El camino del exceso lleva al palacio del placer

William Blake

Anoché tuve tres sueños raros, locuaces y que ahora que los evoco me dejan un sabor de asco ante la vida. Al menos ante mi vida y sus dolores. Llamarlos pesadillas me parece una tautología porque para mí hasta los sueños felices, donde hermosas doncellas se pasean en floridos campos envueltos por bruma, tienen un palpitante sabor tenebroso y siniestro. Así es el mundo del sueño, esa primera vida nuestra. ¿cuáles fueron esos sueños? Sucede que no me atrevo a narrarlos a detalle, siento cierto pudor ante la posibilidad de desnudarme demasiado. Uno tiene que ver con un sadismo sexual que desconocía en mí. Es decir, que finjo desconocer en la vigilia pero que en las noches emerge con toda su fuerza. El segundo trató de un robo de un coche que realizabamos unos amigos desconocidos y yo y que me hizo sentir culpa cuando desperté. El tercero, ya casi al amanecer es el único que me hace reir: soñé que de nuestra desmoronada patria en un mitín se me acercaba a mí, que estaba en la banqueta con mi libreta anotando no sé que cosas y que me preguntaba qué tema sería mejor para vencer a la derecha, si el feminismo o la ecología. Yo le sugería que la ecología y el como buen padre sonreía, me acariciaba la mejilla y me decía que estaba muy bien, que me encargara del asunto, después se iba otra vez entre la multitud. Entonces desperté y ya no me volví a dormir. ¿Para qué cuento todo esto? Ni yo lo sé. Lo que me sorporende es mi incapacidad de ahondar en serio en esas imagenes que reververan en mi mente. el miedo que me da enfrentarme a mis demonios. ¿algún día lo lograré? Para eso escribo y me hecho a andar sin mirar atrás y siempre llego a la entrada de un palacio. A la puerta, como en la parábola de Kafka, está esperándome y mueve la cabeza negativamente:

-Has llegado hasta aquí porque te has excedido lo suficiente

-¿Entonces por qué no puedo entrar?

-No has vencido la vergüenza

-Y entonces ¿qué tengo que hacer?

– Atrévete a revelar los secretos que te hacen palidecer y sonrojarte. Escribe con las entrañas y sin miedo, así que regresa por donde veniste y vuelve a intentarlo.

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