
en el mar de los otros dioses le hizo.

Trashumanarse referir per verba
no se puede; así pues baste este ejemplo
a quien tal experiencia dé la gracia.

El mito cuenta que Glauco era un humilde pescador que al comer unas yerbas se metamorfoseo en un inmortal con una larga melena y barba del color de las algas marinas. Oceano y Tetis lo purificaron de su naturaleza humana recitando varias canciones y bañándolo en el mar. Dice Dante que con ese ejemplo le basta y le sobra para quien haya experimentado el trashumanar. Es el sentimiento oceánico que se ha experimentado desde tiempos inmemoriales. Un sentimiento que nos hace uno con el cosmos. Creo que el bardo no pone más ejemplos porque todos hemos tenido la gracia de experimentar esos momentos. Es una experiencia íntima y personal y a su vez colectiva y comunitaria. Y no se necesita mucho, acaso un grillo entonando su chispeante canto entre la yerba.

El transhumanismo tecnocientífico quiere la inmortalidad del alma y el cuerpo humanos. Su intento, se relaciona con la hybris griega, una enloquecida afrenta a los dioses que acaba por destruir a quien la hace. El transhumanismo poético quiere trascender la naturaleza humana, reconociendo que se es una parte ínfima e insignificante, apenas un parpadeo en la música del cosmos. Y sin embargo, hay instantes privilegiados donde comprendemos. No lo podemos expresar con palabras (a veces los poetas logran fijar el vértigo), pero ya no le tenemos miedo a la muerte. De esta manera, el tipo de experiencia que contiene la palabra trashumanar tiene poco que ver con la cibernética y los algoritmos. Es una experiencia poético religiosa sobre el alma del mundo. Por lo tanto, no nos la puede dar, por más chips que nos implanten para aumentar nuestra inteligencia, la ciencia ingenieril del transhumanismo tecnocientífico.

Trashumanar poético versus transhumanismo tecnocientífico

Como primera entrega de esta serie de ensayos sobre el transhumanismo como palabra en disputa, presento los diez valores que defiende el transhumanismo tecnocientífico, los cuales extraigo de un artículo de Nick Bostrom, filósofo sueco y uno de los principales representantes de este movimiento internacional. En contraposición presento los que considero los diez valores principales que defiende el que llamo trashumanar poético.

Valores que defiende el Transhumanismo tecnocientífico (estos diez valores los he copiado literalmente del artículo cuya referencia está en la bibliografía):

  1. No hay nada malo en manipular la naturaleza. La idea de arrogancia es rechazada.
  2. Libre elección individual en el uso de mejoramiento humano. Libertad morfológica.
  3. Paz, cooperación internacional, cese de armas de destrucción masiva
  4. Mejora de la comprensión (fomento de la investigación y el debate público; pensamiento crítico; apertura mental, investigación científica; debate abierto sobre el futuro)
  5. Hacerse más inteligente (individualmente, colectivamente y desarrollar inteligencia artificial)
  6. Falibilismo filosófico; disposición para reexaminar suposiciones a medida que avanzamos
  7. Pragmatismo; tendencia ingenieril, emprendedor y científico emprendedor
  8. Diversidad (especies, razas, creencias religiosas, orientaciones sexuales, estilos de vida, etc.)
  9. Cuidar el bienestar de todo ser sintiente.
  10. Salvar vidas (extensión de la vida, investigación antienvejecimiento y criogénica)

Valores que defiende el Trashumanar poético:

  1. No se puede modificar la naturaleza sin considerar las consecuencias en el alma de las personas y en el alma del mundo
  2. El libre albedrío se concretiza a medida que se corresponde con la gracia divina. No se puede modificar el cuerpo de los seres humanos sin modificar su alma
  3. Para garantizar la paz es necesario contar con un gobierno universal que unifique la diversidad y pluralidad de las naciones
  4. Apertura hacia el pensamiento científico y apertura el diálogo de saberes que incluyen el saber popular, religioso, poético, literario. Idea de la historia como un acto sincrónico único.
  5. La inteligencia se relaciona a la concepción del universo como organismo vivo, por lo que la conciencia es más que un agregado de células neuronales o algoritmos cibernéticos.
  6. El pensamiento filosófico incluye ideas trascendentales, mítico-poéticas, por lo que no sólo se incluye el pensamiento científico sino también el conocimiento popular.
  7. La idea de trascendencia se relaciona a la contemplación
  8. Respeto a la diversidad de modos de vida bajo principios éticos que sean válidos universalmente.
  9. Todo ser viviente es único y es difícil determinar una escala de valores para determinar cuál es más complejo. En este sentido se pone en entredicho la idea de que la evolución implique pasar del humano como último nivel de la evolución a una era posthumana.
  10. Lo que se busca es intensificación de la vida más que su extensión vacía de sentido.

El análisis de los valores que defienden estas dos posturas dará lugar a los avances de los capítulos que iré presentando cada semana. Empezaré con el debate sobre la naturaleza, el cual he titulado: El nuevo Prometeo y el alma del mundo.

Bibliografía: Bostrom, Nick (2019), Valores Transhumanistas en Instituto de Extrapolítica y Transhumanismo, Noviembre, Lima, Perú.