El Tlacuache Citadino: Aguas arriba, aguas abajo: Baca, Choix, Sinaloa, Centro Cultural

Guadalupe Espinoza Sauceda

                             

AGUAS ARRIBA, AGUAS ABAJO: BACA, CHOIX, SINALOA, CENTRO CULTURAL

 

A lo largo del tiempo y a la orilla del río Fuerte, se mantiene Baca como el único de los tres pueblos de la nación de los Sinaloas que aún pervive. Toro y Sinaloa (o Sinaloíta o Cinaro), río abajo, ya no existen. El otro pueblo de la misma nación, Baymena, está a las orillas de un gran arroyo.

No obstante, los nuevos tiempos del capital lo han amenazado. Primero la hacienda de Lamphar que se montó a escasos cuatro kilómetros aguas arriba en la comunidad de Agua Caliente en tiempos del porfiriato, donde se plantó agave y aún se ven rastros de los hornos a las orillas del arroyo que atraviesa la comunidad de la vinata que ahí había y de los restos del casco de la hacienda con sus palmeras de taco. La hacienda afectó tierras de los nativos de Baca y comunidades aledañas.

El segundo momento es a mediados del siglo pasado con el trazo del ferrocarril Chihuahua al Pacífico, más conocido como el Chepe, aunque el proyecto ya venía desde el porfiriato con los planes de Albert Keasy Owen, de conectar Nueva York con el Oriente a través del puerto de Topolobampo trazando una línea férrea desde Ojinaga, Chihuahua que uniera el sureste de Estados Unidos y a su vez salir hasta Topolobampo atravesando la Sierra Madre Occidental en los estados de Chihuahua y Sinaloa y desde ahí embarcar las mercancías.

Este proyecto le cercenó tierras al ejido de Baca, al pasar por ambas mesas de tierra colorada, a las márgenes del río Fuerte, aunque la mesa que está por el lado de Baca, desde el punto el vista legal, era herencia de Lamphar a una persona que oí mentar como Carmen, pero que al final esas tierras en los últimos repartos de la reforma agraria pasó a ingresar a la superficie del ejido de Toypaqui, ejido vecino a Baca, que terminó vendiéndolas a un nuevo prominente político y empresario de la cabecera de Choix.

Con el trazo del ferrocarril Chihuahua al Pacífico se crearon pueblos efímeros o satélites al calor de la bonanza del empleo en Ferrocarriles Nacionales de México (Ferronales), como La Mesa en Agua Caliente, donde estaba la estación del Chepe, y también en Loreto estación Loreto. Hoy La Mesa al privatizarse Ferronales está despoblada y estación Loreto a duras penas se aferra a no desaparecer.

La afectación por el trazo del ferrocarril a las tierras del ejido de Baca el gobierno federal aún no termina de indemnizarlas del todo, pues se debe el lado de la margen derecha del río, precisamente desde donde estaba la estación en La Mesa, hasta donde sale por el rumbo del Chorohui la línea férrea.

Esta modernidad a Baca lo afectó porque los polos de desarrollo fueron otros. Agua Caliente de Lanphar creció, a la par que ahí estaba el cruce del río en el pango, abajito del gran puente del ferrocarril, lo mismo que la comunidad de San Javier a donde una parte de los pobladores de Toro se fueron y que también lo comunicaba con Estación Loreto. Aguas arriba, aguas abajo a Baca le cerraban la pinza política-económica y se le pretendía estrangular, aunque nadie lo reconociera abiertamente.

En seguida del ferrocarril vino la gran obra hidráulica del Mahone o presa Miguel Hidalgo y Costilla afectando también tierras del ejido y quitándole población que se fue a Juan José Ríos y Bachoco en su mayoría en el Valle del Fuerte que este gran río irriga y da prosperidad, un río que permanece limpio y que no está contaminado. Al ejido de Baca con la presa Miguel Hidalgo el gobierno federal le expropia tierras, las aledañas al río, pues hasta ahí llega la cola de la presa del Mahone, incluso llega hasta los pilares del puente, y se sabe que está ahí la presa cuando el agua ya no corre, se queda quieta, serena, en remanso.

Un cuarto momento de afectaciones al hábitat, territorio, economía y región cultural de Baca es con la construcción de la presa Huites o Luis Donaldo Colosio Murrieta, eso fue en la última década del siglo pasado, para controlar las avenidas del río Fuerte y llevar agua y energía eléctrica al vecino estado de Sonora.

Mientras a la comunidad de Agua Caliente de Lamphar o de Baca le instalaban servicios como la clínica del IMSS, secundaria y preparatoria, lo mismo que a San Javier, al pueblo de Baca se le relegaba, dejado a su propia suerte. No obstante, Baca ha sabido salir adelante y mantenerse como una especie de centro cultural e identitario de la nación de los Sinaloas, además de dar decenas de profesionistas en diversas ramas y disciplinas del conocimiento.


Para rematar, de la cabecera de Choix a la comunidad de San Javier, se pavimentó primero de Choix a Tabucahui y después de esta comunidad a San Javier en últimas fechas, mientras a Baca se le deja la brecha de terracería, dejando que se ahogue en su propio rejuego interno.


Baca es un pueblo viejo e histórico que merece un mejor futuro, y que se le reconozca su cultura y espacio identitario. La moneda está en el aire.

El Tlacuache Citadino: Pueblos Cáhitas y sus petrograbados

*Norberto Soto Sánchez

** Guadalupe Espinoza Sauceda

Se desconoce el momento preciso en el que los primeros seres humanos llegaron al área geográfica que hoy es nombrada como el sur de Sonora y el norte de Sinaloa. Al presente, en esta región hay dos grandes valles sumamente fértiles: el del Mayo y el del río Fuerte. La región también goza de una gran diversidad biológica. Como dato de ello, el valle del río Fuerte destaca por ser el hábitat de la mayor variedad de especies de colibrí en el mundo entero. Esta riqueza biodiversa desde miles de años antes de Cristo convirtió al lugar en un sitio propicio para la vida humana. Hay indicios de presencia de bandas nómadas de la cultura Clovis que hace 14.000 años se dedicaban principalmente a la caza de mega fauna local como mamuts, caballos y -por sorprendente que pudiera leerse- camellos.

Trabajos como el de Elia Villalobos -doctora en Historia y arqueología marítima- nos hablan de hallazgos de restos de paquidermos del pleistoceno tardío en los municipios sinaloenses de Ahome, El Fuerte y Guamúchil (https://bit.ly/3i099Z2). De igual manera, exploraciones del arqueólogo Arturo Guevara encontraron puntas lanceoladas acanaladas parecidas a los tipos Clovis y Folsom en Sinaloa de Leyva, lo cual nos habla de estos lugares tienen, también, un tesoro de bienes culturales valiosísimos para la comprensión de la historia de la humanidad, pues los Clovis son una de las culturas más antiguas de Abya Yala (continente americano).

Por su parte, John Carpenter menciona que hay indicios de grupos yuto-aztecas tanto en la región del río Petatlán (hoy Sinaloa), como en la del Valle del río Fuerte, desde, al menos, la época del holoceno medio (5500-2500 a.C.). El inicio de dicho periodo se caracterizó por condiciones climatológicas en las que la temperatura presentó una elevación considerable en lo que hoy es el Estado de Sonora, región en la que habitaron múltiples grupalidades humanas proto yutoaztecas. Como resultado de estas variaciones ambientales, dichas poblaciones se dividen en al menos dos grupos: uno que se refugia en la al noroeste, en la “Gran Cuenca”, y otro que se traslada hacia el sur con distintos destinos, tanto en la Sierra Madre Occidental, como en la planicie costera del Sur de Sonora y el norte de Sinaloa.

El mismo autor refiere que a mediados de esta época, entre el 3600 y el 2000 a.C., fue la temporalidad en que se cree estas poblaciones reciben el maíz, aprendiendo su cultivo, estando fuertemente implicadas en el desarrollo de la raza Chapalote. Así mismo, se han encontrado indicios de que para 1200 y 1100 a.C., desarrollaron complejos canales de riego. Esta influencia agrícola en particular venía desde la zona del río Balsas en el Estado de Guerrero, encontrándose también en la región ubicada entre Colima y Jalisco, y en la planicie de Nayarit hasta llegar al norte de Sinaloa y sur de Sonora.

Carpenter señala que no hay duda de que los restos arqueológicos que han sido encontrados en la región del norte de Sinaloa pertenecen a los ancestros arqueobiológicos de los Yoreme; es la macro tradición arqueológica Cáhita que territorialmente abarcó la región entre los ríos Mocorito y Yaqui. Esta área geográfica se caracteriza por tener una gran cantidad de ríos y afluentes de agua. De sur a norte están el río Mocorito, río Sinaloa (antes Petatlán), el río Fuerte (antiguamente Cinario, Sinaloa o Zuaque), río Álamos (Cuchujaqui), río Mayo y río Yaqui.

Sinaloa en 1530 de acuerdo a Ortega Noriega, Sergio en Breve Historia de Sinaloa (1999)

Para el siglo XVI esta era una región con una densidad de población considerable tomando en cuenta la época y el contexto. En torno a esto, el padre Jesuita Andrés Pérez de Ribas, en su obra “Triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras, y fieras del nuevo orbe”, dijo:

“Es muchísima la gente que hay en estos pueblos, los cuales estarán en el río arriba dentro de 8 o 9 leguas… Están los tzois, los chínipas, los guazaparis y otros muchos. Abajo de los sinaloas… los tehuecos que deben ser otros tatos como los sinaloas… Debajo de los tehuecos están los chocaris, baroroes, y otros marítimos y a un lado los basirocos, grandes amigos de los tehuecos; y más abajo los suaques que es muchísima gente… Debajo están los ahomes y otros junto a la mar… cerca está una isla, dicen, muy poblada de gente…”.

Se habla de los yoremes-yaquis tenían unas sesenta u ochenta rancherías semi autónomas con una población, se calcula, de alrededor de 80,000 almas que en tiempos bélicos se organizaban para formar un gran ejército de guerreros que logró aplastar con facilidad a distintas milicias comandadas por Diego Martínez de Hurdaide en tres batallas entre 1606 y 1609  (https://bit.ly/3vw8G4V).  Se cree que la densidad poblacional en el lado del norte de Sinaloa era similar. Por su parte, la presencia humana en los territorios correspondientes a tahues (centro de Sinaloa) a finales del siglo XVI e inicios del XVII se estima de entre 60,000 y 70,000 almas, según datos del geógrafo e historiador Carl Sauer.

Hoy en día, los descendientes de los cáhitas prehispánicos se asumen cultural y étnicamente como yoreme-mayo, yoreme-yaqui y yoreme-guarijío o varojío. En la época prehispánica sus distintos pueblos fueron autónomos política pero no culturalmente como tal. A nivel lingüístico comparten la rama yuto-azteca como punto de origen.

Cuadro extraído del libro “La nación de los Sinaloas. Breve historia del pueblo de Baca.” de Guadalupe Espinoza Sauceda.

Desde el momento del contacto español, los núcleos poblacionales de los yoreme-mayo estaban conformados predominantemente por grupos de agricultores-pescadores, con minorías de cazadores-recolectores, distribuidos a orillas de los principales ríos y afluentes de agua, formaciones que, como se ha mencionado, eran aprovechadas para la construcción de canales de riego. Esa fue una de las razones por las cuales estos grupos cáhitas han sido considerados como los mesoamericanos más norteños, utilizando la categoría ‘Mesoamérica’ propuesta por Paul Kirchhoff en 1942. La región que habitaban se encontraba dentro de otra más general de nombre Aztatlán que contemplaba el Occidente de México, en lo que hoy son los estados de Nayarit, Colima, Sinaloa y Jalisco durante el periodo Epiclásico (850-1200 d.C.).

Precisamente, el aludido Sauer, en su libro “The Road to Cibola (El camino a Cíbola)”, sobre esta cuestión, refiere: “…durante la época colonial los términos Sinaloa y Nayarit tenían otras connotaciones. Es por ello que nos hemos remontado hasta el más antiguo término que se ha empleado para designar a la región, a saber, Aztatlán” (cursivas nuestras). A nivel de una categorización académica, Aztatlán ha sido definida como una región geográfica, un horizonte cerámico, un complejo cultural, un periodo cronológico e, incluso, como un sistema mercantil del occidente de México, según sostienen autores como el citado Carpenter y Julio Vicente (https://bit.ly/3u9FeA2).

Petrograbados y sitios de importancia arqueológica en el norte de Sinaloa

Aztatlán fue un vínculo cultural-ideológico-social entre el septentrión mesoamericano, los pueblos Cáhitas y las culturas noroccidentales. En tanto sistema mercantil, por ejemplo, evidencias arqueológicas encontradas en el sitio El Ombligo, Guasave, dan cuenta de que este fue un centro de intercambio comercial que era parte de una gran cadena de sitios interconectados que iban desde Cholula al actual suroeste de Estados Unidos. Dato curioso, a su llegada los españoles pudieron observar que a través de la planicie costera sinaloense era movilizada una gran cantidad de mercancías que incluían turquesa, cobre, concha, textiles de algodón, maíz y cueros, las cuales circulaban, al parecer, sin beneficiar a una economía controlada por ningún estado.

Lugares de importancia arqueológica son también el Cerro de la Máscara, muy cerca a la comunidad de La Galera, así como otro espacio aledaño al poblado de Ocolome, ambos en el Fuerte, Sinaloa. Son sitios donde se encuentran una gran cantidad de petrograbados. El primer lugar forma parte de una columna de peñascos y riscos de poca altura que se encuentran a lado del río. El segundo se encuentra justo frente al Cerro pero por la otra banda de la rivera. Un estudio muy serio llevado a cabo por los arqueólogos Julio Vicente, Guadalupe Sánchez y Lizete Mercado sostiene que estos trazos pertenecen a los Yoreme y sus ancestros arqueobiológicos, y que se realizaron en un periodo prolongado que va entre 500 años antes de Cristo hasta el momento de la llegada de los españoles a la región.

Estos investigadores hablan sobre el interesante debate que existe en torno a la cuestión de quiénes fueron los autores de los restos arqueológicos en comento:

 “El mito de que grupos humanos foráneos plasmaron los petrograbados en el Cerro de la Máscara se ha enraizado en la historiografía sinaloense y todavía varios historiadores sinaloenses creen en este mito… originalmente fue propuesto y sembrado por Eustaquio Buelna en 1876… Buelna también propuso que los Nahuatls fueron originarios de la Atlantida e identificó a Atlanta, Georgia, EUA, como un lugar original de los Mexicas, desde donde comenzaron su peregrinación… Buelna, en su afán de colocar a Sinaloa en la historia oficial mexicana, robó a los Yoremes su larga trayectoria histórica en la región atribuyendo los petrograbados y pinturas rupestres a grupos ajenos, siendo que los grabados fueron elaborados por los grupos ancestrales cáhita (en la actualidad Yoremes).”

El Cerro de la Máscara fue un espacio ritual de importancia pero al parecer no era para toda la gente y probablemente rituales chamanísticos de grupos selectos se realizaban ahí. Hasta hace poco, el total de los petrograbados encontrados en ese lugar y espacios aledaños era de alrededor de 300 distribuidos en 15 conjuntos.

Ubicación de los sitios arqueológicos aledaños a El Fuerte. Fuente de la imagen: El complejo Cultural del Cerro de la Máscara: Estudios Arqueológicos y de Petrograbados en El Fuerte, Sinaloa. Carpenter et. Al. 2014

Imagen del conjunto “La Máscara” tomada del sitio web Sinaloa360, con algunas adecuaciones descriptivas

Conjunto de “El Ojo de Dios” en el Cerro de la Máscara. Fuente de la imagen: El complejo Cultural del Cerro de la Máscara: Estudios Arqueológicos y de Petrograbados en El Fuerte, Sinaloa. Carpenter et. Al. 2014

Imagen del conjunto “Reina Diosa o Diosa Madre”. Fuente de la imagen: El complejo Cultural del Cerro de la Máscara: Estudios Arqueológicos y de Petrograbados en El Fuerte, Sinaloa. Carpenter et. Al. 2014

Es difícil elucidar el significado exacto de estos símbolos, con mayor razón si hay poca investigación al respecto, como en el caso de estos restos arqueológicos del norte de Sinaloa; aunque en general la entidad es rica en elementos históricos y culturales de este tipo, la indagación sobre ellos ha sido muy reducida, al igual que los esfuerzos por conservarlos, a pesar de que estos tesoros culturales son bienes que pertenecen no solo a los connacionales, sino a la totalidad de la humanidad. Recientemente fueron hallados petrograbados no registrados en algunas piedras que emergieron debido al drástico descenso en el nivel del agua de la presa Guillermo Blake Aguilar, también conocida como El Sabinal, en un espacio colindante con la zona rarámuri (tarahumara) del municipio de Sinaloa de Leyva (aunque territorialmente sigue siendo un lugar yoreme-mayo). No obstante, el carácter genuino de ellos solo puede confirmarse con los estudios pertinentes.

Fotografías del nuevo hallazgo de petrograbados en la presa El Sabinal, en Sinaloa de Leyva. Tomadas por Jorge Orduño.

Petrograbados de la cultura Anasazi en Sears Point, Arizona. Fuente: internet.

Empero, un detalle curioso es la aparición recurrente de espirales en vestigios de este tipo, que asemejan a la vida en el tiempo, es decir la cosmovisión cáhita, de cómo se entiende la vida y su medición espacio temporal, que es cíclico o circular, en forma de espiral, característica de los pueblos del Abya Yala, y que está muy presente también con los wirrárikas, nahuas, etc., y no lineal como la hace la cultura mestiza o de matriz dominante europea. Es otra forma de entender el cosmos.

Imaginemos por un momento el entorno en que los petrograbados fueron hechos. La mística que transmite la naturaleza del contexto en la ausencia total de iluminación urbana. Ahí es posible observar a simple vista unas pinceladas del “Centro Galáctico” de la Vía Láctea; esa concentración de estrellas que forma una diagonal brillante en el cielo nocturno. Se perciben los astros con una nitidez insospechada para quienes no han tenido la oportunidad de vivir eso. Hace cientos, hasta miles de años, los yoremes que hicieron los petrograbados observaban prácticamente el mismo cielo, pues para los parámetros cronológicos del universo la temporalidad que va desde que estos trazos fueron hechos hasta el día de hoy es apenas un parpadeo.

José Saramago, en su bella novela titulada “El Evangelio Según Jesucristo” señala que un desierto va emergiendo conforme la presencia humana va desapareciendo; evidentemente Saramago no se refiere al desierto en tanto ecosistema, sino a una experiencia. Si al ocultarse el sol uno se adentra a los cerros del territorio yoreme en soledad o con poca compañía humana, se encontrará con el espíritu del monte y la naturaleza, al cual los yoremes llaman Juyya Annia. Esa aproximación provoca que las ideas del alma dancen con una libertad incontrolable; una voluntad de lo inconsciente que se manifiesta en momentáneos delirios y alucinaciones tanto lingüísticos, como acústicos y visuales. Es una inspiración sublime, no un estado psicótico. Algo semejante al trance de la danza al ritmo del tambor yoreme (https://bit.ly/3z8Oqsn). A nivel psicológico, circulan los eslabones de una cadena significante (en el sentido del psicoanálisis lacaniano) que tienen su punto de origen en los momentos míticos en que inició la capacidad simbólica de la humanidad, es decir, en que comenzó el lenguaje. Por ello algunos pueblos asociaron desde la antigüedad el desierto con cierta forma de locura. Respetaban y temían el enloquecimiento, sabiendo también reconocer lucidez en algunos de sus avatares.

Los petrograbados, de alguna forma, son producto de esa inspiración y esa lucidez que transmite la experiencia del contacto con Juyya Annia. Es sumamente importante su preservación y estudio.

El Tlacuache Citadino: Curanderos, males y remedios en mi tierra

Guadalupe Espinoza Sauceda

CURANDEROS, MALES Y REMEDIOS EN MI TIERRA

En todos los pueblos existen saberes locales o conocimiento tradicional, medicina, herbolaria, hueseros y más, que son administrados por los brujos, hechiceros, chamanes, rezadores, curanderos, sobadores, etcétera. Conocimiento milenario que adquieren del interactuar día a día con su entorno y que se guarda en la memoria colectiva, el cual es tan válido como el occidental y que en algunos casos es más efectivo, práctico y barato. Muchos de estos curanderos, hechiceros y chamanes sanan con la mente, con el poder de la psique. Conocen la piscología del ser y del estar, de los astros y la naturaleza y claro, el conocimiento de ellos es muy importante pero también depende de las ganas que tenga el paciente de aliviarse. Baca (municipio de Choix, Sinaloa) no puede ser la excepción en este tipo de prácticas dado su origen y el tiempo que tiene de existencia, puesto que es un pueblo prehispánico.

En Baca era muy común oír decir que hay males puestos, hechizados, mal de ojo, etcétera, y que había que buscar brujos, sobadores, saurinas para que nos curaran o nos quitaran el hechizo; algunas veces los lugareños, enfermos y familiares, buscando curación, se iban a otros pueblos donde había personas con este tipo de poderes especiales, visitando diferentes localidades en el valle del Fuerte o en el valle del Mayo, en el vecino estado de Sonora. En mi caso afirman mis padres que de niño me mordió un perro con rabia y como en la comunidad de Capomos, municipio del Fuerte, había quien la curaba, me llevaron y me dieron de tomar un agua o brebaje especial para su cura (la inyección que se pone ahora a la altura del ombligo tiene que ser antes del mes o de luna nueva para que no se manifieste la rabia), y bueno, aquí ando todavía.

El efecto de la luna en los individuos y la naturaleza es muy importante, mi padre tiene conocimientos sobre ella, por ejemplo, sabe cuándo cortar madera o cuándo los animales van a parir; la madera se corta en cierto tipo de luna, aunque dice que todo el tiempo se puede cortar, pero después de las 11 horas, ya que le haya bajado el agua al palo o a la planta, para que no se apolille, y así por el estilo.

Sabe también cuándo va a llover, y esa premonición no le falla nunca. Recuerdo  una vez que andábamos desyerbando ajonjolí en el mes de agosto en un cerco que tenemos muy cerca de la comunidad de Los Chinitos y a la orilla del Río Fuerte, estaba haciendo un calorón sofocado, andábamos sudando desde la cabeza a los pies, y mi papá me dijo: “Volteando el sol va a llover, así que apurémonos para irnos a la casa”. Dicho y hecho, en cuanto volteó el sol empezó a llover, y nosotros nos pusimos los hules y nos marchamos al pueblo. Todavía le digo a mi compañera cuando está haciendo mucho calor sofocado en Guadalajara, al rato o amaneciendo va a llover, y aunque yo me voy a ir, te voy a llamar para preguntarte si llovió –le digo-, y llamo para preguntar y me dice: “Sí llovió”.

Muy frecuente escuchaba también que había empachados, con la mollera caída o con la tripa ida, a todos estos males había que sobarlos e ir con las curanderas o chamanes. Recuerdo que mi nana María Valenzuela sobaba y era muy común en mi casa que mi mamá arriba del zarzo tuviera enjundia en un frasco de esos de pimienta, casi pegando con el hollín del techo de palma, porque en ese tiempo se cocinaba con pura leña y los techos y las paredes de las cocinas estaban negras por el humo. La enjundia era de gallina y mejor si era de iguana de palo. La enjundia es un tipo de grasa de la cola de las gallinas, no es una grasa cualquiera, es especial, quizá por lo caliente. Se usaba también para la tos de los plebes que casi siempre uno de mis hermanos estaba enfermo, se la untaban en el pecho y en la espalda y santo remedio.

Las curanderas o sobadoras, antes de empezar a sobar la derretían en el sartén. Veía como mi abuela ya que se derretía la enjundia metía dos dedos en el sartén y se untaba y con eso sobaba, a los que tenían la mollera caída le metía los dedos en la boca y les subía el paladar, porque lo tenían caído, esa era la mollera caída, cura que se complementaba con la jalada del pelo de arriba de la cabeza y con eso se les aliviaba la diarrea continua que tenían.

Otro mal muy recurrente era el empacho, en este caso sobaban el estómago (la panza) para bajar las tripas, porque el empacho es como una parte de la comida que se queda pegada en la boca del estómago, y como está descompuesta, echada a perder, sigue descomponiendo todo lo que cae o va pasando hacia el estómago.

Y la famosa tripa ida que es más bien originada por un susto o emoción fuerte, el intestino se contrae y se pega o adelgaza y lo soban en especial en el vientre bajo muy cerca de la ingle para normalizarlo, para que tenga fluidez. No es realmente que la tripa se hubiera ido o salido, como creíamos nosotros.

Otro remedio casero del que me acuerdo era cuando nos picaban las hormigas coloradas o los jóboris (especie de hormiga menos común, del mismo tamaño, pero muy brava, tienen la colita guinda o negra y la cabeza roja) y que en mi tierra hay muchas por lo arenoso y propicio del lugar. Es muy común que en los solares hubiera hormigueros y las hormigas llegaran hasta el patio de la casa donde andábamos jugando de niño y que nos picaran, el dolor era intenso y nos poníamos a llorar. Nuestros padres recuerdo que inmediatamente corrían a cortar un manojo de hojas de un matorro llamado matanene o pajosos de burro y los pusieran a calentar en el comal de la hornilla. Por lo regular las picadas eran en los pies o en los dedos. Buscaban una bolsa de naylo y metían las hojas y pajosos y un poco de vick vaporud y ahí metíamos el pie y amarraban la bolsa, en lo caliente, -decían- que para que sudara, se abrieran los poros y se saliera el veneno.

El jóbori era más difícil porque este se subía y recorría la pierna y donde lo aplastáramos con la tela del pantalón ahí nos picaba. También nuestros padres nos recomendaban que nos amarráramos un trapo o mecate arriba de donde nos había picado para que no se nos subiera el dolor y funcionaba, el dolor ya no subía.

Estos son ejemplos donde la sabiduría y filosofía del pueblo se hacen presentes y perviven aún en nuestros días y aunque muchos renuncien a su uso y digan que es tradicionalista y antimoderna, sigue viva, atesorada por sus guardianes en los pueblos.

El Tlacuache Citadino: LAS GUERRAS DEL PUEBLO YOREME Y SU LÍDER FELIPE BACHOMO

Guadalupe Espinoza Sauceda

Las prácticas y rituales religiosos manifiestan el pensamiento y vitalidad de los pueblos yoremes. Están presentes en sus calendarios religiosos pero también en los hechos de guerra y defensa de sus pueblos desafiados desde siempre por los turbulentos derroteros del país. El hecho de poseer tierras fértiles, abundante agua y un privilegiado acceso al mar, los convirtió en enemigos de los norteamericanos Albert Kimsey Owen y Benjamin Francis Johnston y a un grupúsculo de yoris terratenientes venidos de menos a más, aliados del régimen porfirista.

La historia de despojo de sus tierras y trabajo forzado es larga en el Valle del Fuerte. Su conquista hasta nuestros días parece no terminar, sin embargo, sus líderes durante la guerra revolucionaria desaparecieron tras la consumación de la pena capital del General Felipe Bachomo, en Los Mochis, el 24 octubre de 1916, donde fue fusilado.

Con el villismo los yoremes construyeron una alianza estratégica, pues los convencionistas habían perdido el centro y sur del país, y para reponerse buscaban o tomar Sonora, la cuna de los Generales que habrían de encumbrarse en el poder. En esa situación, punto importante para el villismo era tomar el estado de Sinaloa bajo la dirección del general Juan Banderas, originario del pueblo de Tepuche, de los primeros maderistas en el estado, después zapatista y villista, y su segundo de a bordo del general Orestes Pereyra. El general Pancho Villa pretendía tomar Sonora y Sinaloa para desde ahí relanzar una guerra de movimientos contra los constitucionalistas, él mismo encabezaba las tropas a Sonora. Otro contingente menos numeroso lo puso bajo el mando del general Juan Banderas, que bajaron por la sierra de Chihuahua a Sinaloa, tomando la ruta de la capital, pasando por Creel, San Juanito, Cuiteco, Urique y al mineral Lluvia de Oro, un camino bastante accidentado pues implicó atravesar la Sierra Madre Occidental.

El control de los dos estados significaba para el villismo hacerse de una buena base de aprovisionamientos, así como abastecimiento de armas y parque con los Estados Unidos y sobre todo dar señales de fortaleza militar. No obstante, al final, tomar ambas entidades y reunirse con el maytorenismo les fue imposible. A partir de este momento las fuerzas de Villa dejaron de ser un ejército regular para convertirse en una guerra de guerrillas.

Los años de guerra mantenían a hombres, mujeres, niños y niñas yoremes en el monte cerca de sus pueblos. Una espera aletargada por la posesión de sus tierras. Ellos no querían pelear fuera de su territorio. A Felipe Bachomo hubo dos cuestiones que lo convirtieron en el líder más capaz para dirigir a los pueblos yoreme-mayo en la batalla: su trayectoria militar dentro y fuera de su territorio, además de caracterizarse por su entereza moral y religiosa en las festividades de su pueblo.

El reconocimiento como líder de guerra “missiyowue” (gato mayor), Felipe Bachomo lo recibió una noche a finales de 1913 en el pueblo de Camayeca por el Consejo de Mandones de los pueblos yoremes, en un ambiente lleno de rituales y ceremonias religiosas. A partir de este acto los pueblos estaban en guerra y Bachomo se convertía en el líder indiscutible de los pueblos yoremes ahí presentes. 

La correlación de fuerzas sin agresiones entre yoris y yoremes se mantuvo a pesar de que ambos bandos estaban preparados para la guerra. Los yoris viraron al constitucionalismo viendo posibilidades de salvación a sus intereses económicos y políticos. Los yoremes se sumaron al villismo buscando obtener la devolución de sus tierras.

El villismo rompió con ese estado de orden, con la pax revolucionaria. Las fuerzas villistas al mando de los generales Juan Banderas y Orestes Pereyra a su llegada por el municipio de Choix convirtieron el Valle del Fuerte en una zona franca de guerra que hasta ese momento parecía una guerra pactada, donde Benjamin Francis Johnston y demás terratenientes obtenían ganancias jamás antes logradas, a la vez que incorporaban al capitalismo pleno esa fértil región del norte de Sinaloa.

La guerra se extendió como un relámpago, breve y terminal por el norte de Sinaloa. A fines del año de 1915 los villistas fueron derrotados por las armas enemigas, cayendo el general Orestes Pereyra en El Ranchito. Las fuerzas del constitucionalismo se enfocaron a controlar el territorio de los yoremes mayos. Fue así como todo parecía indicar que Felipe Bachomo trataría de evitar el suicidio de sus pueblos en la guerra, retirándose a Sonora para desde allá reorganizarse y proseguirla.

Lo que siguió fue la peregrinación de Felipe Bachomo que, el 5 de diciembre de 1915, en el pueblo de Movas, Sonora, junto con el general Juan Banderas, se entregó a las fuerzas constitucionalistas a las órdenes del Coronel Guadalupe Cruz, que a su vez respondía ante el General Madrigal. Cuando Felipe Bachomo se entregó llevaba bajo su mando doscientos camayecas, su guardia personal; su tropa las constituían más de cinco mil yoremes y algunos yoris que los había licenciado en La Viuda, municipio de Choix en su repliegue hacia las partes altas del macizo montañoso buscando llegar a Guaymas para encontrarse con el grueso de la columna villista que se batía en la última batalla en Agua Prieta y Naco.

En su retirada de Jahuara a La Viuda el General Juan Banderas le extendió a Felipe Bachomo el nombramiento de general de indios, con lo cual reconoció su importancia militar, ya que hasta entonces, entre los yoris tenía el grado de Capitán Primero. Con el nombramiento el general Juan Banderas le daba el poder suficiente y aumentaba su capacidad de maniobra para superar la difícil situación militar en que se encontraban.

Su entrega a las fuerzas constitucionalistas fue una especie de rendición pactada porque de inmediato recibieron el indulto por parte del General Enrique Estrada. Los llevaron primero a Guaymas y de ahí a Mazatlán, después los transportaron por barco a Manzanillo y posteriormente en tren fueron a Guadalajara. Al general Felipe Bachomo no le hicieron válidas las garantías de respeto a su vida que acordó con los carrancistas, en esto tuvo que ver mucho la presión internacional que ejerció el consulado estadunidense en Mazatlán por la muerte de José Tays, radicado en San Blas pero que tenía la nacionalidad americana.

De Guadalajara el general Felipe Bachomo fue llevado a Mazatlán donde se le formó un Consejo de Guerra, para finalmente trasladarlo a Culiacán, donde la sentencia de muerte ya estaba dictada de antemano por los delitos de rebelión y robo, pidiendo los terratenientes del norte de Sinaloa que fuera fusilado en Los Mochis, como escarmiento para los demás yoremes, pues para ellos no se trataba de matar a Felipe Bachomo sino lo que representaba, la reivindicación yoreme de los derechos históricos sobre la tierra que éstos tenían y a los que nunca han renunciado desde la llegada de los españoles a su territorio. En Sinaloa el jefe de armas era el general Ángel Flores, militar que nunca se caracterizó por ser agrarista o estar con las causas más sentidas del pueblo. Puede decirse incluso que Flores fue un enemigo de los campesinos e indígenas, quien tenía órdenes del general Álvaro Obregón, Secretario de Guerra y Marina; además otro general sinaloense en la ciudad de México, Benjamín Hill, asumió como suya la causa contra Felipe Bachomo, pese a ser de la misma región, pero Hill era de la clase de los terratenientes.

El gobierno revolucionario le perdonó la vida al general Juan Banderas pero no al general Felipe Bachomo. Su vida militar de 1907 a 1915, primero con los maderistas y después contra el gobierno de Victoriano Huerta no le valió ante quienes juzgaron como en la época de la colonia a otros líderes indígenas. Dejando claro la exclusión de los pueblos indígenas en la nueva configuración del orden económico y político del México revolucionario. En el libro El otro México, Ricardo Raphael, viene a remachar el clavo aduciendo por la forma en que se dieron los hechos que al general Felipe Bachomo lo fusilaron por yoreme y porque su facción perdió la guerra. En su visión política y alianza estratégica durante la revolución no se equivocó, más bien fue la correlación de fuerzas tanto en el país como la injerencia norteamericana la que decidió su suerte.

La detención del general Felipe Bachomo regresó a los yoremes a sus pueblos sin entregar las armas. La guerra no terminaba. Mientras los generales constitucionalistas buscaban cómo juzgarlo, se reunieron hombres y mujeres en el mismo lugar en el que años antes habían nombrado al líder de guerra, ahora para discutir los derroteros de sus pueblos en la guerra y la ausencia del missiyowue. La discusión fue compartida de esperar su regreso o nombrar a un nuevo líder militar, otro missiyowue. Pero se negaron a un nuevo nombramiento.

La muerte del general Felipe Bachomo, estuvo acompañada por la persecución que alcanzó aristas inusitadas como el destierro de muchos yoremes, el cambio de apellidos y el ocultamiento de la verdadera tumba de su líder que revelan después de cien años que se encuentra en Buyakussi, lugar donde nació.

Los agravios no terminan. El despojo de tierras continúa en los pueblos yoremes a través de los nuevos proyectos de desarrollo y de expansión del capital. Curiosamente el más reciente fue un gasoducto que se inserta en su territorio en forma paralela a las vías ferroviarias (que conectan a Sinaloa con Chihuahua) hasta llegar a Topolobampo, dando vitalidad al proyecto trazado por los primeros norteamericanos avecindados en estas tierras, que se viene a sumar a la venta de tierras en unos casos, pero también al rentismo en otros.

El Tlacuache Citadino: Los Sinaloas. Indios Pitahayeros

Guadalupe Espinoza Sauceda

LOS SINALOAS. INDIOS PITAHAYEROS

El pájaro pitahayero ha parado de cantar, ahora los gallos empiezan, hasta que amanezca. Irremediablemente las horas de descanso se acabaron, es tiempo de levantarnos de los catres o tarimas para irnos a juntar pitahayas. El carrizo, un balde y un cuchillo, eso es lo elemental para apear o bajar pitahayas. Hay que madrugar porque si no los pájaros se las acaban antes de que terminen de cantar los gallos.

Para eso salimos todavía oscuro y así llegar amaneciendo para las lomas del Agostadero, pero sentimos temor de pasar por la Piedra del Gallo (una piedra grande, gigante en forma de bola) y luego mi papá dice que ahí canta un gallo en la noche, pero que en realidad es el diablo, por eso se le llama la Piedra del Gallo (está ubicada en el Agostadero, casi lindando con las tierras de Cosme Espinoza). Algunos jalaron para El Palmarito, para las lomas donde tiene sus tierras mi tío Cuco Pacheco. Habrá quienes decidan caminar más lejos por el rumbo de Loreto, otros se desviarán para las lomas de Techobampo y posiblemente llegaran hasta El Tanqui. Los que solo buscan juntar unas dos o tres docenas no se preocupan por ir muy lejos, se van a las matas de las orillas del pueblo, en los callejones, ahí en El Bazate (ahora creo que ya se acabaron esas plantas de pitahayas que había ahí). Así, todos nos dispersamos buscando llenar el balde o lo que llevamos para juntar, en fin, la familia es grande o hay quienes juntan para vender.

El tiempo de pitahayas, contrasta con la temporada más difícil para los moradores de esas tierras, pues, son los días más secos y calurosos, pero es cuando la fruta más preciada de la región se entrega, me refiero a los meses de mayo y junio y escasamente duran hasta principios de julio, pero con las primeras llovidas de las aguas, las pitahayas se revientan o se terminan echando a perder.

Para que la temporada resultara mejor o más bien estábamos desesperados nomas de ver como crecían las pitayahas, grandes y jugosas, como si quisiéramos acelerar el tiempo desde los últimos días de abril y principios de mayo ya andábamos buscando carrizos, para eso mi papá nos llevaba al Rancho, muy cerca de Loretillo con los parientes Navarro (de la familia de Blas Navarro, y sus hijos Pedro, Blasito y el Che), ahí había carrizales y cortábamos unos cuatro o cinco, de los mejores, llegando a Baca los pasábamos por la lumbre para que se cotagüiaran, se les cayera la hoja y poderlos moldear, enseguida les poníamos piedras, para que cuando se secaran quedaran derechos. También había que buscar horquetas de papachis y una güichuta o güica de un árbol llamado algodoncillo, pelarlas, afilarlas y amarrarlas con ixtle o hule, de tal manera que la pitahaya al ensartarla quedara detenida y no se nos cayera.

Había pitahayas de pulpa de colores, rojas, amarillas, anaranjadas, algunas tirando a lila y morado y las más preciadas por dulces pero escasas, las pitahayas blancas. También había las pitahayas de espina blanca –digamos la común y corriente y no precisamente por corriente si no en términos de normalidad- y la de espina gruesa, correosa café o guinda, esa era la marismeña, quizá en alusión que era del valle del Fuerte, o donde más abundaba. La pitahaya de espina blanca era más propia de las tierras arenosas o blancas. A mí, me gustaba más la marismeña, debajo de mi casa, como cerco, o vestigios de lo que fue una cerca había matas de pitahayas, de espinas blancas y marismeñas, que por cierto daba unas pitahayotas, bien buenas y sabrosas ¡chulada de pitahayas!

Los lugares donde más pitahayas había era en las partes que fueron cercos, denominados de palo y echo (por el cactus). En los lugares áridos o semiáridos como es nuestra región, cuando los campesinos hacían cercas a falta de alambre de púas lo hacían con echos o etchos y pitahayas, con el árbol de torote y la peonía o chilicote combinados, por lo fácil para prender y resistentes a la falta de agua, y cuando ya prendían al año o dos ya daban pitahayas y algunas se convertían en grandes matas. Esto era en los lugares donde no había piedras porque otros hacían cercas de piedras, como en las mesas, donde abundaban las rocas volcánicas.

Por algo dice la historia oficial que nuestro estado de Sinaloa, es la tierra de las pitahayas, o de las cinas y que de esta región fue tomado el nombre de la entidad, al respecto la historia dice: “La nación de los Sinaloas –expone el padre Andrés Pérez de Rivas- tiene ese propio nombre y de ella lo tomó toda la provincia, por haber tenido en sus principios mucho comercio y por haberse fundado no lejos de la primera villa de Carapoa, que se destruyó”, y “tiene su asiento y poblaciones en el mismo río de Tehueco y Zuaque, en lo más alto de él y más cercanas a las serranías de Topia”, citado del libro Historia Integral de la Región del Río Fuerte de Filiberto L. Quintero. No hay que olvidar que el río Tehueco o Zuaque es uno de los distintos nombres que ha tenido el río Fuerte y que la serranía de Topia, que menciona Ribas, era el nombre que, en aquellos tiempos, los españoles daban al tramo de la Sierra Madre Occidental, abarcado por las provincias de Culiacán y Sinaloa, y en el caso concreto de nuestro terruño esa sierra la conocemos como la sierra del Rosario.

El abogado e historiador mocoritense Eustaquio Buelna, en el mismo sentido refiere que el escudo de Sinaloa está hecho en forma de una pitahaya, ovalado y que incluso tiene en los bordes, el símil de donde nacen sus espinas, tal como se ilustra en el escudo del Estado.

Del Fuerte rumbo a la sierra de Chihuahua abundan las pitahayas, y del Fuerte en dirección a la costa o el valle también hay pero de las marismeñas que es una planta más chaparra, que necesita de tierra más dura y compacta. Y si a esto le agregamos un poco más de historia lógica de El Fuerte para arriba a la altura de las comunidades del Mahone o de San Pedro era donde estaban al inicio de la llegada de los españoles la nación de los sinaloas (con sus cuatro pueblos Cinaloa o Sinaloíta, Toro, Baca y Baymena); era la nación de la pitahaya o de los indios pitahayeros, y en todo caso los pitahayeros de espina blanca, no marismeña, que también hay, pero en menor proporción.

Todavía es común ver en tiempo de pitahayas, por el rumbo de las comunidades de San José, Bajósori y Santa Ana (municipio de Choix) vendedores de este fruto silvestre a la orilla de la carretera Choix-El Fuerte, que compran la gente de nuestra tierra que van de paso o visitan donde está su ombligo enterrado, incluso por docenas y en algunos casos hasta el balde entero para llevárselas a sus familiares en las ciudades de El Fuerte, Los Mochis, Juan José Ríos, Guasave, Navojoa u Obregón, entre otras.

¡Ah pero cuando el año es llovedor no se da mucho la pitahaya! La pitahaya es de poca agua, como la sandía, que cuando llueve mucho pura rama y flores da, crece muy bonita pero no produce sandías. A lo mejor así son también los habitantes de esta región, los sinaloas o los indios de la pitahaya. A las nueve de la mañana, regresaba al pueblo de Baca con el balde lleno y copeteado de pitahayas para el deleite y disfrute de nuestras familias e incluso de los vecinos. Y digo que es un deleite porque la pitahaya es un manjar. Mi mamá (aguazarqueña) decía y dice que ella se puede comer un balde de pitahayas