Hicimos el amor y él nos hizo,
ningún hueco profano despreciamos,
por su carnal hechizo
con animalidades en la lengua
le dimos vida propia, nos besamos
cada rincón oscuro y olvidado,
y tus ojos de yegua
y tu lujuria de serpiente y chivo
mirando al precipicio,
resucitó a mi cuerpo, devorado
por el follaje de tus manos de agua
que anunciaron, desbocadas, el motivo
para ser manantial, fuente, canto
de jilguera perdida por tu vientre
hasta llegar, dichosa, donde fragua
tu pubis milenario
mi tierra prometida con su manto
de pelo rumoroso que invitó a adentrarme
en ese largo arpegio cavernoso
donde sucumbió el corazón sediento
de lo real y la verdad.
Se desataron claridades morenas
de la náufraga ansiosa de alimento
que en los ríos de tus piernas logró
el quebranto de todas sus cadenas.
*Chantal Hernández