Aquél cuyo rostro no irradie luz, jamás será una estrella
William Blake
¿Por qué y para qué escribo? Estas son preguntas, dicen los que saben, que cualquiera que se dedique aunque sea en sus ratos libres al arte de la escritura, debe tratar de responder. La primera respuesta que se me ocurre es meramente pragmática: escribo porque si no moriría de otra cosa. Me parece que es la mejor forma de matar al tiempo y, así, tratar de convocar un tiempo distinto, el que denomino, porque no tengo ahorita otra palabra con que designarlo, el tiempo del instante. Esa temporalidad que no puede medirse. Otra respuesta es porque busco, al menos a la larga y si sigo practicando incansablemente, algún día decir lo que en realidad quiero decir. O al menos acercarme a ello. Creo que el día que eso ocurra, que escriba algo que me satisfaga por completo lo voy a saber y lo voy a exclamar a los cuatro vientos. Mientras sigo en el intento. Sé que, si dios me da licencia, lo conseguiré. Y si no me da licencia ¿lo bailado quién me lo quita? La escritura es mi refugio. El lugar donde trato de buscarme y, aunque no me encuentro, he encontrado la felicidad, alegría y plenitud y la más profunda frustración y tristeza. Cuando escribo sin tener ningún objeto, sin perseguir nada más que el simple hecho de revolotear con las palabras, soy feliz, pero que no me pidan que entregue algún trabajo académico o de cualquier otro tipo por qué se me paraliza todo el cuerpo y no hay poder humano que me haga anotar ni siquiera la primera palabra. Es algo extraño ¿no? Ya he hablado en otras ocasiones de mi rara enfermedad llamada escriptofobia. Pues bien, ahora quiero especificar mejor los rasgos de esa mi enfermedad. Me pasa cuando quieren que le ponga motivos, algún objetivo que se escapa a lo que yo ando buscando.. Así, me ha pasado que la escritura ha sido mi infierno y mi paraíso. Más lo primero que lo segundo. Voy a poner, una vez más, el ejemplo de mi tesis doctoral. Simplemente no puedo escribirla. He escrito y llenado, no exagero si digo que más de veinte libretas con notas e intentos fallidos para darle orden a mis ideas o planteamientos ( que casi en todas las tesis de lo que se trata es de citar a varios autores consagrados, demostrar que se hizo trabajo de campo y saber disimular el plagio). También, como todo tesista sabe y hay varios memes que lo constata, tengo cientos de archivos con el nombre de Tesis Final, Esta sí es la mera mera, Tesis ultimitita, etc, etc. así llevo desde el 2013. Incluso ya se me pasó la fecha para titularme del doctorado este pasado junio. Como es de suponerse esto me ha acarreado más de un problema en mi vida y no es la primera vez que me pasa. En la maestría me pasó lo mismo. En esa ocasión, incluso llegué a tener ideas suicida y estuve a apunto de enloquecer. afortunadamente fui al psiquiatra me receto unas pastillas, me tranquilicé y en quince días (los últimos que me quedaban si no quería perder una beca y la posibilidad de estudiar un doctorado) terminé de escribir más de 250 páginas. Fue una locura y quedó mal hecha como es natural cuando se hacen trabajos así de apresurados. Aún así mis maestros me felicitaron en mi examen profesional y me dijeron que si la universidad otorgara mención honorífica me la hubieran otorgado. Y entonces regreso a la pregunta inicial ¿para qué y por qué escribir? Y agrego, si es una tortura para mí escribir académicamente ¿para qué me metí a estudiar un posgrado? Buena pregunta. Y es una cuestión que aún no me respondo del todo. Evidentemente no hubiera estudiado un posgrado si no me hubieran becado. Me gusta estudiar y aprender cosas nuevas. Y si me pagan por hacerlo, mucho mejor. Pero también porque desde estudiante universitario había querido ser investigador y académico. Con el posgrado se me fueron las ganas. Aunque me cambió la vida para mejor, haciendo el balance hubiese preferido no estudiarlo. Ya pasaron diez años desde que ingresé. Los mejores años de mi vida se me fueron ahí y mucho de ese tiempo lo he gastado en tratar de escribir esa maldita tesis. Sigo sin poder. Estoy estancado, pero esta vez le prometí a la virgen de Guadalupe que el 12 de diciembre de este año es la última vez que me ocupo de este asunto. Aún no he escrito la primera palabra, pero le puedo fallar a mis asesores y a mí. A la guadalupana, guadalupano marxista como soy, no le puedo fallar. Esta vez no sólo hay una presión externa (mis asesores me escribieron que ya tengo que entregarla) que me obligue a cumplir el plazo. Esta vez también es una presión que yo mismo me he impuesto por medio de la creencia más arraigada que tengo en mi psique.
Con la pandemia y el miedo a la muerte, pensé que iba a poder soltarme y concluir con este martirio parecido al de Sísifo. No pude, después de casi dos años de encierro y de haber pasado por transes y dolores tal vez peores a los que podría causar la Covid que fortuna no me ha pescado. Esta vez voy a cumplir. Les mandaré a mis asesores la tesis, quede como quede y seré más libre que ahora. Ya no me importa si consigo el grado, porque no quiero saber nada más del mundo académico en mi vida. Quedé curado de espanto. Así que no le veo caso obtener un grado que no voy a utilizar más que para seguir con mi modesto empleo de profesor por asignatura o dedicarme a otras cosas que no requieren un grado académico para llevarlas a cabo. Aún así, tengo que terminar con este suplicio que me quita la alegría y las ganas de vivir. Me quita en, palabras de Ray Bradbury, la Garra y el Entusiasmo. Por eso incluso en el 2017, hice junto con unos amigos y otros estudiantes y profesores de diversas universidades de mi estado, un seminario al que titulamos por sugerencia mía: Cómo hacer una tesis sin morir en el intento. El seminario fue todo un éxito y creo que todos aprendimos de todos. De esas más de veinte personas, soy el único que no se ha podido titular. Si les contará que aún no lo logro se sorprenderían. O tal vez no mucho. Aquí sigo, muriendo en el intento.
En estos días, incluso he dejado de escribir poesía y las cosas que me gusta escribir como antes, excepto los comentarios al Quijote, porque esos me salen casi solitos. Así, ni escribo la tesis, ni puedo escribir más las cosas que me gustan. Aunque ahora que, desde que tengo este blog, he recuperado mis sueños de juventud, me he dado cuenta de una cosa: la gran diferencia que existe entre hacer las cosas por pura pasión y placer y hacerlas por obligación y con un motivo fuertemente delimitado.
En el Tao Te King, el libro del taoísmo, se lee:
Así yo sé que el No-actuar tiene ventaja.
Enseñar sin palabras a sacar provecho del No-actuar lo consiguen pocos en el mundo.
Así me gustaría contestarles a mis asesores. Así y con otras palabras menos certeras les he contestado. Como ya me conocen, no se enojan mucho. Sin embargo, ellos y yo sabemos que tenemos que cumplir un pacto de caballeros. Sí o sí, tengo que entregar mi tesis. Es el precio que tengo ahora que pagar por haber disfrutado años de beca y haber conocido varios lugares y personas interesantes. Aun así pregunto lo que les he preguntado en el posgrado ¿Por qué no se pueden hacer tesis menos acartonadas y aburridas, justo lo que hace que se me muera la Garra y el Entusiasmo?
Cuando se hacen las cosas por diversión y con pasión como yo a veces escribo, las palabras fluyen y brotan desde lo más íntimo. Por eso creo que algún día voy a escribir una página que en realidad me satisfaga. Porque lo que me interesa es la búsqueda; el camino y no el punto de llegada. Y me gusta al estilo del taoísmo: escribir nomás porque sí. Sin otro motivo. Así pues, busco irme quitando las máscaras que oscurecieron y enterraron mi verdadero rostro. ¿Cuál es mi verdadero rostro? Desde luego no hay ese rostro verdadero. Nadie lo tiene , porque no existe. O más bien y mejor dicho. Tenemos, cada ser humano tiene, muchos rostros verdaderos. Somos una multitud reclamando expresarse y salir a escena. Espero en mis intentos algún día, en alguna página feliz, brille alguno de esos rostros.