Hay veces que quiero hablar sobre el infierno de mi patria,

de sus calles embadurnadas con la sangre de sus hijos,

de la luna centelleante como un machete

y curvada como una hoz desenterrando huesos olvidados.

Hay veces que quiero hablar del comunismo,

esa conquista de hombres y mujeres después de absoluta derrota.

¡El comunismo, camaradas, el comunismo!

Palabra vieja decrépita sin dentadura,

palabra humillada y prostituida millones de veces.

Hay veces que quiero hablar del amor,

de ese amor animal que roe hasta el tuétano.

Hay veces que quiero hablar de la carne y su falda de serpientes,

de un cristo ensangrentado que me persigue.

Hay veces que quiero hablar, simplemente hablar,

desgañitarme en el potrero,

ser viento por todos lados.

Me digo, para eso sirve la poesía ¿o no?

Entonces mi mano temblorosa toma otros rumbos

y así no más, me pone enfrente el nido de golondrinas

tejido en una de las paredes de la casa.

– Ahí está, me dice, corté esta imagen para ti.

No hago caso,

quiero sufrir con las palabras

para curar una herida fingida.

Pero llegan una, dos, tres,

una parvada de golondrinas que se posan en los cables,

vuelan y forjan algunas curvaturas que abrazan al cerro

y se meten a un jarro con agua que sabe a tierra

y a mi infancia feliz bajo el naranjo

y a mi abuela regando sus crisantemos

y al viento rasgando el vestido de seda del bambú.

La mano, esa mano que ya no es mía,

me dice: ahora detente y contempla.

Necio como soy, aferrado a que soy algo o alguien,

sigo escribiendo, hasta que aparecen las preguntas,

¿puedo contemplar con las palabras?

Si las palabras son ángeles,

¿puedo percibir sus alas y su rostro sin quedar ciego?

Contemplar es caminar hacia el vacío,

como creo dice Lao-Tse,

el Tao es el camino donde sobran las palabras.

¿Cuánto dura el instante? ¿Para qué contemplamos?

Contemplar es una forma de detener el tiempo,

es hacer que en un racimo de minutos quepa todo el tiempo

trenzando las cuerdas del pasado, presente y futuro

hasta detener, por un rato, la rueda implacable.

¿Qué vale más, el nido de golondrinas

con su arquitectura de tiempo y lodo

o escribir sobre el nido de golondrinas?

Hay veces que el tiempo es comunión

y las palabras hacen su nido

en el lenguaje, la casa de todos.

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